sábado, 14 de julio de 2012

El uso de los miembros de otro, según Kant. En defensa del poliamor, III



¿Cuál es, para Kant, el carácter y estatuto moral del amor conyugal, y qué se deduce de ello para la justificación de la monogamia? Cito parte de los parágrafos 24, 25 y 26 de la Metafísica de las Costumbres:

La comunidad sexual (commercium sexuale) es el uso recíproco que un hombre hace de los órganos y capacidades sexuales de otro (usus membrorum et facultatum sexualium alterius), y es un uso o bien natural (por el que puede engendrarse un semejante) o contranatural, y este, a su vez, o bien el uso de una persona del mismo sexo o bien el de un animal de una especie diferente a la humana; estas transgresiones de las leyes son vicios contra la naturaleza (crimina carnis contra natura) que se califican también como innominables; en tanto que lesión a la humanidad en nuestra propia persona, no pueden librarse de una total reprobación por restricción ni excepción alguna.
La comunidad sexual natural es, pues, o bien la comunidad según la mera naturaleza animal (vaga libido, venus vulgivaga, fornicario) o bien la comunidad según la ley. – Esta última es el matrimonio (matrimonium), es decir, la unión de dos personas de distinto sexo con vistas a poseer mutuamente sus capacidades sexuales durante toda su vida – El fin de engendrar hijos y educarlos siempre puede ser un fin de la naturaleza, con vistas al cual inculca esta la inclinación recíproca de los sexos, pero para la legitimidad de la unión no se exige que el hombre que se casa tenga que proponerse este fin; porque, en caso contrario, cuando la procreación termina, el matrimonio se disolvería simultáneamente por sí mismo. …
El uso natural que hace un sexo de los órganos sexuales del otro es un goce, con vistas al cual una parte se entrega a la otra. En este acto un hombre se convierte a sí mismo en cosa, lo cual contradice al derecho de la humanidad en su propia persona. Esto es solo posible con la condición de que, al ser adquirida una persona por otra como cosa, aquella por su parte, adquiera a esta recíprocamente; porque así se recupera a sí mismo de nuevo y reconstruye su personalidad. Pero la adquisición de un miembro del cuerpo de un hombre es a la vez adquisición de la persona entera, porque esta es una unidad absoluta; por consiguiente, la entrega y la aceptación de un sexo para goce del otro no sólo es lícita con la condición del matrimonio, sino que solo es posible con esta condición….
Por las mismas razones, la relación de los casados es una relación de igualdad en cuanto a la posesión, tanto de las personas que se poseen recíprocamente (por tanto, solo en la monogamia, porque en la poligamia la persona que se entrega solo obtiene una parte de aquél al que ella se entrega totalmente, convirtiéndose, por tanto, en una simple cosa), como también de los bienes (…)

La fama que de poco romántico tiene Kant, se ve confirmada en este texto. También queda en evidencia lo añejos que resultan los discursos morales de los filósofos por los que ha pasado más de medio siglo, y lo dependiente que es una aparente arquitectura sistemática, de casuísticas sociales. Personalmente encuentro sorprendente y desagradable (casi diría esperpéntica) esa mezcla de pretendida pulcritud moral junto a la más cruda falta de espiritualidad que, acerca del amor, se encuentra en este y otros pasajes de Kant el rigorista. ¿Qué nos dice este texto?

Aquí ya, a diferencia de en Tomás de Aquino, no es la “natural” finalidad de la procreación de la especie, la causa racional o moral del matrimonio (puede ser una causa inconsciente, de los “designios de la naturaleza”), sino que el origen de la relación conyugal es el deseo de gozar “de los miembros y las capacidades sexuales” de otro. El asunto es, pues, más individualista; también, más mecánico (o mecanicista), sin sublimaciones (¿más “ilustrado”…?) Desde una perspectiva espiritual, parece un manifiesto paso atrás: el motivo del matrimonio no es principalmente ni la amistad ni siquiera los hijos, sino el puro goce sexual (lo que, en Kant, no significa algo muy noble).

Paradójicamente, o, más bien, contradictoriamente, se consideran contra natura y abominables aquellas relaciones que no pueden dar hijos, como la homosexualidad. ¿Por qué es, según Kant, anti-natural una relación conyugal homosexual, si el matrimonio no se define por la procreación ni la necesita para nada, sino por el goce de miembros y capacidades sexuales (esto dejando a un lado la cuestión del nivel ínfimo que Kant atribuye a las relaciones amorosas conyugales)? Kant no lo explica. Pero, para Kant, el argumento de lo “natural” es, en verdad, todavía menos útil que para Tomás de Aquino: le es prácticamente contrario. La “naturaleza” moral del hombre es la racionalidad, y es desde la racionalidad desde donde debería deducirse qué le es natural o anti-natural.
Ahora bien, Kant sitúa el origen de la vida conyugal en la “felicidad”, es decir, aquello “irracional” a lo que no tenemos que hacer concesiones, y cuya justificación máxima (cuando se trata de nuestra propia felicidad, no de la del prójimo) es que no entre en colisión con el imperativo categórico.
Visto así, el amor conyugal es deseo sexual de usar órganos y capacidades de otro, pero para que eso no destruya el carácter moral de la persona, tiene que hacerse un contrato, de acuerdo con una ley racional que garantice que la persona no se convierta en un objeto. Y eso, al parecer, implica que, junto al miembro sexual, tenga uno que llevarse a toda la persona para siempre y a solas el uno para el otro. (Sin embargo, de aquí no se deduce, insistamos, que la homosexualidad sea “contra natura”).

Todo esto, digo, dejando al margen dónde sitúa Kant el origen del amor conyugal. Y esto es lo que no hay que dejar al margen: el argumento más obvio contra la visión kantiana del asunto es que sencillamente Kant no ha entendido nada de lo que es la vida conyugal y el amor y la afectividad de las personas. No es extraño, teniendo en cuenta el intransigente dualismo radical que Kant, luteranamente, introduce entre el mundo del espíritu y el de la “carne”. Frente a la concepción, analogista, clásica y (con sus dudas) católica, según la cual la carne es imagen, y la felicidad se deduce de la virtud, Kant piensa que todo móvil que parezca carnal es sospechoso.

Sin embargo, el amor conyugal (sea heterosexual u homosexual, monoamoroso o poliamoroso) nace de la amistad completa, que incluye afinidad o “encaje” moral, intelectual, caracterial y afectivo-sexual.

La concepción kantiana del matrimonio es completamente inútil y, diría yo, amoral: el matrimonio, en esa concepción, es tolerado, si, en su deseo de satisfacción sexual, se aviene al respeto hacia la otra persona, mediante un contrato. No hay la más leve sensibilidad por el impulso amoroso, por el amor de ese género (al que seguramente se interpreta como una sublimación del deseo).

La justificación kantiana de la monogamia es más errónea aún, ya que añade, a la pobre concepción del amor, un argumento equivocado: la monogamia no es la única manera (si es que es siquiera manera) de conservar la igualdad entre los “contratantes”. Análogamente a como padres e hijos, o amigos entre sí, no pierden su igualdad porque sean en número diverso, no se pierde ninguna libertad (al contrario, se gana) si todos los implicados en una relación amorosa son libres de amar a cuantos encuentren dignos de ello.

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