viernes, 23 de marzo de 2012

Algunas consideraciones sobre el aborto, V. ¿Existen las persona? ¿Desde cuándo?

La cuestión del aborto, sobre todo en la versión anti-abortista, entraña que existen las personas, y que existen (natural o materialmente) desde algún momento. Pero ¿existen las personas? Y, si es que sí, ¿cuándo empiezan?

¿Qué cosas existen? ¿existen las montañas, las plantas, los neutrinos? No me pregunto ahora por si existe algo (o todo es mera representación), sino por cómo individuamos o clasificamos las cosas en cosas, en sustancias.
Los más panteístas, como algunos materialistas, piensan que, en verdad, no existen diversas sustancias, sino una sola, la Naturaleza entera (o la energía total…), de la cual todas las normalmente consideradas sustancias no son más que modos: olas de un único mar, el agua primigenia de la que todo está hecho. Así pensaba Spinoza, por ejemplo.
Y esto bien puede ser razonable en términos absolutos, no lo voy a discutir ahora. Pero en términos algo más relativos, en los cuales la realidad se presenta como una pluralidad de cosas (o eventos), tenemos que distinguir entidades relativamente independientes, organizar la realidad en diversas sustancias, de acuerdo con criterios significativos. Porque una pluralidad indefinidamente inarticulada no es siquiera inteligible. Ni el más rudo de los contingentismos puede dejar de reconocer que, lo que nos es dado en la experiencia más primitiva, es ya un “constructor teórico”, con su articulación en sustancias, propiedades y relaciones.

(Voy a obviar aquí la discusión con el inútil relativismo, para el cual todo es arbitrario (he discutido esto en numerosas ocasiones en otros momentos, en el otro blog)

¿Cómo individuar las cosas? ¿Cuáles son criterios significativos de individuación de sustancias? He defendido otras veces que nuestros criterios ontológicos son fundamentalmente dos (que en el fondo apuntan a uno solo): identidad y actividad.

     - Identificamos cosas, sustancias, entidades, de acuerdo con el criterio de la mayor unidad y orden. Todo aquello que, de alguna manera, tiene unidad (continuidad espacial, temporal, cualitativa), lo consideramos (más o menos) cosa. Y si tenemos un todo, es decir, un conjunto de cosas con cierta identidad e individualidad, consideramos más sustantivo al todo cuanto más identidad y jerarquía presenta. Una simple conjunción de iguales (como los géneros “sortales”) tiene el menor grado de sustantividad. Por debajo de eso no consideramos a algo como una sola y única entidad, sino como un conjunto contingente de diversas cosas (un batiburrillo, digamos). Un todo en que las partes estén organizadas, con una parte más central, es considerada más sustancia. Etc.

     - También identificados las cosas por su capacidad de acción. Una cosa es cosa en la medida en que produce un efecto principal. Si un campo produce un efecto unitario, es una cosa. Una cosa es un foco de actividad o energeia, una entelequia.

De acuerdo con ambos criterios, una Persona es el tipo de sustancia más claro y reconocible que tenemos a mano. Podemos dudar de la verdadera existencia de los seres sin consciencia, pero no de aquel que tiene un Yo. Podemos poner en duda que una montaña sea realmente una cosa, y no una construcción nuestra; puede alguien pensar incluso (aunque me parece errado) que una planta no sea lo suficientemente unitaria y centralizada como para ser una sola entidad más bien que una sociedad muy organizada de sustancias (un todo posterior a las partes). ¿Puede dudarse de que un animal es una sustancia individual, dotado como está de consciencia (capaz de recordar, sentir, imaginar y razonar en cierta medida)? Peor la autoconciencia es, digo, el ejemplo más puro que conocemos de sustancia, tanto por estar dotada de una fuerte autoidentidad (la reflexión) como por ser un foco muy unitario de actividad. Si hay un Dios, ha de ser pura autoidentidad y pura actividad o acto.

Aquí, desde luego, hay un terreno amplio para la discusión acerca de qué es lo que constituye la identidad del sujeto, desde los que lo reducen a prácticamente nada (como Hume) o lo relativizan (Derek Parfit: “la identidad no es lo que importa”) hasta los que encuentran algo irreduciblemente identitario. Kant decía del “yo pienso” que es ese aspecto subjetivo-trascendental que acompaña necesariamente a todos mis pensamientos. Los pensamientos están indexados, son míos, y eso presupone la identidad personal.

Se puede discutir también dónde acaba una personalidad y empieza otra. Algunos filósofos hindúes piensan que solo hay un Sujeto o Atman (Schrödinger sentía una irresistible atracción por este pensamiento); otros sostienen que hay subjetividades completamente individuales: cada persona somos una hypostasis, que dicen los aristomistas.

¿Puede, por otra parte, un “único y mismo” cuerpo u organismo humano servir de soporte a diferentes personalidades, ya sea en tiempos sucesivos o incluso simultáneos?

Todas estas son cuestiones muy interesantes, que habría que intentar dilucidar. Pero ninguna de ellas ataca fundamentalmente el hecho de que, si hay que contar con las sustancias, no hay mayor sustantividad que la que supone la personalidad, especialmente la autoconciencia.



Pero ¿cuándo empieza una persona?

Hay un sentido en que es absurdo decir que una persona empieza. Las facultades mentales o aptitudes intencionales son irremediablemente irreducibles a un lenguaje natural-extensional (como aceptó el propio Quine). No hay manera de generar pensamiento a partir de naturaleza. Todo lo que podemos hacer es correlacionar un complejo mental (una mente, en una palabra) con un complejo material o natural. Esta correlación no es, como mostró Kripke, reducible a identidad (es lógicamente posible concebir una mente unida a otro cuerpo o a ninguno), y quizás (como argumentó Davidson) ni siquiera es una relación reducible a biunivocidad.

El asunto de cuándo comienza una persona, solo puede significar, en términos naturales, cuándo hay un complejo natural suficiente para implementar potencialmente conductas significativas de actividad mental. Conocemos a las otras mentes por analogía con nuestra conducta corpórea relativa a nuestra actividad mental (el lenguaje y demás actos significativos). Y podemos seguir la historia de los cuerpos humanos hasta su comienzo, todo lo que nos permita la ciencia natural.

Hay otro problema que merecería la pena discutir: si la personalidad es algo de todo o nada o es cuestión de grado. Algunos (desde Descartes a Chomsky y Davidson) piensan que el carácter holista de lo mental implica que es cuestión de todo o nada. No estoy de acuerdo. Hay personas más conscientes que otras de las implicaciones que tiene cada cosa que piensan. Ninguno (salvo Dios) tenemos consciencia de todas las implicaciones de lo que pensamos. Estamos despiertos en diversos grados. También los otros animales tienen grados de razonamiento y, por tanto, de personalidad. Quizás hay cosas como la autoconciencia que son una cuestión bastante discreta, o se tiene o no se tiene (como ser una célula que se replica o no). Parece evidente que la mayoría de los animales no tiene autoconciencia. Si uno es muy estricto con el concepto de personalidad, y le exige la autoconciencia, entonces habrá que negar que esos animales sean personas.
Pero, aunque la personalidad y la conciencia sean cuestión de grado, hay diferencias enormes, que hacen casi el papel de saltos discretos. Si se conservasen ejemplares vivos de los eslabones intermedios entre los homínidos más cercanos al homo sapiens actual y este, la cuestión de sus derechos presentaría un aspecto igualmente gradual. Afectaría, por ejemplo, a su derecho a la educación (serían capaces de aprender mucho más que un chimpancé)

3 comentarios:

  1. Estimado Juan Antonio,
    escribo aquí, si no te importa, por ser más cómodo.
    Estoy de acuerdo con todo lo que me dices en la otra entrada excepto en lo de que es admisible que los padres pueden acordar que alguno de ellos pueda renunciar a su paternidad, dejando al otro la exclusiva potestad de la custodia. Está justificada tal renuncia cuando hay razones de fuerza mayor (enfermedad, pobreza extrema, etc.), pero, a mi juicio, no porque "no se quiera ya seguir educando al hijo".

    Por otro lado, creo que la educación del hijo debe de correr a cargo, a ser posible, de los padres (varón y mujer), y que la ausencia de alguno de ellos es, en general, perjudicial para el niño.

    Por último, estoy de acuerdo con que la sociedad debe acoger a niños, ancianos o animales abandonados por padres, hijos o amos, respectivamente, pero la existencia de instituciones de acogida y auxilio no implica o no significa que se tenga derecho a abandonar o repudiar a personas o animales a cargo, de igual modo que la existencia de barrenderos no nos da derecho a ensuciar las calles.

    Como la discusión de todas estas cuestiones podría alejarnos demasiado del tema principal, si quieres la dejamos para otra ocasión y nos centramos en el meollo de lo que expones.
    En relación a esto, dices que el criterio para determinar cuándo se es pernosa es "cuándo hay un complejo natural suficiente para implementar potencialmente conductas significativas de actividad mental". No estoy seguro de haberlo entendido bien. ¿Podemos considerar al embrión humano como complejo natural suficiente para implementar potencialmente conductas significativas de actividad mental, o hemos de buscar tal complejo natural en el feto?

    Raus

    ResponderEliminar
  2. Raus,
    como dices, podemos dejar esos varios asuntos para otras ocasiones, en las que intentaré plantearlos lo más claramente que pueda (creo que ahí disentiremos en varias cosas).

    En cuanto a lo último que preguntas, yo me inclinaría a considerar al embrión como primera etapa de un humano y, por tanto, de una persona. La razón material sería que el embrión (y la célula fecundada) tiene el código genético con que se desarrolla la construcción del organismo humano que sirve de soporte a la implementación de la personalidad. Es el primer estadio de la gestación, y la gestación es la gestación de un humano (siendo ese 'de' un de subjetivo, es decir, que es parte del propio humano ese momento, no que ese momento vaya a dar lugar a la gestación de un ser humano posteriormente). ¿Cuándo se podría situar, si no, la gestación?

    Pero es que pienso, además, que el tema se vuelve un problema más grande porque ligamos, injustificadamente, gestación y paterinidad. Entendemos (equivocadamente a mi juicio) que si una madre gesta a un individuo en su seno, tiene necesariamente que hacerse cargo de todo el cuidado y educación del individuo, una vez nacido. Siendo así, una madre "decide no tenerlo" (aunque de hecho ya lo tiene). Pero el derecho del individuo a ser gestado y nacer y ser criado es independiente de que los padres lo quieran, por lo que también los pades deben ser independientes de ese individuo cuanto se pueda.
    En cuantosea posible gestar a los niños fuera del útero, la madre tiene derecho a no gestaqrlo dentro, pero no a abortarlo.
    Saludos

    ResponderEliminar
  3. Juan Antonio,
    en efecto, en aras de la claridad, podemos aplazar la discusión de esas cuestiones relacionadas con el aborto.
    Respecto de lo otro, estoy totalmente de acuerdo: el embrión es el primer estadio de la persona, y, por tanto, ha de ser protegido. De hecho, toda persona adulta en sus cabales puede reclamar como suyo, como parte de su vida, ese periodo embrionario. ¿Quién podría prescindir de él?

    Sobre lo que dices acerca de que se mezclan erróneamente gestación y paternidad, en efecto, podemos discutirlo en otra ocasión.

    Un saludo.

    Raus

    ResponderEliminar