domingo, 25 de marzo de 2012

¿Abuso sexual o abuso moral? De cuándo uno es libre para desear

¿Cuándo es moralmente “decente” que tenga uno experiencias o practique actividades sexuales?

“Cuando uno quiera”, se dirá (o, para precisar, cuando quieran tantos como estarían involucrados en esa práctica). Supongámoslo (supongamos que no es necesario preguntarse cosas como si hay ocasiones en que no habría que querer, aunque todos quieran, o cuántos están realmente involucrados, mediatamente). Pero ¿cuándo quiere alguien tener sexo?

La pequeña Ashley padece una encefalopatía que la mantendrá con una edad mental de unos tres meses toda su vida. A sus padres se les ocurrió, el equipo ético-médico del hospital lo aprobó (no sin advertir que tiene sus pros y contras y que algo así debería estudiarse caso por caso) y se le practicó una inhibición del crecimiento y un “vaciado” sexual. La razón principal que sus padres han aducido ha sido que, al ser más “manejable” (no pesará nunca más de unos cuarenta y cinco kilos, no tendrá pechos grandes, etc.) se la podrá tratar y cuidar mejor, y, secundariamente, que así no podrá ser objeto de “abusos sexuales”. Pero algunos bioéticos consideran que se ha atentado contra la dignidad de la niña. Yo no voy a juzgar la decisión concreta de estos padres y médicos, porque no creo tener la información suficiente. Para lo que me importa ahora: es obvio que se le ha privado de por vida de la que seguramente sería la mayor fuente de placer, e incluso quizás de sentido de su vida: el sexo.

“Pero, se dirá, ella nunca podría tener sexo consentido, nunca podría aprobar unas relaciones sexuales, así que más bien se la ha “privado” del estrés de un apetito que iba a quedar siempre insatisfecho”. Aquí es donde encuentro algo mucho más que dudoso: ¿realmente puede creerse que ella no querría sexo, y no expresaría de manera evidente su deseo (y/o voluntad) de sexo?

Claro: si, para otorgar que otro está verdaderamente queriendo o dando su consentimiento a algo, uno exige que esa persona esté en plenas facultades racionales y pueda expresarse manifiestamente, entonces esa niña no podrá dar nunca su aprobación a una relación sexual ni podrá “querer” nunca, porque, cuando sintiese apetito sexual (no solo llegada a la edad adulta, sino en cada una de las fases de la sexualidad) no sería capaz de decirse "¡oh!, ¡qué ganas tengo!", y muchos menos podría atribuirle consciente un objeto a su deseo (aunque ¿de cuántas personas se podría asegurar que hacen y deciden esas cosas muy racionalmente?).
Pero tampoco da su aprobación ni expresa su voluntad de que se la alimente, ni se la peine, ni se la vista, ni se le acaricie. Sin embargo sus padres, “lógicamente”, la alimentan, la peinan, la visten, la acarician. Es más, en cuanto a cosas como el alimento o el vestido, creen que ella, no solo daría su aprobación si fuese consciente, sino que (creen que) manifiesta ya su deseo. Si un bebé llora, entendemos que tiene alguna necesidad o deseo, hambre por ejemplo, y aceptamos que ahí está expresando su deseo y querer (todo el querer que puede a su edad), y no pensamos que al darle de comer estamos obligándole a una actividad no consentida. ¿Qué tiene de diferente el caso de la sexualidad?

“Bueno, la sexualidad, a diferencia del alimento (pero no del peinado o del acariciado) no es de necesidad vital”. Pero, además de que eso no es pertinente (porque no tenemos obligación de proporcionar a las personas solo cuanto requieran para la estricta supervivencia, sino todo aquello que haga su vida “mejor”), quizás el sexo sea la mayor fuente de placer, especialmente para una persona que, por enfermedad, no va a desarrollar su racionalidad ni siquiera para apenas reconocer sus manos.

“¿Debería, propondrá alguno, habérsele dejado con su sexualidad y esperar que ella sola se autosatisficiera?” Eso para muchos ya no sería inmoral, porque no implicaría que otra persona, sin su consentimiento, esté teniendo sexo con ella. Pero, ¿por qué, si ella se autosatisficiese, habría que pensar que lo desea, y no en cambio si fuese satisfecha por otro, como es alimentada o vestida por otro? ¿No deberían sus padres, o unos profesionales (si se considera más aséptico) procurar proporcionarle todo tipo de experiencias sexuales que, dada su edad fisiológica, sería de suponer que le resultarían muy placenteras? Imaginemos (porque aquí la imaginación, por los mismos truculentos motivos que están presentes en todo este tipo de casos, puede funcionar mejor) que fuese un varón y a partir de cierta edad sufriese erecciones habituales, que acabarían a menudo en eyaculaciones. ¿No sería deseable que hubiese personas dispuestas a satisfacer esos deseos manifiestos y proporcionarle placer? ¿Por qué habría que considerar cualquier cosa así como "abuso"., o atentado contra la dignidad de la persona? ¿No es más bien un abuso moral privarla de la sexualidad, con argumentos moralmente muy sustantivos y que no toda persona tiene por qué compartir sin convertirse por ello en indigno?

Los médicos de un sanatorio psiquiátrico (en Alemania, creo recordar), decidieron, para escándalo de algunos (o de muchos), contratar los servicios de un club de prostitución, por razones tanto terapéuticas como morales. ¿Qué ocurre en las historias personales e íntimas de tantos enfermos mentales y sus familias, en lo relativo al sexo?

Hay una gran hipocresía en la moral sexual. No en vano, la sexualidad es el foco de la propiedad, y el primer y universal casus belli, como ya recordó Horacio. Se ve como algo completamente natural que la sexualidad esté cargada de moral hasta las orejas. Y una moral muy primitiva, y muy enclaustrada en los oscuros subterráneos del origen del dominio. (Y, repito, estoy dejando a un lado si una sexualidad que no tenga ciertos ingredientes -que no se base en el amor, que no sea expresión de algo muy profundo, etc.- es moralmente inferior o no. Pero no pensamos que nadie pueda imponer su moral a otro -en una medida en que no le es impuesta a los demás, al menos-)
 
También hay una gran hipocresía con la voluntad. Muchas personas reclaman el “respeto” de una voluntad individual puramente formal, ajena a cualquier moral o “moralina”. Pero esas mismas personas, que no piden ni admiten que se pida ninguna justificación para las preferencias de uno siempre que no perjudiquen a las de otro, seguramente aprobarán lo que decidieron los padres de Ashley por el mero argumento relativo a los posibles abusos sexuales.

Una atribución semejante y un semejante despotismo se practica con los animales (y no me refiero ahora a lo relacionado con la sexualidad). Yo me cuento entre los que defienden los derechos de los animales y piensan que tienen manifiestamente voluntades e intereses, pero no entre los que piensan que cualquier relación que tengamos con ellos (como no sea mirarlos desde donde ellos no podrían advertirlo) es forzar su voluntad. ¿No aprueban los animales domésticos su vida doméstica, o muestran que desaprueban ciertos tratos? ¿Podemos distinguir si un animal está aprobando lo que le está pasando o le están haciendo? Creo que se puede distinguir en general bastante bien cuándo un animal (y una persona, incluidos los “discapacitados mentales”) aprueba lo que estamos haciendo con él, y cuándo no. Si decimos que, puesto que él no es racional (o lo es en mucho menor grado –lo que es verdad-), no está realmente aprobando la situación, lo estamos “incapacitando” para desear, y con ello estamos dando el argumento a quien diga que, hagamos con ellos lo que hagamos, no estamos haciendo nada contra su voluntad.

En el caso de un menor, se añade el despotismo del adulto, que se considera gestor moral de sus deseos, confundiendo esto con la educación. Apenas se tiene en cuenta la satisfacción de los deseos más fuertes de un menor. Es habitual que las madres que dan el pecho a sus hijos (cosa mal vista por algunas (o muchas), y cuyo periodo tienden a reducir al máximo) se lo retiren de la boca cuando perciben que el bebé ya no está alimentándose, sino solo “jugando” o chupando por placer. Es evidente que ahí se le está privando de uno de los mayores placeres, sexuales (o algo muy parecido), que uno tiene a lo largo de su vida. Los guerreros, tiburones del mercado, sacerdotes abusones y filósofos, seguramente se están forjando ya en el destete.

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