viernes, 31 de agosto de 2012

Mujer y madre, I


Casi cualquier persona podría, seguramente, encontrar deseable, bello y bueno ser madre, en el sentido completo de gestar, criar y (co)educar a otro, tu hijo. Llevar en tu seno un ser (que no es una parte tuya -pues tiene su propia conciencia y su propio patrón de desenvolvimiento- pero sí es “sangre de tu sangre”, recibe mucho de ti, y todo lo que le pasa, pasa por ti); atender y cuidar sus más tempranas emociones y comunicarte en todo momento con él en esa región, casi perdida en la vida psíquica del adulto, donde la caricia está apenas mediada por conceptos; ir viendo participativamente, minuto a minuto, cómo se desenvuelve su inteligencia (cómo busca con los ojos y empieza a identificar y a sonreír, cómo indaga sus manos y toma consciencia)…, todo eso, la maternidad y la crianza, es fácil que resulte bello y que uno quiera dedicarle parte de su vida.

Desde luego, esto, en un sentido básico, lo tiene más fácil uno si es mujer, o digamos que solo puede realizarlo uno si es o se convierte en mujer, al menos en ciertos aspectos (en un humano hembra). En ese sentido, la maternidad, en sentido estrecho (pero quizás también en el más completo, incluyendo la crianza temprana) parece unida, “por naturaleza”, a la mujer. Pero la naturaleza está para cambiarla, o, mejor dicho, es de naturaleza humana (y de toda especie) modificar la naturaleza de acuerdo con lo que crea idealmente bueno. La naturaleza no estaba ya perfecta ahí, antes de que llegásemos nosotros y tuviésemos solo dos opciones, dejarla intacta o destruirla, sino para hacer en ella lo mejor, como hace cada ser en la medida en que es capaz de hacer (que es lo mismo que la medida en que simplemente es).

Mujeres las ha habido siempre, por “naturaleza”, y la inmensa mayoría de ellas se han dedicado, de manera “natural” (como ocurre en todas las especies) a la maternidad, y también (como ocurre en muchas especies, sobre todo en las cercanas a nosotros) a la crianza. Quizás pronto (¡Dios lo quiera!) también los hombres (usaré esta palabra, con minúsculas, para el varón humano, frente a ‘Hombre’ para la especie) podrán, gracias a su hacer modificador de la naturaleza dada, ser madres en todos los sentidos, o transformarse en mujeres lo suficiente como para ser madres (hasta qué punto sea posible separar mujer y madre es uno de los aspectos del problema, de lo que hablaré después).

Ser madre es bello, y “natural”. Sin embargo, ser madre tiene sus “costes”. En las sociedades menos ilustradas, y en los elementos más retrógrados e ignorantes de las sociedades más ilustradas, la maternidad es uno de los aspectos en que la mujer está bajo el dominio del hombre (puede escucharse a San Pablo decir que la mujer es al hombre lo que el cuerpo a la cabeza; un instrumento –de reproducción, reproducción de la verdadera identidad, la del hombre, identificado idealmente con el Hombre-). La maternidad, en la sociedad tradicional, no es una libre opción sino una obligación (como lo es, por otra parte, casi todo, y no solo –aunque sí mayormente- para la mujer –y el niño-), y en torno al bello núcleo que tenga, va rodeada de innumerables formas de sufrimiento y dominación (como le pasa, salvando las distancias, a la propia vida sexual de la mujer –y del niño-). En el mejor de los casos, en la sociedad moderna ilustrada, querer ser madre y dedicarse un tiempo a la crianza, y gozar de autonomía fáctica para serlo es (salvando las distancias) como querer ser un buen pianista: o tienes un mecenas o “señor” que te permita dedicar todas las horas del día a tu criatura (pero entonces ya no eres independiente) o tienes que trabajar en otra cosa durante buena parte del día, pero entonces tendrás que dedicar a la maternidad el mismo tiempo que, como cuenta bellamente Derrida en Dar el tiempo, dedicaba la amante del Rey Sol a sus queridas amigas de Saint-Cyr:

«El rey toma todo mi tiempo; doy el resto a Saint-Cyr, a quien querría dárselo todo.».

Es una mujer la que firma, advierte Derrida: la mujer es tomada todo el tiempo por el Rey Padre, pero ella da el resto (resto que, en “buena lógica”, no es nada, pero es todo en términos de amor) a su querida institución de caridad para niñas huérfanas. La mujer, con su amor, siempre está condenada a eso, a dar lo que no existe, pero que es más auténtico que lo que el Rey tiene, aunque esto sea Todo, el reino entero. La mujer paga el precio de quedar fuera de la política, en el “ámbito doméstico” (estereotipadamente: la alcoba, la cocina y la cuna, para la visión del padre; el cuidado y la crianza, para la madre).

Como dicen las feministas, sin autonomía económica la liberación de la mujer es una ficción. Mientras la sociedad no esté en condiciones (sobre todo morales) para proveer de independencia económica a la mujer durante los, digamos, seis años como mínimo después del parto, la maternidad y crianza será un duro e injusto peso para la mujer. “Por eso”, cuando, como consecuencia de ideas racionalistas ilustradas (aunque, a la vez, pese a muchos “ilustrados”) las mujeres empezaron a adquirir Derecho (no “derechos” –pues antes no los tenían, como no los tienen aún hoy en muchos aspectos, o no los tienen los niños- sino simplemente Derecho, es decir, capacidad política, “soberanía”, poder), la principal cosa que creyeron tener que repudiar las mujeres fue la maternidad “esencial”, la fuerte y “natural” identificación entre mujer y madre. Para poder ser ciudadano, había que ocultar ser mujer, para ir al ágora había que abandonar la domus.

Pero este movimiento, “contra natura”, no podía ser satisfactorio. Tal vez no era más que un momento, abstracto y negativo, en la emancipación de la mujer. Ya hace mucho tiempo que muchas luchadoras y luchadores por el derecho de la mujer, rechazan el rechazo de la maternidad. Es más, reivindican la figura de la madre y de la crianza. ¿No habrían cometido las mujeres, en su lucha por el derecho, el error de sacrificarse en lo que auténticamente desean o lo que es su “naturaleza” de mujeres, para hacerse como los hombres?  ¿No habría caído, incluso, en la trampa del hombre, al reivindicar “lo político”, al menos entendido como lo entendemos (lo que quizás es intrínsecamente androcéntrico), vendiendo la mujer así su verdadera alma apolítica o quizás contrapolítica o alterpolítica (“ética”, en un sentido irreduciblemente no-político) de mujer y madre? ¿No habrían caído las mujeres en el error de la igualdad abstracta con el hombre? Las “feministas de la diferencia” reclaman la consideración diferenciada e irreducible de lo femenino, desde la biología (el primer hito fue Ashley Montagu, Biología femenina) y la psicología (véase, por ejemplo, Ellison Catherine, Inteligencia maternal) hasta la filosofía (J. Kristeva y el feminismo postmoderno en general). Quizás la mujer, se ha dicho, sea lo único que pueda efectivamente “deconstruir” el falogocentrismo, el patriarcalismo tradicional (¿y si Dios fuese mujer”, se pregunta Mario Benedetti). Pero, incluso si no se tiene tan trascendentales pretensiones, simplemente la maternidad y la crianza deben ser rescatadas de entre las garras del patriarcalismo. De hecho, en las últimas décadas, la mujer europea y americana va recuperando la dedicación a la maternidad y la crianza, con una abierta reivindicación de lo que antes se rechazaba como suciamente femenino: la lactancia durante años, el trato menos disciplinario y legaliforme, etc. Hay mujeres europeas y americanas, cultas y socio-laboralmente “bien situadas”, que “lo dejan todo” para dedicarse a la maternidad y la crianza.

Para las feministas de la igualdad, sin embargo, esto es semejante (salvando las distancias) a que uno se vuelva fundamentalista religioso (o simplemente adorador de la Madre Tierra) después de haber conocido el ilustrado laicismo: un evidente paso atrás. Todo lo que la mujer ha conseguido en decenas de años de lucha política, dice por ejemplo Elizabeth Badinter, corre el peligro de perderlo si permite que renazca la identificación (“esencialista”) de mujer y madre. Incluso aquellas mujeres que ya no sienten la maternidad como una subordinación al hombre, se equivocarían, al subordinarse al hijo (¿una venganza secreta del varón?): la mujer estaría viviendo hoy una nueva tiranía, el “niñismo” o la “niñarquía” (childism, kindergarchy), que le impide realizarse como auténtica ciudadana política y económica. Como era de esperar, la cosa se agrava porque las siempre oportunistas iglesias del mundo y el retrogradismo en general, intentan acaparar la gestión de esa “vuelta a” la maternidad, provocando que las más incautas crean que hay que aceptar o rechazar el pack completo: o eres materno-conservadora o antimaterno-progresista. Lo que, con toda seguridad, es una falsísima dicotomía.

Así pues, la defensa de la Mujer vive, como todo, la dialéctica de lo mismo y lo diferente. Creo que solo un pensamiento dialéctico-analógico puede comprender a la vez la absoluta identidad y unidad de tú y yo, de mujer y hombre, y su diferencia. Pero no voy a tratar de esto ahora, sino que me gustaría invitar a una reflexión en torno a algo más “sencillo”: ¿qué hay de la “esencia” y de la mujer, y la maternidad y crianza? (¿es malo tener esencia?) ¿Se puede ser libre y madre? ¿Cómo?

9 comentarios:

  1. Querido Juan Antonio:

    ¿Y no será la hora de dejar de considerar esencial la diferencia de género? Todo tiene su esencia, sin duda, ¿pero es esta diferencia tan esencial? ¿es tan esencial -o menos, por ejemplo- que la diferencia entre "tú" y "yo"? Si una crianza menos "legaliforme y disciplinaria" es buena lo será de forma esencialmente independientemente de su vínculo (biológico o cultural) a la maternidad y lo femenino. Del mismo modo, si la actividad política (o cualquier otra) es buena, será su calidad independientemente de su atribución natural o convencional a un género. El feminismo de la igualdad se equivoca por representar una "extensión" de cierto patriarcalismo. El feminismo de la diferencia se equivoca por ser una versión inversa del "generismo" (y del biologismo, y el psicologismo... un racismo de las hormonas, vaya). El feminismo, en conclusión, se equivoca (por muy comprensible que resulte desde una "lógica" de los agravios histórica). Así que, haz el favor de sacar la utilería erótica (ni la artillería ni los objetos de tocador) de la dialéctica, a ver si así.
    un andrógino abrazo!

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    1. Querido Victor,
      estoy de acuerdo contigo (y creo que también la mayoría de las feministas lo están): la diferencia de "género" es menos esencial que lo que se ha supuesto siempre. Uno es, antes que hombre o mujer, persona (racional y libre) y quizás varias otras cosas. No estoy tan seguro de hasta dónde alcanza, psíquica y (por tanto) físicamente la diferencia sexual, es decir, hasta qué punto existe Lo Femenino y lo Masculino, pero pienso que no es, ni mucho menos, inexistente: existe diferencia entre cómo se comportan, en general, las mujeres, y en cómo se comportan los hombres, y creo que es evidente que esto está relacionado con asuntos hormonales y psicológicos y que no es todo construcción social. Supongo que en esto estás de acuerdo. Ahora bien, el asunto es, como digo en el post (no sé si con claridad) que estas cosas no tienen que ser aceptadas como inevitables o dadas (y aquí habría que situar la crítica feminista anti"esencialista"), sino que moralmente cabe cuestionarse (y hay que hacerlo) si son deseables o no. En ese caso, detectar qué podemos identificar como lo femenino o lo masculino, es un primer paso, premoral y descriptivo, al que le sigue el paso, moral, de decidir si eso se desea y en qué grado. Así, por ejemplo, uno podría encontrar moralmente deseable tener un carácter y una actitud más femeninas (y entonces podría inyectarse estrógenos o inhibirse la testosterona) o uno, siendo de sexo hembra, podría desear ser más parecida al carácter natural de los hombres (y hacer, por tanto, lo inverso). Esto es equivalente a operarse del gen de la violencia, cuando sea posible.
      No estoy seguro de que sea deseable moralmente eliminar la diferencia sexual, en todos sus ámbitos, sino quizas más bien al contrario: la sexualidad, como otras características, siendo, es cierto, menos esenciales que la personalidad (en esto no coincido con l@s más estremistas feministas-deconstruccionistas, que dirían que no hay algo más esencial que una cosa o la otra), sirven para rellenar "cárnicamente" la estructura racional básica, y no entran (al menos en principio) en contradicción con ella, como no lo entra ser pianista o matemático. Y diferentes opciones pueden ser simultáneamente buenas: no todos tenemos que ser madres o pianistas, pero sí hay que luchar porque la elección sea libre, y no venga impuesta ni por la naturaleza ni por la sociedad.

      Entonces, intentando aclararme, son problemas diferentes:
      -si existen Lo Femenino y lo Masculino, y qué son (y aquí tiendo a aceptar que lo femenino es más pacífico, etc, -como se ha visto, por ejemplo, en grupos de primates donde dominaban eventualmente las hembras- sin que ello signifique que esa diferencia llega tan arriba como para hacer al femenino y masculino más apto para la política, el arte, la ciencia, la filosofía... -esto quedaría por indagarlo-, pero en todo caso esto es una cuestión meramente teórica, pre-moral;
      -evaluar moralmente si y en qué medida es deseable lo uno y/o lo otro (y aquí hay diferentes opciones, incluida la deseabilidad de la erradicación de la diferencia sexual -pero esta opción no la veo en principio más justificada que otras, en la medida en que no veo que entre en colisión con otras cosas más deseables: la androginia esencial quedaría a salvo, como queda la racionalidad esencial a salvo en un pianista y en un matemático o en un pianista-matemático- pasando por las diferentes opciones libres de sexualidad. Aquí no creo, desde luego, que esté justificada cualquier cosa, con tal de que la desee uno, pero sí creo que se trata de conseguir la máxima libertad auténtica -y que, por ejemplo, en un futuro un individuo pudiese adptar sexos, en momentos diferentes, como quien deja de tocar el piano y se pone a estudiar matemáticas o a jugar al baloncesto.

      Un beso

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    2. Victor,
      intento puntualizar un poco más: desde luego, como dices, si una crianza es la mejor, esa debería adoptarla cualquiera que se dedique a la crianza, de manera que, en una situación ideal, quizás solo habría una manera de hacer la crianza. Pero esto debe ser matizado en dos aspectos:
      -uno. mientras no se sabe cuál es la mejor forma, hay que ser tolerante con diferentes opciones (como intentaba explicar en otra entrada)
      -incluso si hay una única manera buena de hacer una cosa, puede que eso requiera de dos o más elementos distintos, que operen en armonía. En ese sentido, quizás (es una hipótesis por mor del argumento, no quiere decir que yo la comparta o deje de compartirla) los polos de lo femenino y lo masculino son necesarios e irreducibles para cualquier cosa, como lo son las razones y las emocione, lo uno y lo otro, etc. (y no quiero decir, desde luego, que los polos femenino masculino sean correlacionables con los de los otros ejemplos que pongo). En el límite ideal, quizás todo se sublima y se unifica, pero hasta llegar allí, son impresncindibles las diferencias. Otro beso

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  2. En efecto, hasta llegar a ese límite ideal, no podemos o no sabemos sublimar las diferencias. Pero hay diferencia entre las diferencias, unas son (como las de género) más fundamentalmente primarias (biológicas, químicas...) y, por ello, más deseablemente superables (más que, por ejemplo, las diferencias de personalidad -una vez restado el elemento de género-). Puestos a preferir creo preferible un mundo en que la dialéctica entre diferentes personas, ideas, etc., no se sume a (ni se vea condicionada en ningún sentido por) la diferencia sexual (ni, por supuesto, por los roles sociales adscritos a esa diferencia). La libertad no me parece más plena porque haya más opciones (actuar femenina o masculinamente), sino porque sepamos valorar mejor las que hay. El mundo sería mejor sin la diferencia entre machos y hembras (o, perdón por la demagogia, sin la diferencia entre ricos y pobres, o entre tullidos y no tullidos -por irrelevante que esto sea para la esencia humana, es "algo" relevante, existe y nos condiciona--) en la medida en que esto nos permitiría, quizás, percibir y atender mejor otras diferencias más significativas. En suma, un mundo en el que la dialéctica sexual ya se hubiera andróginamente resuelto estaría más cerca de lo ideal (tal vez también sería mejor un mundo de pianistas-matemáticos, en el que la dialéctica arte-ciencia estuviera también desarrollada a la perfección). Bes@s

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  3. Querido Victor,
    en principio estoy de acuerdo con lo que dices, a esperas de que me resulte claro hasta dónde llega la diferencia "sexual", es decir, la dialéctica Lo Femenino - Lo Masculino. Si, como creen algunos, esto llega hasta lo más esencial de la filosofía (por ejemplo, lo Femenino sería un pensamiento de lo Otro, pero lo Masculino más un pensamiento de lo Uno), entonces no es más reducible que otras diferencias, sino al contrario. Esto, insisto, no quiere decir que una persona hembra o macho tenga que responder al patrón de Lo Femenino o lo Masculino (aunque sí que, en general, habrá una predisposición natural a ello). Y, desde luego, puede ser una mistificación... No lo tengo claro.
    De todas maneras, te emplazo a la segunda parte de este artículo, que publicaré en breve, para aclararte un poco más lo que pienso (tentativamente).
    Ahora bien, acerca de la maternidad y la crianza, hay, creo yo, una determinada manera más deseable de hacerlo, y, "por naturaleza" (no por mera construcción social) creo que las mujeres tienen un a mayor predisposición a esa conducta. Si un hombre quiere ejercer la maternidad y la crianza debería, creo yo, "convertirse en mujer" en eso, o convertirse en eso, si quieres (pero eso es algo que asociamos, con motivaciones naturales, con el concepto "mujer").
    Un beso

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  4. El feminismo de la igualdad no representa, como dice Víctor, "cierto patriarcalismo" es el patriarcalismo en estado puro. La mujer para ser libre ha de asumir el rol masculino. Ambos feminismos van contra la mujer, es más, parecen diseñados por hombres. Actualmente la mujer soporta unas cargas no menores a las que soportaba cuando su vida quedaba reducida al ámbito del hogar. Hay mujeres y, por cierto, también algunos hombres, que detestan la feroz competencia del mundo laboral y a las que se presiona constantemente para salir a trabajar fuera del hogar con unos sueldos ínfimos, pero que lo hacen porque la consideración de la mujer que no “sale a trabajar”, como si las llamadas ‘tareas reproductivas’ no fueran trabajo, es nula.
    Sobre si las mujeres son más pacíficas es difícil pronunciarse. El poder con mayúsculas no lo han ejercido o en pocas ocasiones. En el ámbito doméstico ejercemos poder y control siempre que podemos. Nos instalamos como "reinas de los afectos" y también podemos llegar a ser implacables, pues la familia es una unidad donde se reproduce muy bien el todo de que el poder está constituido.
    Un saludo.

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    1. Mari Carmen,
      estoy de acuerdo contigo: la tesis de la igualdad abstracta de las mujeres con los hombres es patriarcalismo. Ahora bien, como bien dices, también lo sufren los hombres, pues es una cierta manera de ver a la persona (la burguesa).
      De todas maneras, en defensa de las feministas de la igualdad, o al menos de las más sensatas (a mi juicio), no es que ellas acepten y no repudien el sistema burgués y su concepción de lo munao, pero lo ven como un paso necesario (la Ilustración) en que los Humanos se hacen personas, cívicas. En ese sentido, las feministas de la igualdad temen (y, hasta cierto punto, con razón) que la identificación de la mujer con lo maternal retarde o imposibilitge su promoción como persona libre y cívica. Yo creo que esta estrategia es un error, como intentaré expresar más claramente en la próxima entrada.
      En cuanto a si la mujer es más pacífica etc, actualmente tengo por evidente que hay diferencias psicológicas importantes entre hombres y mujeres. Hasta dónde llegue esa diferencia, y cuán modificable sea, es algo discutible y muy interesante.
      Un saludo

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  5. Ok, ansioso espero. Lo tuyo sí que es maternidad. Beso

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    1. No te crees muchas expectativas, porque ya te digo que lo principal de lo que planteas no lo tengo nada claro. Lo que digo en lo que queda de artículo es básicamente aclarar lo que ya has leído. Besos

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