domingo, 12 de junio de 2011

De la legitimidad de la democracia, I: aporías

"Lo ha decidido la mayoría, así que DEBES aceptarlo”.

¿Cuál es la justificación de esto? ¿Por qué la mayoría legitima una decisión? ¿Por qué “un hombre, un voto”? (Estas preguntas quizás exasperen a algunos: "¡pero ¿es que no es algo ya muy sabido!?" Sí, sobre todo por el que no se para a pensarlo).
¿Se basará la democracia en el principio de que todas las personas son iguales en el sentido relevante? Si todos, en cuanto personas, valemos lo mismo y tenemos el (o los) mismo(s) derecho(s), entonces todos tenemos el mismo derecho a decidir qué se debe hacer.
Pero, aun concediendo que las personas, en cuanto tal, sean iguales y les correspondan los mismos derechos, a no ser que sea también verdad que todos somos igual de expertos o sabios en política, ese razonamiento es una falacia (y el despotismo-contractualista no es una posición intrínsecamente inválida). La igualdad de derechos significa, precisamente, que dos personas que estén en las mismas circunstancias han de ser tratadas de la misma forma, y
se les han de permitir, por eso, los mismos ejercicios de su libertad.
Pero no estamos todos en las mismas circunstancias. Aunque todos tengamos en principio el mismo derecho a ser médico, o, mejor, precisamente por eso, no lo tenemos cuando tomamos en cuenta los detalles de cada uno. La mayoría de los votantes en unas elecciones (incluidos muchos de los candidatos) no han leído el programa de cada aspirante (incluido el suyo propio); de los que lo han leído, unos lo han comprendido mejor y otros, peor, y algunos quizá no lo han entendido en absoluto; etc. No estamos en las mismas circunstancias, y, por tanto, lo que más bien parece un agravio es conceder el mismo poder de decisión a todos. No elegimos democráticamente al médico, o a los catedráticos de matemáticas, pero normalmente esto no se considera anti-democrático (bueno, por parte de Feyerabend, sí, y quizá con mayor consecuencia que en el resto de defensores de la democracia). ¿Por qué, entonces, la decisión de la mayoría es lo justo?
Quizá la explicación pudiera ser esta: sobre qué es correcto (a diferencia de sobre qué es curar un tumor o cuál es la solución de una ecuación) todos sabemos lo mismo, o sea… nada. Porque los valores últimos, o primeros, son incalculables, irracionalizables, así que quedan al completo arbitrio de cada uno. Lo único que se puede medir y racionalizar son los medios. Así que, en cuanto a legitimidad para decir qué es bueno en sí, estamos todos igual. Como todos valemos ético-políticamente lo mismo, cada uno propone qué fines quiere apoyar, y acepta los fines de la mayoría, porque la cantidad es lo único que puede determinar una elección cuando se comparan cosas del mismo valor (claro que hay que intentar no incurrir en una “dictadura de la mayoría”, etc.). Después están los expertos para decidir los medios por los que llegar de la mejor manera a esos fines mayoritariamente elegidos.
Esto tiene también muchos problemas. El fundamental es que sigue siendo una falacia inferir a partir de “cada uno es el dueño de considerar qué es lo bueno”, que “todos debemos tener el mismo peso en la decisión”. Si uno tiene como fin último someter a esclavitud a todos los demás, es tan racional como cualquier otro, dado que no hay ningún deseo último intrínsecamente irracional. Pero ese no puede aceptar el valor incondicional de la democracia.

Es una falacia, también, pretender, como se hace a veces, que lo que legitima a la democracia es, precisamente, que lo apruebe la mayoría (o sea, ella misma). Con ese argumento lo que legitima al totalitarismo es que lo decida el generalísimo de turno. Si no hay una objetividad de valores, tampoco la igualdad de las personas es un valor objetivo o fuente de un derecho inalienable.
Además, normalmente no se vota sobre fines últimos, sino sobre medios (por ejemplo, si es mejor un sistema de libre mercado o, más bien, un sistema más “social” para conseguir la mayor felicidad del mayor número). Y, si esto sí es calculable, debería dejarse, según el razonamiento, en manos de expertos.

¿Qué hay que ser para ser ciudadano con el mismo derecho concreto de tomar decisiones políticas? Un candidato privilegiado es “ser racional”, o “racional en tal grado” (si la racionalidad no es cuestión de todo o nada). Seguramente esta es la justificación (o lo más parecido a una justificación) de por qué no pueden votar los menores de dieciocho años, ciertos discapacitados y, desde luego, cualquier animal no humano, etc.

Sin embargo, por mucha fe democrática que tenga uno, no hace falta más que observar cualquier proceso de elecciones, por ejemplo, las recientemente habidas en España, para ver que la capacidad de raciocinio requerida de hecho para ser votante apenas llega a la que se necesita para llegar andando hasta la urna. Incluso me atrevería a decir (sin pretender ofender a nadie) que el mero hecho de que la gente “vaya a votar”, como si lo que está haciendo fuese algo más que un triste ritual, apenas menos “simbólico” que la primera comunión, induce a cuestionarse si realmente la capacidad racional es un requerimiento tan esencial en la democracia como para excluir a un niño. Más aún, puesto que nadie tiene que motivar su voto, y es tan lícito como cualquier otro un voto aleatorio (echado a cara o cruz, o prometido al novio o al padrino de turno), sería cuestionable si no estamos excluyendo injustamente, del juego democrático, a un primate.

Pero lo más importante es que, como de hecho hay importantes diferencias en la capacidad y el ejercicio de la racionalidad, es una injusticia que se otorgue a todos el mismo derecho en base a la racionalidad.

Por supuesto, si la base de la ciudadanía es la racionalidad (o cualquier otra cualidad que se atribuya, en principio, a toda la especie humana) todas las fronteras de naciones-estado son ilegítimas, y equivalen, en realidad, a alguna forma de racismo o de etnicismo, pues discriminan en base a cualidades que, como haber nacido en o haberse comprometido de alguna manera con tal o cual grupo, son contingentes respecto de poseer capacidades racionales o afectivas universalizables.

Pero, he aquí otro gran problema, ¿hasta dónde llegan las fronteras? ¿Cuándo podemos hablar de discriminación? O sea, ¿cuán diferente puede ser el Otro, para que entre en la cuenta de los que tienen derecho a votar? ¿Cuán de igual a nosotros tiene que ser, sin que caigamos en la xenofobia? Como ha señalado Derrida en diversos lugares, aquí hay una aporía, que hace de la democracia un Imposible, y, por tanto, según él, un auténtico acontecimiento, aunque siempre por-venir: cualquier restricción a la alteridad del otro será una segregación arbitraria, un rechazo del otro por ser otro, un totalitarismo de los iguales, un familiarismo o fraternalismo (los derechos los tenemos porque somos “hermanos”, como dice la “carta de derechos humanos”). Es más, si la democracia es la aceptación, lo más incondicional posible (y hasta imposible) del (derecho del) otro, cuanto más otro sea el otro al que aceptemos, más demócratas seremos. ¿Por qué no incluir a los niños, a los locos, a los otros animales…?

“Lo ha decidido la mayoría, así que debes aceptarlo”, o “así que es lo justo”. ¿Por qué?


5 comentarios:

  1. la legitimidad o ilegitimidad de cualquier acto lo da el discurso. Así un asesinato,en defensa propia puede entenderse como tolerable.
    Igualmente, cualquier elemento de democracia lo da el discurso y del discurso, resumimos en ritos, como es la votación, la mayorías absolutas, relativas y grandes mayoría, no son mas que tributos a ritos.
    La ciencia se entiende democrática por su acceso universal y no utiliza la votación. Igualmente las iglesias tampoco. La votación es un rito y como tal debe entenderse.

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  2. mpiryko,
    bienvenido, antes que nada. ¿Qué quieres decir, más exactamente, cuando dicesque la legitimidad la da el "discurso"? ¿Cualquier discurso? Por ejemplo ¿el discurso de los líderes religiosos de Irán legitima su sistema político? O sea, ¿cuándo algo es ilegítimo?
    ¿La votación es un rito como lo es la primera comunión o la ablación del clítoris?
    Saludos

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  3. ¿La votación es un rito como lo es la primera comunión o la ablación del clítoris?
    SI.
    Votaron PP, PSOE e IU y nos robaron las cajas de ahorros, lo llamaron bancarización ¿Cual es la diferencia?

    La conversación y el diálogo son los elementos del discurso, sin conversación y sin diálogo, el discurso es un dictado. Y una votación al dictado es ... un rito ilegítimo.
    O, acaso ¿es lo mismo la justicia que la administración de la justicia?

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  4. mpiryko,
    creo que estoy de acuerdo contigo en el contenido, aunque no en el "continente". Estoy de acuerdo en que no es lo mismo la justicia que la administración de la justicia, en que hay ritos ilegítimos, etc. Eso implica que no todos los ritos son iguales, sino que hay unos que son más rituales que otros.
    Si lo que querías decir es que la democracia que gozamos es casi un mero rito, estoy de acuerdo.

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  5. Sobretodo votar es un rito, pues si el debate, la conversación y el diálogo, no prosperan podríamos tirar una moneda al aire, si es que hemos llegado a eso, votar o tirar una moneda al aire, no dejan de ser ritos puros.

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