lunes, 21 de mayo de 2012

Libertad, Culpa y Pena en la moral religiosa ortodoxa o vulgar

Para el cristianismo oficial (como para toda iglesia de cualquier lugar) la teoría moral superior que dice que nadie hace el mal adrede, sino que todo el mundo hace cuanto cree que es lo mejor, ha sido siempre (y lo seguirá siendo, mientras haya Iglesia) una teoría heterodoxa, herética, y peligrosa. En el infierno tiene que haber, necesariamente, gente. (O, más bien, ¿puede haber alguien que no esté en pecado mortal, de acuerdo con la Iglesia, -exceptuando los santos que viven en el mundo de la imaginación-?) ¿Cómo se podría mantener, si no es con la teoría del pecado, la culpa y la merecida pena, el sistema de castigos y premios (sobre todo castigos) que llama justicia la mayoría o vulgo? La religión oficial es un reflejo de la gente, y la gente no está preparada para una verdad superior como el intelectualismo socrático-platónico.

La Iglesia, cuando le ha pedido a su doncella filosófica que justifique la tesis eclesial (y antievangélica) del pecado, la culpa, la maldad…, ha sabido que lo mejor que podía hacer era recurrir a Aristóteles. La más completa sistematización de la moral ortodoxa de la Iglesia católica, es, desde luego, Tomás de Aquino y el aristomismo. Voy a leer y comentar lo que Tomás dice sobre el asunto de la libertad y la culpa en su tardía gran obra De malo (cuestiones disputadas acerca del mal). Empezaré, siguiendo a Tomás, por las tesis más ontológicas que están implicadas en este asunto para discutir después (en otra entrada) la cuestión más concreta de la relación entre Conocimiento y Voluntad, Ignorancia y Culpa, etc. Según Tomás:

     - El mal, sostiene Tomás al principio, existe, pero no como sustancia sino como privación, no de manera absoluta sino relativamente. No es obra directa de Dios o del Bien mismo, sino efecto indirecto y accidental (daño colateral, que dicen los ejércitos) de la producción del mayor bien posible. Dios no quiere nunca (no es que no pueda) el mal, porque Él es perfección pura.

     - El mal propio de la criatura racional se divide en Culpa y Pena. La voluntad es culpable en cuanto ejerce una acción desordenada, y sufre la pena de verse privada de “forma y hábito” para actuar, y la de ver disminuida la gracia.

     - La causa de la Culpa es la Voluntad humana. Dios no es, por supuesto, el causante de la Culpa. Igual que Él “no puede” pecar (porque ni su principio activo puede ser deficiente -sino que tiene una potencia infinita-, ni su voluntad puede desfallecer de su fin), tampoco puede hacer pecar, pues el pecado consiste en la aversión de la voluntad creada al fin último, pero Dios no puede hacer a ninguna voluntad adversa al fin último, siendo él el fin último. Y es propio de todo agente hacer a su efecto ser atraído por el agente. ¿Cómo puede ser que la voluntad, tendiendo como tiende al bien, elija el mal? Porque, dice Tomás citando a Aristóteles “así como es uno, así ve el fin”. Cuando uno es de afectos desordenados estorba incluso al intelecto, y entonces tiene culpa.

     - El hombre, en estado de naturaleza de creación no tenía nada que le impeliese al mal, aunque necesitase la gracia para la consecución de la gloria. Pero en estado de naturaleza corrupta algo le impele al mal y necesita de la gracia para no caer.

Comentaré estos puntos:

     - Lo primero que debería deducirse, en buena lógica, de la ontoteología de Tomás, es que un ser solo hace el mal en la medida en que es imperfecto. Dios, como ser sumamente perfecto que es, “no puede” (puede pero “no puede” querer, no quiere querer…) ningún mal. Y toda criatura es perfecta o en acto en la medida en que imita al acto primero. Por tanto, la “capacidad” de querer y hacer el mal denota imperfección. Por tanto, no es propiamente una capacidad, sino al contrario, un padecimiento.
Si el mal cósmico es un efecto colateral del Bien creador, cualquier mal tiene que ser una semejanza de eso, es decir, un efecto accidental de la actividad positiva de cada entidad. Sin embargo, el concepto de Culpa, como maldad activa, implica todo lo contrario, o sea, que una entidad (racional, para más señas) “hace el mal”, es decir, produce el mal como un efecto de su acto. Pero, dado que lo que posibilita que una entidad haga el mal es que sea imperfecta o finita, el mal nunca puede ser efecto de algo positivo.

     - Lo segundo que cabe señalar, contra la ortodoxia, es que la posibilidad de querer y hacer el mal no entra en absoluto en el concepto de libertad o libre arbitrio (como capciosamente se dice siempre en el ámbito de la Iglesia, desde Agustín: si no fuéramos libres para hacer el mal, no seríamos libres). Si así fuese, no podría decirse que Dios quiere y hace libremente lo que quiere y hace. Pero, sin embargo, Dios quiere y hace con total y absoluta libertad, aunque no podría querer lo contrario a lo que quiere. Aquí se evidencia la pobreza del concepto de Libertad propio del aristotelismo y la ortodoxia, muy por debajo del concepto socrático-platónico de libertad como conocimiento.

     - En tercer lugar, poner en el principio de los males la Culpa, y solo como efecto la Pena, es invertir el orden lógico: si los seres finitos no padeciesen en ningún sentido (sino que fuesen actividad plena) no podrían elegir el mal, exactamente igual que no puede elegirlo Dios. Es absurdo decir que los hombres, incluso antes del Pecado original, necesitaban de la Gracia, y aún así hacerlos culpables de algo. Cómo es posible que, contando con la gracia divina por anticipado, y siendo la voluntad algo activo, elija la pasión y eso haya que imputarlo con acción, es el misterio de los misterios.

     - Es absurdo, también, y denota, una vez más, una moral poco elevada, sostener que el efecto o consecuencia de actuar mal (la pena merecida) es hacerse menos capaz de actuar mejor (menos merecedor de Gracia, y menos en forma y hábito para ser buenos). ¿La consecuencia lógica de hacer el mal es tener más difícil ser bueno? ¿Ese es el modo en que Dios no devuelve mal por mal, y el Maestro divino enseña y perdona?
Al contrario, de lo que se hace acreedor quien hace el mal, es de que se le enseñe, o se le convierta de alguna manera, a ser mejor. El mayor pecador es el que más “merece” (es decir, a quien más en justicia le correspondería) la Gracia, si es que tiene sentido moral ese concepto.

     - Por último, se sostiene que el efecto de la Pena tendría como consecuencia positiva (de ser posible, una vez disminuida la Gracia y la forma y hábito) volvernos mejores: el castigo nos enseñaría a no volver a hacer lo que hicimos. ¿Es esta la alta moral que cabe esperar de Dios? ¿Quiere que seamos astutos sabuesos que sepan bien rehuir el castigo y perseguir el premio, es decir, que se dejen llevar por sus miedos y demás pasiones, como perros o, quizás peor, “hedonistas”? ¡Si todavía se entendiese el castigo, según lo hace Kant, como justa retribución, pero nunca como algo pedagógico…! Pero no, al parecer, el castigo divino nos “enseña” qué debemos hacer.

Esto es, simplemente, moral vulgar, expresada con cierta sutileza (lo que la hace, si acaso, más despreciable -aunque debemos reconocer que no es más que fruto de la ignorancia-).
Seguiré en otra entrada con esto.

16 comentarios:

  1. Querido amigo Juan Antonio:

    aunque creo que ya tengo suficientes elementos de juicio para expresar una opinión más pertinente acerca de la interesantísima teoría ética de Sócrates, esperaré un poco más, hasta que completes tu proyecto. No obstante, permíteme que adelante alguna pregunta para orientar mejor la posible discusión:
    ¿qué (hipotéticos) hechos refutarían la teoría de Sócrates? O ¿Qué resultados experimentales la contradirían? Es decir, quisiera saber si se trata de una teoría falsable y qué resultados la falsarían.
    Gracias.


    Saludos cordiales.

    Raus

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  2. Querido amigo Raus,
    yo creo que los hechos que falsarían la teoría socrático-platónica de la libertad son los mismos que los que falsarían la teoría aristotélica, la kantiana, la de Hume, o cualquier otra: ninguno. No se trata de cuestiiones facticas, ni siquiera en el sentido psicológico introspeccionista, sino de cuestiones normativo-trascendentales, semejantes a lo que son las cuestiones epistemológicas para la ciencia. ¿Qué hechos falsarían el método experimental? Ninguno, porque el método experimental es (en términos kantianos) "las condiciones de posibilidad" de (la validez de) los datos. De manera análoga, una teoría filosófica de la moral es una teoría acerca de las condiciones de posibildiad de los hechos morales.
    Me permito suponer que lo que te induce a hacer esa pregunta es que algunos (por ejemplo, los aristotélicos) recurran a un supuesto factum, algo así como que comprobamos fácticamente que nos consideramos culpables y consideramos culpables a otros. Pero esto, en verdad, no sería más que el hecho psicológico de que mucha gente crea en la teoría aristotélica (o no socráticas, en general). Pero este hecho psicológico (si es que es tal) tiene tan poca validez para dirimir la cuestión como lo tendría, para la teoría del conocimiento, el hecho de que la mayoría de la gente "crea" que todo nuestro procede de la sensibilidad. Solo significaría que la mayoría de la gente comparte cierta teoría moral.
    El problema de la libertad, etc, es un problema a priori, porque trata de las nociones o ideas de Conocimiento, Voluntad, Determinación, etc. Por eso los verdaderos argumentos al respecto son todos a priori. Los aristotélicos, por ejemplo, argumentan, entre otras cosas, que, puesto que el conocimiento trata de lo universal y no del acto particular, hay una potencia distinta, la voluntad, que determina la acción. Tanto este como los demás argumentos que estoy evaluando y seguiré evaluando, son a priori, como no puede ser de otra manera. Cuando la psicología, como ciencia factual, usa esas nociones, las da por supuestas.

    (En verdad, ni siquiera en las ciencias naturales existe tesis "falsable" por los datos. Cualquier dato puede explicarse con cualquier teoría, con tal de que se le añadan a ella cuantos principios hagan falta. Lo que hace inaceptable una teoría es, más bien, la inconsistencia, o esa forma de inconsistencia que es la complejidad no estructurada. Esto último hace que, por ejemplo, el geocentrismo sea menos deseable que el heliocentrismo, etc, y no los datos, que pueden hacerse encajar en ambas teorías).

    Saludos

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  3. Amigo Juan Antonio,
    yo creo que cualquier teoría predice una serie de hechos. Platón, por ejemplo, nos dice, según reza en este mismo blog:

    “Tú crees posible que el hombre que obra mal y es injusto sea dichoso… Pues yo afirmo que es imposible.”

    Bien, yo entiendo que esto es hablar de hechos, de las cosas que nos podemos y no nos podemos encontrar en la realidad. Y entiendo que es una afirmación fáctica y apodíctica, de suerte que si, en realidad, pudiésemos encontrar a un hombre injusto que fuese dichoso, la teoría de Platón fallaría en algún punto importante. Y si acaso el platónico hallara una explicación al hecho de que existiese algún hombre injusto, yo pensaría, creo que acertadamente, que tal platónico estaría acomodando ad hoc la teoría a los hechos. Si una teoría predice determinados hechos, los contrarios la refutarán necesariamente. A esto me refería.

    Saludos.
    Raus

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  4. Estimado Raus,
    me parece evidente que no es verdad que cualquier "teoría" prediga una serie de "hechos". ¿Qué hechos predice la teoría de que "cualquier teoría predice una sere de hechos", o la teoría de que "la libertad nos hace superiores a las bestias", o la de que "lo bueno debe ser perseguido", o la de que "la culpa debe ser castigada"? Se trata, en todos los casos, de cuestiones puramente normativas, quen o pueden ser falsadas por ningún conjunto (aunque sea infinito) de fenómenos o de hechos.

    Fíjate en el ejemplo que traes de Platón. Supongamos que encontramos que una persona justa y malvada sea feliz. ¿Falsaría esto, de alguna manera, la teoria de Platón? De ningún modo: si encontrásemos una persona así, diríamos en verdad que no es una persona "normal", "como hay que ser", sino un monstruo. Porque lo que estamos haciendo es discutir qué es, a priori, una persona. Es decir, estamos tratando del concepto normativo de persona. Pero tu ejemplo supuesto (un malvado feliz) está presuponiendo un cierto concepto de persona.
    Pon una analogía. Imagínate que yo digo que todo caballo es un ser vivo. Tú podrías decir que esto predice ciertas cosas, y que si nos encontramos un caballo sin vida (quizás porque le falte el corazón, o no tenga cabeza) eso falsa la tesis de que los caballos son seres vivos. Pues no.

    Ahora piensa en la tesis ortodoxa de la libertad. Según tu razonamiento, si encontramos una persona que no interpreta sus "errores morales" como culpables y malvados, sino como fruto de la ignorancia, la teoría de Aristóteles quedaría falsada. Pero, dado que esos personajes existen (por ejemplo, Sócrates, o Cristo -perdónalos, porque no saben lo que hacen-), la teoría ética de Aristóteles es falsa. Pero no es así. Y, de hecho, los argumentos que ofrece Aristóteles son todos de tipo puramente lógico, es decir, que no remiten a ningún hecho (¿qué hecho falsaría que los seres son libres cuando tienen en sí el principio de acción", etc?). Aristóteles está teorizando acerca de cómo debe ser una persona, y un debe es siempre infalsable (que es la piedra donde cae todo naturalismo y todo contingentismo en general).

    Pero, además, cuando una teoría adolece de una contradicción, ya no hace falta recurrir a los hechos, porque es imposible que sea válida, a priori. Pues bien, los argumentos que estoy discutiendo se mueven todos en un terreno completamente apriorístico o "lógico": simplemente delato la inconsistencia (en mi opinión) del sintagma "acción mala". Esto tiene validez incluso aunque no hubiese un mundo material donde se diesen acciones buenas o malas.

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  5. De acuerdo, J. Antonio. Creo que lo he entendio. Gracias.

    Raus

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  6. Juan Antonio,
    obviamente, salta a la vista, yo pertenezco, mal que me pese, a la población vulgar. Sería una tontería no reconocer las propias limitaciones. Admitido esto, digamos que no sé si lo que tengo son objeciones contra la teoría de Sócrates o simplemente dudas. Sea lo que sea, voy a entrar en materia sobre un par de cuestiones. Acerca de tu réplica de ayer he de decir que veo con total claridad que llevas razón cuando me explicas que las teoría no tienen por qué predecir hechos. De lo que aquí tratamos es de si es o no lógicamente consistente el sintagma “acción mala”. Intentaré ceñirme, por tanto, al meollo lógico de la cuestión.

    Sobre el problema de si un sujeto ignorante que obre erróneamente puede ser feliz me dijiste que, según Sócrates-Platón, no lo puede ser. Trascribo tu respuesta:

    “Por supuesto, todo el mundo está feliz por estar haciendo lo que cree que es mejor, pero si esa creencia es equivocada, se estará perjudicando a uno mismo, y esto le hará infeliz. Por ejemplo, persigo tener más riqueza material porque creo que es lo mejor, pero después descubro que eso me ha hecho empobrecerme como persona, y por eso no soy feliz.
    El proabortista está feliz con su opción, porque cree que está haciendo bien (no está matando a personas, está favoreciendo la libertad de la mujer), igual que el antiabortista está feliz con la suya (cree justo lo contrario). Pero quien de los dos tenga (más) razón, ese será más feliz, según Platón y Sócrates, porque se estará ajustando a la naturaleza de las cosas, y todo le funcionará mejor. Por ejemplo, supongamos que sea el proabortista el que esté equivocado: su desestimación de la dignidad de un no-nacido implicará que tampoco pueda racionalmente valorar mucho más a un recien nacido, o a una persona en coma, etc. Seguramente su mundo moral será más pobre, menos cuidadoso con la dignidad. Seguramente él mismo se considerará menos valioso, pues hay muchos aspectos suyos en los que él es algo simplemente potencial y no actual, y si rechaza que lo potencial tenga derechos, tiene, razonablemente, que negárselos a sí mismo en esos aspectos en que él no ha realizado aún ciertas presuntas potencialidades, etc.”

    Raus
    sigue...

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  7. Lo cierto es que nada de todo esto lo veo claro. Las personas vulgares cometemos, continuamente, errores intelectuales de bulto, es fácil que caigamos en contradicciones flagrantes y, te diré más, nada tiene de raro que la misma percepción de estos errores nos dé más o menos igual, aunque no necesariamente a todos y no siempre. Un pro-abortista desprecia la potencialidad de un embrión humano y, sin embargo, no tiene por qué despreciar la de un recién nacido. Pienso que estás en un grueso error cuando afirmas que “si rechaza que lo potencial tenga derechos, tiene, RAZONABLEMENTE, que negárselos a sí mismo en esos aspectos en que él no ha realizado aún ciertas presuntas potencialidades”. ¡Razonablemente!, dices. No has dicho tú nada, querido amigo. Si el vulgo es lo suficientemente ignorante y poco razonable como para cometer errores intelectuales recios (digamos, por ejemplo, el de no considerar el potencial del embrión), ¿hemos de atribuirle la racionabilidad suficiente como para ser coherente con sus ideas? Porque, J. Antonio, lo que tú me estás diciendo es, por un lado, que el vulgo es poco razonable, por no decir tonto (dices, de hecho, que el vulgo cree muchas tonterías), y, por otro, justo lo contrario: que es lo suficientemente razonable como para ser coherente con sus ideas. Es decir, en el caso que tratamos, que el pro-abortista será capaz de darse cuenta de que debe aplicar el mismo criterio al hombre en coma que al embrión humano, o el mismo criterio para sus potencialidades que el que aplica a las potencialidades del feto. Pues no. Si al hombre vulgar le niegas solvencia al razonar, no puedes, razonablemente, atribuirle coherencia. Obviamente, no estoy diciendo que no haya personas que estén en la situación que tú describes, pero niego que sea lo común o lo más frecuente. Más bien es lo excepcional. Tu esquema se corresponde, más bien, con el de la persona no muy vulgar: una persona que le da vueltas a las cosas de continuo y que acaba percibiendo contradicciones y errores en sus ideas. Hablas, creo yo, de un pensador.

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  8. No obstante, supongamos que llevases razón al decir que el vulgo es coherente con sus ideas originales: si niega la potencialidad de A, también negará la potencialidad de B. En tal caso, me pregunto: ¿pero por qué le causa infelicidad al sujeto pro-abortista despreciar la potencialidad del recién nacido o la del hombre en coma, etc.? La respuesta, pienso, sólo puede ser ésta: le causa desazón o infelicidad saber que está defendiendo algo erróneo. Si creyese estar en lo cierto, ¿como podría sentirse infeliz por ello? Cree, en realidad, que ese recién nacido sí debe ser sujeto de derechos. Entonces, si esto es lo que cree y siente, ¿cómo es posible que siga defendiendo la idea de que el recién nacido no tiene derechos? Porque es evidente que este sujeto no está haciendo lo que cree mejor. Y precisamente porque no hace lo que cree mejor o bueno se siente infeliz. Y si esto es así, la tesis de que las personas eligen lo que creen mejor, es necesaria y palmariamente falsa.
    Por otro lado, si la razón (¿pues qué si no?) le dice al sujeto que es malo o injusto despreciar los derechos del recién nacido, ¿por qué no le hace caso? ¿Por qué hace caso omiso de lo que dicta la razón?
    si el sujeto no hace caso de lo que le dicta la razón, seguirá porfiando en su error. En tal caso, no será cierto el supuesto socrático de que la persona sigue el dictado de la razón. ¿Por qué porfía el sujeto en el error que le causa infelicidad?
    Si, por el contrario, el sujeto percibe el error y, razonablemente, rectifica, dejará de ser infeliz. Salvo que lo entienda mal, la tesis socrática de que el error causa infelicidad, nos lleva, lógicamente, a la conclusión de que el sujeto acabará rectificando. Es decir, al final todo el mundo será sabio.



    Pues si el sujeto no percibiese que está en un error (que es erróneo no estimar la potencialidad del recién nacido...), ¿cómo podría sentirse infeliz por tal error? Si no hay conciencia del error, no puede haber infelicidad. Si la hay, el error debe rectificarse de inmediato. Si no se hace así, entonces es que la persona no sigue el dictado de la razón. ¿Cuál es, en tal caso, el motor o causa de su
    conducta?

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  9. La siguiente cuestión es acerca de la supuesta irracionalidad del sentimiento de culpa y la mala conciencia. Discúlpame, pero yo creo que los socráticos tenéis cierta dificultad para desprenderos ciertas formas de expresión aristotélicas, por así decir. ¿El sentimiento de culpa es irracional? Dices que lo es porque no hacemos el mal conscientemente. Recuerdo que en una de las entradas anteriores, dedicada al aborto, decías que hay muchos izquierdistas que tienen mala conciencia por no luchar (o por conculcar) por los derechos del no nacido. ¿Dónde reside la irracionalidad aquí? ¿Es cierto que hacen algo mal, que se equivocan al no defender al no nacido? Si es cierto que hacen algo mal y se sienten mal por ello, ¿cuál es la irracionalidad que cometen por sentirse mal? ¿Y cómo podrían sentirse mal si no fueran conscientes del mal que hacen?
    La mala conciencia de ese izquierdista pro-abortista es, simplemente, el reconocimiento de que está haciendo algo mal (no de que hizo algo mal en un momento muy concreto del pasado) en el presente y que, contra lo que le dicta la razón, porfía en el error. Porque, de nuevo, si el pro-abortista desoye la voz de la razón (hay que defender al no nacido), no podemos decir que esté eligiendo lo que considera mejor o bueno. Ni podemos decir que sea el intelecto quien esté al mando de la conducta de la persona. Al menos no siempre.

    En fin, J. Antonio, como ves, he intentado ceñirme a la parte lógica del debate. Que haya mucha o poca gente que diga sentirse culpable de algo, no constituye para mí una prueba de nada. Espero, como siempre, tus ponderadas razones, pues si estoy equivocado, mi deseo es dejar de estarlo (supongo que esto suena algo más socrático).

    Saludos.

    Raus

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    1. Raus,
      hoy y seguramente la mañana de mañana me será imposible contestar a lo que escribes. Lo haré en cuanto pueda. Muchas gracias por tus argumentos.
      Cordiales saludos

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  10. De acuerdo, amigo, no pasa nada.

    Cordiales saludos.
    Raus

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  11. Querido Raus,
    Comento tus últimos comentarios:
    Antes de nada, no es que quien defiende el intelectualismo socrático-platónico sea una persona de la élite moral y quien defiende otra cosa lo sea menos. En todo caso sería de la élite moral quien llevase a la práctica esa teoría (si es que es la correcta) y realmente intentase siempre comprender al otro, y no culparle sino querer enseñarle, etc. Uno puede ser “no practicante”. Quizás Aristóteles fuese mejor persona que Platón incluso según los criterios platónicos. Lo digo por la manera en que empiezas tu primer comentario. Yo no me considero menos del vulgo moral que otros, por el hecho de que comparto teóricamente el intelectualismo moral (aunque aquí hay una paradoja que te dejaré que me plantees, si quieres).

    Pasando al contenido. Argumentas que como no parece cierto que las personas sean siempre consecuentes o “razonables”, podría ser (y es de hecho habitual, según crees) que una persona no sea infeliz por estar actuando erróneamente, al no ser consciente de su contradicción. Parece que yo digo, por una parte, que la gente es normalmente poco razonable, y, que por otro lado supongo que van a ser lo suficientemente coherentes como para sufrir por su ignorancia. Si le causase infelicidad a uno porque nota su error, tendría que dejar de caer en él.

    Entiendo el malentendido, pero creo que es fácil de resolver.
    Yo creo que las personas hacen, en todo momento, lo que creen que es mejor, es decir, que actúan según su mejor criterio. Por eso, creo también, están en general contentos o felices con su conducta. Y hacen bien. No somos unos completos infelices, sino que en general estamos a gusto con lo que hacemos, porque creemos que, básicamente, hacemos lo que es mejor. Yo, por ejemplo, tengo básicamente la “conciencia tranquila”, porque (creo que) hago lo que creo que está bien, aunque haya quienes pensarían y seguro que de hecho piensan de mí que soy un malvado no sé qué (consumista, oscurantista, defensor de los malvados e irresponsables adolescentes, anarquista… o yo qué sé qué otras cosas). Y estoy seguro de que los nazis vivían fundamentalmente con la conciencia tranquila, aunque pensasen que lo que les había tocado hacer era muy difícil y doloroso, pero justo y necesario (exceptuando a los cobardes, para los que hace falta una explicación aparte, que también provee el intelectualismo –luego lo menciono-). Casi cualquier teoría moral (salvo quizás un tipo de protestantismo extremo) creo yo que está de acuerdo en esto: los momentos de los que nos “arrepentimos” son los menos, y son los que hay que explicar. Así pues, puesto que soy feliz en la medida en que hago lo que creo que está bien, esto es muy coherente desde la perspectiva intelectualista moral.
    Pero también lo es que, puesto que lo que creo que está bien no lo es realmente, sino que estoy en un error sobre muchas cosas si no todas, sea también infeliz. Y es que, aunque a nivel superficial todos estemos básicamente contentos por estar haciendo lo que creemos correcto, a otro nivel o en otro aspecto todos somos infelices, pero no sabemos bien por qué. Y la razón, según el intelectualista, es porque estamos equivocados sobre “qué somos y qué nos conviene, por tanto, hacer y padecer”, como decía Sócrates, o sea, porque lo que creemos que está bien no es lo mismo que lo que realmente está bien. Por eso no actuamos como deberíamos, sino solo como creemos que deberíamos. Y aquí está el foco del malentendido en que hemos caído (porque no me expliqué con claridad): (sigo)

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  12. Y aquí está el foco del malentendido en que hemos caído (porque no me expliqué con claridad): a un nivel superficial consciente, la gente intenta ser todo lo coherente que sabe (porque la incoherencia produce desazón e infelicidad), pero hay una incoherencia en las propias cosas, que opera inconscientemente o semiconscientemente, y que produce una infelicidad cuya causa no somos capaces, por tanto, de diagnosticar. “Si estoy haciendo las cosas correctamente, nos preguntamos, ¿por qué no soy feliz?” Porque la propia naturaleza de las cosas guarda una coherencia que no se corresponde con nuestra creencia acerca de ella. Si yo creo que lo más importante que hay en el mundo es satisfacer ciertos deseos míos, porque creo que somos seres en un mundo donde nada tiene sentido y solo puede dárselo la emoción, actuaré en consecuencia, pero quizás estoy muy equivocado sobre qué soy yo y cómo debería vivir, y esto producirá que las cosas no “funcionen” según mi plan y no sea verdaderamente feliz. A esto me refería cuando decía que, por coherencia, será infeliz quien crea algo equivocado.
    Tomemos el ejemplo del defensor del aborto. Él cree (como el antiabortista) estar haciendo lo correcto: tiene argumentos que le dicen que el aborto libera a la mujer de una dependencia que va contra su voluntad, y no cree (porque realmente es muy discutible) que un conjunto de células humanas de unos meses sea una persona, o que un ser que no tiene conciencia de sí mismo y tiene menos nivel de consciencia que una liebre, sea sujeto de derechos (no son precisamente estúpidos intelectuales los partidarios del aborto e incluso del infanticidio –por ejemplo, Peter Singer-). Por tanto, no está haciendo ningún mal a consciencia. Y se equivocaría si atribuyese eso al anti-abortista: también este está defendiendo lo que cree que es mejor.
    Pero, es más, supongamos el caso (excepcionalísimo) de que una madre cree que el feto es un ser humano, su hijo, y que tiene derechos, pero aún así prefiere sacrificarlo por su propia felicidad. La descripción que hace el intelectualista moral de esto es que esa persona (si es que no está poseída por una pulsión irrefrenable, que la eximiría de toda responsabilidad) elige eso porque cree que lo mejor que podemos hacer en la vida es ocuparnos de nuestra propia felicidad, y que esta puede conseguirse de esa manera. Esa persona, dirá el intelectualista moral, ignora radicalmente qué es una persona, qué es ella misma, y que de ninguna manera podrá ser feliz así, pero no está haciendo el mal adrede.
    (sigo)

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  13. Entonces queda por explicar los casos de “mala conciencia” o “arrepentimiento” o “sentimiento de culpa”. Estos son un reto para el intelectualista, y parecen apoyar la maldad voluntaria. Pero yo creo que no es así. Por empezar por el ejemplo que pones y que me recuerdas que dije yo: “una de las entradas anteriores, dedicada al aborto, decías que hay muchos izquierdistas que tienen mala conciencia por no luchar (o por conculcar) por los derechos del no nacido. ¿Dónde reside la irracionalidad aquí?... La mala conciencia de ese izquierdista pro-abortista es, simplemente, el reconocimiento de que está haciendo algo mal (no de que hizo algo mal en un momento muy concreto del pasado) en el presente y que, contra lo que le dicta la razón, porfía en el error”) yo ni mucho menos creo esto.” Yo no creo esto en absoluto. Ellos (y durante mucho tiempo yo estuve en esa situación, porque era partidario del aborto, y ahora no te creas que lo tengo tan claro) creen que defender el aborto es lo mejor que podemos hacer en justicia. Ahora bien, por momentos, algunos también son más o menos conscientes de que hay puntos débiles, especialmente cuando se trata de determinar en qué momento comienza a existir una persona, y evitan, en el momento concreto del debate más político, esta discusión. Tampoco esta evitación es maldad (falta de franqueza), como no lo es la de que los contrarios al aborto eviten en la discusión más política aquellas partes de la discusión que les son menos favorables, sino que se trata de oportunidad razonable. Esa consciencia de cierta falta de fundamento en tal o cual aspecto de lo que uno cree, es lo que llamé, desafortunadamente (retóricamente), “mala consciencia”. Me equivoqué al usar esa expresión.
    Pero incluso suponiendo que uno crea que algo que está defendiendo es falso pero que es preferible defenderlo por otros intereses, esto no va contra el intelectualismo moral: esa persona cree que hay cosas más valiosas que la verdad, y en eso está seguramente equivocado, pero no hace mal adrede: él quiere lo que cree mejor.
    Entonces, ¿cómo hay que explicar, en general, el fenómeno del “arrepentimiento”? Pensaba dedicar alguna entrada a esto, pero adelanto aquí lo que creo: decir que nos arrepentimos de lo que hicimos, como significando que reconocemos que hicimos mal adrede, es una interpretación psicológica, muy habitual (a nivel superficial) porque la mayoría de las personas cree en la teoría moral de la culpabilidad, y por tanto tienden a interpretar a su luz los hechos morales, incluso los propios. Pero en realidad, según el intelectualista moral, es una interpretación errónea: el arrepentimiento es el sentimiento de dolor por haber visto que se hizo algo equivocado. El verdadero estado psicológico de quien se arrepiente no es “hice el mal a sabiendas” sino “metí la pata”, “me equivoqué” (como dijo el Rey). Ahora veo que aquello no había que haberlo hecho así, pero en aquel momento creía que era lo que había que hacer.

    (sigo)

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  14. Por supuesto, esto es más complejo de lo que parece. Voy a intentar evitarte malas interpretaciones, analizando diversos supuestos generales:
    -uno pudo actuar bajo un impulso (en un ataque de celos él mata a su mujer). Al rato, se arrepiente, que significa que le resulta odioso haberse dejado llevar por un impulso, pero realmente no pudo reprimirlo. Aquí no hay ninguna culpa, en cuanto maldad de voluntad, aunque lo pagará bien caro (o barato, según otros)
    -uno pudo, en cambio, actuar muy fríamente (diseñó vengarse de su mujer, porque cree que se merece esa justicia). Esto puede estar equivocado, pero no pretende ser un mal, salvo como es un mal (“merecido”) todo infligir un castigo.
    -incluso supongamos que actuó fríamente y con consciencia de que lo que hacía estaba motivado por razones puramente egoístas y “malas”. Este, que es el caso más límite e interesante, consiste en que en nuestra mente compiten, a veces muy duramente, diversas posibilidades, ninguna de las cuales es claramente superior a la otra, y entonces puede ocurrir que un pequeño argumento incline la balanza a favor de una, pero nunca apagará la “sensación” de que muy probablemente nos estemos equivocando, etc.

    En fin, lo dejo aquí de momento. Ni remotamente se me ocurre pensar que esto soluciona claramente el problema. Eso sí, te rogaría que pienses en qué psicología hace falta para explicar la culpa, y en el argumento fundamental que estoy dando en estas entradas. ¿Qué relación tiene que haber entre entendimiento, voluntad y sentimientos, para que sea posible la culpa, la maldad adrede? Y te planteo también lo siguiente:

    - supongamos que, como pareces creer, una persona puede ser completamente feliz pese a hacer el mayor mal (que es lo contrario de lo que piensa el intelectualista): ¿qué razón tiene, entonces, para actuar “bien”? ¿Por qué no sería el mayor bien la felicidad, y la felicidad propia?

    - ¿cuál de estas dos cosas es peor (más perjudicial para uno mismo): sufrir un daño, o infligirlo? Y ¿qué se sigue de responder una cosa o la otra?

    Cordiales saludos

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  15. Querido J. Antonio,
    disculpa el retraso en contestar. Llevo unos días muy ajetreado. En cuanto me sea posible, iré escribiendo la respuesta.

    Cordiales saludos.
    Raus.

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