miércoles, 15 de agosto de 2012

De la naturaleza (moral) de la Técnica


Si uno cree que deberíamos ser austeros o sencillos, puede parecerle muy natural poner en cuestión, si no es que rechazar casi directamente, la técnica, al menos como algo sistemático y omnipresente en la vida humana. El “rechazo” de, o la prevención contra, la técnica, congrega a ideologías muy distintas, desde diversas formas de ecologismo hasta la mayoría de las iglesias (con la interesante excepción de las que convierten a la propia técnica en el gran medio para la religión). Tampoco es inusual encontrar profesores que cuestionan (y no en todos los casos –aunque sí en muchos- por una personal ignorancia) las bondades de las nuevas tecnologías.
Por supuesto, muy pocos están dispuestos a seguir a los amish o a los naturistas más radicales, pero, sin llegar a esos extremos ¿no hemos otorgado, podríamos y deberíamos preguntarnos, un lugar demasiado privilegiado, en el esquema de significado de nuestras vidas, al uso de medios artificiales en general? Creo que esto es verdad en un cierto inofensivo sentido, pero creo que es un fundamental error en un sentido muy importante, y querría hacer algo aquí para rechazar el rechazo de la tecnología.

¿Qué es la técnica? ¿De dónde viene su presunta omnipresencia? ¿De dónde viene su rechazo?

Cualquier definición que se quiera dar de la técnica presupondrá necesariamente la distinción, clara y, para muchos, radical, entre lo natural y lo artificial. Hay cosas que son por naturaleza y cosas que son el producto “artificial” (o sea, por obra de “arte” o producción) de seres… ¿naturales?: algunos exigirán incluso que sean inteligentes. Aristóteles proponía un criterio claro para demarcar uno y otro género de entes: los que son por naturaleza tienen un principio natural intrínseco, que tiende siempre a lo mismo; los que son por techne, en cambio, reciben de fuera el principio de su entidad como artificio, de modo que no tienden por naturaleza a eso. La madera que uso en una mesa se comporta como madera: se va muriendo tras ser cortada, produce el mismo humus al descomponerse, etc.; la mesa, en cuanto mesa, no se comporta o evoluciona como mesa ni como ninguna otra cosa: no va hacia nada, no nace ni muere, no crece ni decrece ni se reproduce… A la mesa le ha dado su principio la inteligencia humana; a la madera, se la ha dado la propia Naturaleza, o Dios mismo. Natural y Artificial son dos tipos de entes, aunque el segundo necesite, como materia, algunos del primero.

¿Por qué la técnica, sea para bien o para mal, es tan importante para nosotros? La historia humana es, según muchos, esencialmente o en un aspecto esencial, la historia del homo faber, y esa es la historia de la cada vez más honda transformación de lo “natural” en “artificial”. El deseo o el interés del hombre por adaptar las cosas a sí, unidos a su profunda sagacidad, ha producido en la naturaleza una transformación sin parangón. Pero si uno mira esta historia con una perspectiva moral, encuentra luces y sombras. La tecnología ha producido medicinas, viviendas, libros y tabletas electrónicas; también venenos y bombas; ha servido para la salud, el bienestar y la cultura, pero también para la enfermedad, el deterioro del entorno, la desigualdad, la explotación, la deshumanización industrial y la manipulación. Hecha la cuenta, ¿no habrá sido, como creía Rousseau, mucho peor que mejor ese salirse de la naturaleza sencilla de las cosas? ¿Y si lo que llamamos salud, cultura, bienestar, vida… está totalmente desencaminado del sentido al que estamos llamados?

Una de las reflexiones más hondas sobre (contra) la técnica es la de Martin Heidegger. Quizás sus tesis recogen de forma profunda todo lo que puede haber contra la técnica. La técnica es, dice Heidegger, la última forma que adopta el olvido del Ser, y, por tanto, del olvido esencial en que nos hemos extraviado los hombres (el dasein). Este extravío empezó en Grecia, con Platón, cuando se confundió el Ser con el orden de los entes o cosas. Los entes se pueden ordenar, y unos guardan o se puede representar que guardan una relación de jerarquía (causal) con otros. Pero el misterio al que está llamado el Pensamiento no es qué orden es mejor atribuir a los entes, sino qué es aquello que, sin ser ente o cosa, estando “fuera” de la coseidad, hace posibles a las cosas. Y esto, el Ser, no es ya parte de un orden causal-lógico-representacional, sino algo totalmente heterogéneo, diferente, tan diferente que su diferencia no es una diferencia óntica (entre un –tipo de- cosa y otra) sino ontológica: la Diferencia ontológica, o Diferencia sin más, separa el ámbito u orden de lo ente, lo dado, lo representable y manipulable, del ámbito del Ser, de lo irrepresentable e inmanipulable. La confusión de ambos ámbitos es la confusión sin más, y se llama Metafísica, de la cual, la ciencia positivista moderna y la técnica son meros subproductos.
La actitud que el Pensamiento tiene que guardar hacia uno y otro ámbito es, desde luego, radicalmente diferente: el pensamiento óntico y metafísico es un pensamiento que racionaliza o mide las cosas, las organiza y las transforma, las manipula y las ordena. Es un pensamiento activo-técnico. La actitud que debería dedicarse al Ser es muy otra: al Ser va uno con una actitud de entrega, de abandono, para dejar que el Ser se dé en el claro que quedaría una vez hubiésemos retirado todo lo que estorba, o sea, todas las cosas o sus representaciones. Se trata de un paso atrás:

“¿Cuándo y cómo llegan las cosas como cosas? No llegan por las maquinaciones del hombre. Pero tampoco llegan sin la vigilancia atenta de los mortales. El primer paso hacia esta vigilancia atenta es el paso hacia atrás, saliendo del pensamiento que solo representa, es decir, explica, y yendo hacia el pensamiento que rememora. El paso hacia atrás que va de un pensamiento al otro no es ciertamente un simple cambio de toma de posición. (…) Este paso atrás lo que hace es abandonar la zona de la mera toma de posición”. (La cosa)

No en vano el pensamiento heideggeriano es a menudo asociado (y el propio Heidegger dio pie a esto) con el budismo zen y otras formas de mística del abandono (cierta interpretación del maestro Eckhart, etc.). He tratado de todo esto en mi blog dialecticayanalogia.

Se puede decir, entonces, que hay tres elementos de este pensamiento, que son esenciales también en relación con el asunto de la técnica:

-         La tesis de la Diferencia radical entre Ser y Ente,
-         La actitud de entrega y “abandono”, propia del pensamiento del Ser, frente a la actitud “proactiva” de la Metafísica y el Racionalismo.
-         El anti-racionalismo: la forma en que se accede a ese darse del Ser no es la del Logos (salvo que se entienda este en un sentido truculento, como intenta hacer Heidegger “traduciendo” bajo tortura al término en los presocráticos), sino una forma más cercana a la del poeta o una forma decisionista o voluntarista.

Creo que estos elementos (que guardan una fuerte coherencia entre sí) definen (aunque se entiendan de forma algo diferente en cada caso) lo que podríamos llamar la esencia de todo pensamiento anti-técnico. El ecologismo en general “traduce” esos dos elementos de la siguiente manera:

-         Hay una diferencia radical entre lo Natural y lo Artificial
-         La actitud correcta ante la Naturaleza es la no intervención, el “respeto” de lo que es, sin intentar transformarlo.
-         Esa actitud ante la Naturaleza tiene que ser menos racionalista y más emocional. Seguramente es el falogocentrismo el causante de todas las desgracias.

Suponiendo que esta caracterización de lo mejor de todo pensamiento antitécnico sea correcta, me parece que debe ser rechazada. Y no es esa en la austeridad o sencillez en la que yo (siguiendo a Platón) estaba pensando.

El punto clave es el de la diferencia radical entre Ser y Ente, o, en términos “ecologistas”, lo Natural y lo Artificial. Que nuestra realidad está radicalmente escindida, sin posibilidad de mediación representacional y racional, es una tesis esencial al pensamiento moderno, y que se puede identificar tópicamente como lo Judío y su dios Totalmente Otro, frente al representacionismo griego, para quienes los dioses eran “visibles” o las Ideas se manifestaban como copias. El final de la “Edad Media” y el comienzo de la “Moderna” en esencia consiste, ideológicamente, en el rechazo del racionalismo escolástico (tomista) y la reivindicación de una vuelta a un Dios escondido, al que no se puede llegar más que por la fe y contra esa prostituta de Satanás que es la Razón. El dios aristotélico o platónico no es suficientemente trascendente para Lutero: es al fin y al cabo una cosa más, comprensible, sujeto al orden (aunque sea el primer elemento del orden), que tiene que dar cuentas y razones de sus designios. Esto es soberbia humana, dice lo moderno, y los filósofos son una tentación que, como ya dijera Pablo, hay que rechazar.

La diferencia luterana entre Dios y el Mundo, el Espíritu y la Carne, ha adoptado diversas formas a lo largo de la filosofía moderna, pero apenas ha sido puesta en cuestión: La cosa en sí (solo accesible como postulado moral pero no para la ciencia) frente a los fenómenos mecánicos, en Kant; la Voluntad frente a la representación; la Voluntad de voluntad; lo ético-estético-místico de Wittgenstein; lo totalmente Otro de los filósofos judaizantes del siglo XX (desde Buber a Derrida)… Si hay un común denominador de lo moderno, es este: el pensamiento de la diferencia radical, de la desconexión del mundo con su sentido, sobre todo de la desconexión racional.

Este dualismo radical produce (pasando al segundo de los tres elementos que hemos señalado) el rechazo de la actividad, entendida, sobre todo (yendo hasta el tercero), como actividad racional. Para los griegos o “lo Griego”, la actividad de transformación es energeia, y no es, por supuesto, contranatural, sino parte de la naturaleza del ser; en el caso del ser humano (y quizás otros), de un ente inteligente. La actividad es la manera de desenvolver y realizar el telos propio de cada ente. Este telos, esta entelequia, eso sí, pone fines y límites claros a lo que se debe y no se debe transformar: los límites de la razón y para desarrollar un mundo conforme a razón, una vida humana buena, y aquí es donde tiene lugar y justificación la austeridad o “moderación”. Pero todo esto es imposible para el pensamiento moderno: puesto que el Sentido ha quedado desvinculado de las cosas naturales, que son mecánicas y sin fines propios (los fines son una antigualla griega), no hay un fin propio y racionalizable, y la actividad libre se convierte en pura espontaneidad, que no tolera justificación (como no la tolera el mismo Dios, convertido en un tirano absoluto).  A la vez, el hombre, como (único) ser espiritual de este mundo, se ha enajenado más de la naturaleza, y su grandeza no cabe en el mundo de la carne. Solo el hombre puede hacer el bien y el mal absolutos. Solo él puede pecar y salvarse.

La gran tragedia moderna es este irracionalismo y voluntarismo modernos, como he argumentado en otros lugares, y aquí doy por supuesto. Supuesto, entonces, una perspectiva racionalista, ¿qué se sigue respecto del asunto de la técnica?

¿Qué es la técnica?, preguntémonos otra vez. La distinción natural / artificial, hay que señalar ahora, es una distinción secundaria, en el seno de la Naturaleza con mayúsculas. No hay una heterogeneidad radical, entre espíritu y carne, hombre y naturaleza. Natural es todo, desde el electrón hasta el twitter, pasando por el nido y la madriguera. Podremos (relativa, no absolutamente) llamar artificial a algo en la medida en que es el producto de un determinado ente natural, pero todo ente natural es un ente natural y “producto” de la (actividad de la) Naturaleza en su globalidad: un nido es artificio del pájaro, pero es, a un nivel global, un producto de la actividad de la propia naturaleza en su conjunto, y lo mismo pasa con un ordenador o un teléfono móvil. La técnica es la actividad por la que un ente se expresa en la naturaleza. En un planeta donde haya seres vivos, estos habrán modificado el medio, dejando su huella. Es su designio y su mandato natural.

El problema no es pues, hacer o no hacer, transformar o no transformar (un ser que no transforme en absoluto es un muerto: la actitud de la no-intervención lleva a la muerte, como dijera Nietzsche), el problema es cómo debemos transformar las cosas, o sea, qué conductas y “artificios” son correctos. Esta transformación no es solo compatible con el respeto de la “naturaleza”, es decir, de los designios naturales de otras entidades, sino que ese respeto es algo esencial a la conducta correcta. Es correcto que el castor modifique el curso del río y es correcto que el hombre fabrique libros.
El problema es que el hombre no sabe lo que verdaderamente quiere o lo que es correcto. Es más, cree que no puede saberlo, porque lo ético no es objeto de saber, sino de “espontaneidad”, es decir, de imprevisibilidad. Siendo esto así, claro que la mayoría de las acciones pueden ser muy perniciosas: es como “darle a un mono una cuchilla”. Al haber disociado lo moral de lo científico-natural, el hombre moderno no sabe ni se pregunta racionalmente qué hacer. Así es fácil concebir a la tecnología como un poder subjetivo y devastador. ¿Qué bondad tiene el poder en manos de un ignorante?, preguntaba Sócrates al irracionalista y muy moderno Trasímaco.
Además, la disociación de hombre-espíritu / naturaleza-carne, da legitimidad a cualquier trato con las cosas que no sienten.

El problema no es la técnica, sino el irracionalismo, es decir, la confusión en que el hombre está con respecto a su auténtica naturaleza y sus fines. Platón subordinaba la matemática y su técnica a la dialéctica, es decir, a la moral racional, a la convicción de que hay y la búsqueda de cuál es una finalidad propia. Solo quien piense que todo está perfectamente como está (es decir, quien sacralice-fetichice el estado actual de la realidad), creerá que toda intervención tiende a deteriorar. Este es un pensamiento religioso muy básico, el de las mentes primitivas que pensaban que todo estuvo perfecto al principio y se degrada desde entonces.
Pero es una falsa dicotomía la que enfrenta a tecnología-devastación contra primitivismo-respeto. Es la misma falsa dicotomía que enfrenta, rousseanianamente, sabio-malvado o ignorante-bondadoso u otras dicotomías semejantes.

En lugar de demonizar el uso de móviles y ordenadores, condenemos el pensamiento irracional. La tecnología, bien usada, no solo no es incompatible con la naturaleza: la naturaleza solo es posible, a largo plazo, con ella.

12 comentarios:

  1. Aunque estoy de acuerdo, Juan Antonio, en que debemos condenar el "pensamiento irracional", subordinar la técnica a la ética y no rechazar la tecnología en sí misma, creo que también debemos reconocer que la tecnología no es neutral, es decir, de que esta es intrínsecamente política y moral, ya sea un martillo, ya sea el astromóvil marciano Curiosity. La televisión o las centrales nucleares, por ejemplo, nacen de y fomentan la centralización política, la desigualdad y la heteronomía. Otras tecnologías, sin embargo, favorecen comportamientos más igualitarios.

    En ese sentido, sugiero tres lecturas: En ausencia de lo sagrado (Mander), Superficiales (Carr) y la distinción entre técnicas autoritarias y técnicas democráticas de Mumford (PDF online).

    Un saludo :D

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  2. Hugo,
    gracias por las recomendaciones.
    Estoy de acuerdo en que la técnica es moral y política: todo lo que hace el hombre (y yo creo que muchos otros seres vivos) lo es, y la técnica, en sentido amplio, es todo lo que hace el hombre, y en sentido estrecho, mucho de lo que hace. Sin embargo, creo que toda la moral de la técnica está en el que la construye y el que la usa, no en ella misma. Hasta la peor de las armas será inútil si no hay alguien que quiera usarla.
    Por otra parte, creo que hay que distinguir la génesis de algo (por qué llegó a nacer, y con qué propósito de lo creó, etc) de lo que esa cosa es y puede llegar a ser (y no digo que tú hayas confundido ambas cosas). La tele pudo nacer con el propósito que dices (no lo sé, te creo), o internet nació para ser una red de comunicación del ejército, pero se han independizado mucho de ese origen. Pasa con muchas cosas, que aunque nacen con un propósito "malo", acaban siendo buenas, por eso que Hegel llamó, más o menos, la astucia de la Historia.

    El problema de la televisión y las centrales nucleares, pues, en mi opinión, no son ellas, sino el uso que las personas les quieren dar.

    Un saludo :D

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  3. Te voy a enseñar uno de los textos que me han hecho cambiar de opinión. Aviso, no obstante, que si defiendo esta nueva posición es, por ahora, más por intuición que por razones contundentes. Pero como aquí estamos entre amigos, je... me siento cómodo hablando de estas cosas sin todo el rigor que sería necesario.

    "Como vamos a ver, la idea de que la tecnología es neutral no es neutral en sí misma: satisface directamente los intereses de quienes se benefician de nuestra incapacidad de ver en qué dirección avanza el monstruo. Yo no advertí el problema hasta los años sesenta. Entonces empecé a darme cuenta de lo entusiasmada que estaba nuestra sociedad con las supuestas posibilidades de la televisión. Los activistas la enfocaron como todos los demás, de forma oportunista, y empezaron a competir con otros sectores sociales por sus veinte segundos en los noticiarios. Se libró una especie de guerra por el acceso a este nuevo medio poderoso que transmitía imágenes parlantes a la mente de toda la población, pero el resultado estaba predeterminado. Deberíamos haber comprendido que las consecuencias inevitables eran que la tecnología televisiva estaría controlada por las sociedades anónimas, el gobierno y las fuerzas armadas. Teniendo en cuenta su escala geográfica, su costo, el asombroso poder de sus imágenes y su capacidad de homogeneizar ideas, comportamientos y culturas, las grandes sociedades vieron en la televisión un medio sumamente eficaz para implantar una forma de vida que satisfacía (y aún satisface) sus intereses. Y en momentos de crisis nacional, el gobierno y el alto mando militar consideran la televisión el instrumento ideal para el control centralizado de la información y el conocimiento. Mientras tanto, todos los demás aspirantes al control del medio se quedan en el camino."

    Mander, Jerry. 1996. En ausencia de lo sagrado. El fracaso de la tecnología y la supervivencia de las naciones indias, Plenum Madre Tierra, Palma de Mallorca, págs. 15-16.

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  4. Hugo, me alegra mucho que te sientas entre amigos, porque así es.
    Entiendo la inquietud de ese autor, pero no puedo estar de acuerdo con lo que dice. Exactamente lo mismo podría haberse argumentado contra los libros o la imprenta: serían un medio poderoso en manos de los poderosos. ¿Entonces la cosa es que no debemos desear, por ejemplo, un medio de expresión y comunicación masiva, porque es probable que caiga en manos de la oligarquía? ¿prescindiremos de internet, etc?
    El problema, sigo creyendo, es, no la tecnología, sino los "intereses" humanos. Y te diré más, el problema no es que haya unos pocos oligarcas que controlan todo, sino que el resto de la población, mayoritariamente, es como ellos, aunque le ha tocado estar abajo.
    ¿Qué podría hacer, por otra parte, un activista sin medios tecnológicos? El propio Mander (aunque no me gustan este tipo de argumentos ad hoc) publica libros, en el mercado de los ISBN. Lo hace, claro, con una editorial alternativa, pero es que eso es lo que pasa en los medios: al final no resultan controlables por los oligarcas. Igual que hay emisoras de radio alternativas, cada vez habrá más emisoras de televisión alternativas. Y si no llega a haberlas, el problema no será la televisión, insisto, sino los que la usan y usamos.
    Y, por seguir con argumentos indecentes, si hemos de deducir del título de su libro que cree Mander (lo digo con total desconocimiento) que las naciones indias son lugares donde se permite y fomenta la diversidad, no puede estar más engañado. Cada nación india (no todas a la vez, porque nadie podía estar en todas a la vez, ni abandonar la suya) era y es sumamente intolerante con la diferencia.
    Ese tipo de cosas son los que creo que es vital que, quien crea en el mejoramiento de la humanidad, debe evitar. La tecnología no es neutral, claro está: es buena, porque el poder es, en sí mismo, bueno; lo que es malo es el uso que se haga de él, es decir, socráticamente, la ignorancia. La televisión podría ser vía de información liberadora y educadora (salvo que uno crea, claro, que toda educación es manipulación). Y, de hecho, si comparamos algunos lugares donde no había información, la televisión fue una bendición. Te remito, por ejemplo, a la película "Las tortugas también vuelan", ambientada en el Iraq de la guerra, en una comunidad kurda. Para ellos, conseguir una antena parabólica era la manera de informarse mínimamente. Otro ejemplo: tengo una exalumna saharaui, "secuestrada" por sus padres (tiene 20 años y quiere vivir en España, pero su familia cree que esto es un foco de irreligión, y una mujer en el Sahara no es nunca una adulta -necesita autorización del padre o esposo, además del polisario, para "escapar" -y, por cierto, de esto no dicen nada las asociaciones prosaharauis, muy bienintencionadas-). Para ella, ver una televisión occidental sería un paso de gigante respecto de lo que está obligada a ver. La tecnología que hace falta para emitir una cosa u otra, es la misma, pero la mano que la mueve, no. Por tanto, me parece que no es la técnica la que es mala.
    Saludos cordiales

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  5. "¿Entonces la cosa es que no debemos desear, por ejemplo, un medio de expresión y comunicación masiva, porque es probable que caiga en manos de la oligarquía? ¿prescindiremos de internet, etc?"

    No es que sea probable que ocurra, es que siempre ocurre. Es cierto que existen radios alternativas, pero no dependen de ellas mismas. Necesitan de una infraestructura que ha sido creada gracias a la centralización. La escritura sobre papel, por ejemplo, es "un medio de expresión y comunicación masiva" mucho más descentralizado que Internet, y por lo tanto más deseable. Internet tiene innumerables ventajas, pero si no puede ser producido y controlado por una comunidad pequeña, entonces no me parece una tecnología que permita empoderar al ser humano, que para mí es lo primero sobre lo que edificar el resto, sino más bien al contrario: le hace perder autonomía a cambio de ciertas recompensas secundarias. Es más:

    "Al respecto, mantendremos la tesis de que Telépolis está en una situación neofeudal. Contrariamente a quienes piensan que Internet realiza el ideal de una democracia directa y global, en la que los ciudadanos participan de manera directa en el gobierno a través de la nueva ágora electrónica, en esta obra se afirma que, en su situación actual, las decisiones principales concernientes a la construcción de dicha urbe telemática escapan por completo al control de los telepolitas, es decir, de los/as ciudadanos/as de Telépolis. (…) En el Tercer Entorno [otra manera de llamar a Internet], como en cualquier otro espacio social, se produce una dura pugna por el poder y la riqueza, que están fuertemente concentradas en las telecuentas bancarias de unos pocos. Ellos son quienes impulsan la construcción y el mantenimiento del Tercer Entorno y quienes toman las decisiones más relevantes en dicho espacio social. (…) La lucha por el poder y la riqueza que genera E3 ha dado lugar a la aparición de una nueva forma de aristocracia del Tercer Entorno, que nosotros llamaremos señores del aire."

    Echeverría, Javier. 1999. Los señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno, Ediciones Destino, Barcelona, págs. 173-174.

    El día que vea una tecnología tan compleja como Internet estar realmente en manos de todos, como lo está el martillo entre los carpinteros, dejaré de creer que hay tecnologías intrínsecamente malas que nacen de y tienden por su propia naturaleza a perpetuar la centralización, la tiranía, etc. A día de hoy, eso no ha ocurrido. Por eso rechazo, al menos en la teoría, je... y de manera preventiva, toda institución que por sus grandes dimensiones no pueda ser controlada democráticamente. Paradójicamente, sin embargo, hago uso de ellas como cualquier hijo de vecino, o casi. Pero ahí entraríamos ya en el terreno personal. ¿Debe renunciar un luddita al uso de Internet para autoconsiderarse una persona coherente? ¿Tiene sentido criticar Internet desde Internet? No lo sé ;)

    Un saludo amistoso.

    PD. Sé que no he rebatido tus argumentos, pero al menos he explicado mejor mi posición, que no es poco :P

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  6. Hugo,

    es cierto que siempre ocurre que los medios son, parcialmente o en gran medida, dominados por grupos de interés, pero esto no impide que se avance en comunicación, porque ni los grupos de poder son totalmente totalitarios (sino que creen, parcialmente ,en la libertad del otro a hablar) ni lo controlan todo (no caigamos en el error de que son omnisabios y omniperversos: son como nosotros, porque somos nosotros, si bien no todos lo somos en la misma medida, y esto es también importante).
    Y la alternativa de prescindir de ello (de prescindir, por ejemplo, de esto que estamos haciendo tú y yo, comunicarnos en internet, en un blog donde digo todo lo que yo quiero -no digo que podría decir todo lo que ahora no se me ocurre que podría querer decir, ni digo que yo no esté controlado ya a priori, en la consciencia (lo cual habría de demostrarmelo el que lo dijera-) es peor. No creo que el hecho de que uses una tecnología como la de internet sea un mero asunto personal, como si fuese una irracionalidad tuya: creo que es razonable que la uses, y lo que no es tan razonable es un rechazo radical de algo que, sí, es perfectible, pero tiene bondades: y, ojo, re-re-repito, no es malo en sí mismo, sino porque somos "malos" nosotros. Si Telépolis es medievalizante es porque lo somos nosotros. No eran menos medievales en la edad media sin tener internet.

    En cuanto a la bondad de que un medio sea controlado por una comunidad pequeña o grande, yo diría que eso depende. Una comunidad pequeña puede ser muy pero que muy totalitaria. Es más, creo que una comunidad pequeña tiene todas las papeletas para ser cerrada y totalitaria, pero no voy a extenderme en eso ahora (lo dejo para otra entrada, quizás).

    Gracias por explicarte. Ya te digo que entiendo el miedo, y la motivación política.
    Un abrazo

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    1. Hugo,
      me extiendo un poquillo más en un tema: ¿qué sería de los actuales movimientos sociales alternativos sin, por ejemplo, twitter? Muchas cosas políticas se están gestando ahí, y eso va a ir a más. Por supuesto, a los que ocupan el poder les preocupa no controlar esa información, e intentará hacerlo, pero no lo conseguirán, o al menos debemos luchar (usando la propia tecnología) para que no lo consigan. Internet es un espacio virtual, tan real en sentido intelectual, como lo es una carretera o un campo. No debemos renunciar a derrivar las vallas que se le ponen al campo. Creo que los jóvenes conseguirán, mediante el poder de la tecnología, liberar algo a la sociedad.
      Y no confío nada en microcomunidades autónomas, a no ser que sean de ángeles. La estructura de poder está en nosotros, y aflora en cualquier entorno, pero si es un entorno cerrado y pequeño, estás mucho más jodido, porque no puedes escapar. Solo hay diversidad en espacios humanos grandes. Mi opción es el cosmopolitismo. Supongo que quizás me digas que para ti también, pero que eso no es incompatible con las pequeñas comunidades. Eso es cierto si esas pequeñas comunidades no tienen autonomía política total o soberanía. Si tienen soberanía, la única manera de luchar contra una injusticia que, desde fuera, se observe dentro de ellas es con la guerra.
      Un abrazo

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  7. "En cuanto a la bondad de que un medio sea controlado por una comunidad pequeña o grande, yo diría que eso depende. Una comunidad pequeña puede ser muy pero que muy totalitaria."

    ¡Cierto! No idealizo las sociedades pequeñas (he leído sobre los anabaptistas, los cosacos, las tribus de cazadores-recolectores antiguas y modernas, los majnovistas ucranianos, los kibutz israelíes, las colectividades anarquistas durante la Guerra Civil Española y las ecoaldeas modernas y en ninguna de ellas he encontrado ángeles, je...), pero, si estoy en lo cierto y si he comprendido algo de la historia de los últimos milenios, he observado que cuanto mayores son las sociedades más daño se hacen a sí mismas y a las demás, y viceversa: cuanto más pequeñas son, en menos problemas se meten. En este otro comentario, por ejemplo, doy algunos datos, si bien muy por encima.

    Dices bien cuando dices que en los "espacios humanos grandes" podemos encontrar una mayor diversidad, pero ¿a qué precio? Por ejemplo, para que yo hoy tenga este ordenador, he tenido que dar antes mi consentimiento implícito para que terceras personas exploten a otras personas, otros animales y otros lugares. Podría seguir creyendo que esta situación se puede y debe cambiar desde dentro, desde un ordenador o un iPhone, pero por el momento he perdido esa esperanza. Parto de la hipótesis, de tipo científico social, de que cuanto mayores sean las estructuras, más a menudo se nos irán las cosas de las manos. Ojalá sea falsa :P

    Un abrazo.

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    1. Estoy de acuerdo en que las estructuras sociales grandes permiten oligarquías cada vez mayores, y anestesian y dificultan mucho la capacidad de ejercer la política por parte de todos (aunque también dejan más resquicios y ponen armas poderosas -la tecnología- en manos de una persona que, por casualidad ,resulte tener una conciencia moral que no se avenga con los poderosos). Por su parte, las comunidades pequeñas, salvo que estén formadas por ángeles, son también muy cerradas. El problema está, pues, no tanto en el tamaño (aunque eso influye, y deberíamos preguntarnos más a menudo, como ya hicieran Platón y Aristóteles qué tamaño es el ideal para una sociedad con tales o cuales características) sino en nuestra cualidad moral. Y es verdad que hay que empezar cambiando desde lo más pequeño, desde uno mismo (ser austero y respetuoso con el mundo) desde mi entorno cercano, etc.

      Quizás no se haga la revolución desde un iPhone (y, por supuesto, el propio aparato no la va a hacer -de momento al menos-), pero entonces creo (aunque quizás me equivoque) que no se hará de ninguna manera.
      Entre tanto, te pido que no dejes de usar estos medios, por si acaso.
      Un abrazo.

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  8. Te muestro otro texto sobre el que me baso, que ya es tradición en mis comentarios, je...

    "Robin Dunbar ha elaborado una ecuación, que funciona en el caso de la mayoría de los primates, según la cual es capaz de calcular cuál será el máximo tamaño posible del grupo social para cada especie concreta (…) En el caso del Homo sapiens, la estimación es de 147,8 miembros, o sea, más o menos 150. «Parece ser que la cifra 150 representa el número máximo de individuos con los que podemos mantener una auténtica relación de tipo social, ese tipo de relaciones que basta con saber cómo se llaman los otros y de qué los conocemos. Es decir, esas personas con las que no nos da ningún apuro tomar algo en el bar si coincidimos con ellas por casualidad». Dunbar se ha sumergido en la bibliografía sobre antropología y se ha ido encontrando con el número 150 una y otra vez. Por ejemplo, analiza veintiuna sociedades diferentes de cazadores y recolectores sobre las que tenemos sólida evidencia histórica, desde los walbiri de Australia hasta los tauade de Nueva Guinea, pasando por los ammassalik de Groenlandia y los ona de Tierra del Fuego, y se encuentra con que el número medio de miembros en cada poblado es de 148,4."

    Gladwell, Malcolm. 2007. La clave del éxito: The tipping point, Taurus, Madrid, págs. 197-198.

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    1. Interesante. Ahora bien, yo a esto le pondría dos peguas, que se me ocurran ahora:

      En primer lugar, el número de personas no garantiza la bondad de la sociedad: los pueblos pequeños, en España o cualquier otro lugar, tenían o tienen pocos habitantes, y generalmente han sido lugares de prisión para la conciencia individual: la endoculturación es más cerrada y fuerte.

      Segundo, y más importante para mí: el número de personas que formen una sociedad tiene que ser puesta en relación con los tipos de actividades que esas personas deseen llevar a cabo (creo que ese antropólogo pensaba en un tipo y una variedad concreta de actividades, pero eso supone dar por hecho que se conoce ya todo lo que el hombre puede y tiene que hacer para llevar una buena vida). La diversidad de actividades es proporcional, de alguna manera, al número de personas. Por supuesto, hay que rechazar la fabricación masiva industrial, de la que es muy difícil mostrar que ayude a una mejor vida humana, pero la otra alternativa no es necesariamente limitar nuestras actividades a tipos básicos como cultivar, etc. Para fabricar violines de alta calidad o investigar teoría de supercuerdas, hace falta mucha estructura y especialización social detrás. La injusticia social no emana de esta estructura, sino de su mala orientación. Me parece muy importante no caer en la trampa de que, para rechazar la injusticia social, debemos rechazar muchas otras cosas, como la alta tecnología. La alta tecnología podría, por ejemplo (y lo por lo que hemos hablado otras veces) acabar o al menos modificar la depredación, etc.
      Un abrazo

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  9. En conclusión, el enfoque que yo defiendo es más bien determinista. Creo que la voluntad humana está constreñida en gran medida por las estructuras que la envuelven. Pienso que la centralización necesaria para construir un colisionador de hadrones implica siempre el poder de una minoría sobre una mayoría, y como diría Russell, "toda la historia demuestra que, como podía esperarse, no se puede confiar en que las minorías cuiden los intereses de las mayorías". Yo renunciaría a esa alta tecnología como mal menor.

    Un abrazo y hasta la próxima, Juan Antonio.

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