¿Está en una crisis definitiva el sistema liberal-capitalista, que identificamos con la modernidad de origen europeo? Suponiendo que sea así (lo que no me parece cuestión de poco tiempo, seguramente no
cuestión de esta crisis económica), ¿qué es lo que estaría entrando en su
acabamiento, y por qué? Y ¿qué puede y qué debería sustituirlo? Solo podremos
proponer alternativas viables, y que merezcan el esfuerzo, si somos conscientes
de las carencias profundas de lo que hay. No creo que la mayoría de las que se
postulan, lleguen al fondo del asunto. La “izquierda” en general, o las
izquierdas, no me parecen ir en el sentido correcto. Están atrapadas en la
misma cosmovisión y antropovisión con su Otro (o su Uno). Superar la humanidad
(o inhumanidad) capitalista pasa por superar la concepción moderna de la
naturaleza de las cosas. Aunque el liberal-capitalismo, como toda teoría
equivocada e inhumana que se hace dominante, se ha vuelto estrictamente
conservador y se presenta como algo sin alternativa (nos pide que miremos al
pasado anterior o al espacio exterior a él, y señalemos a qué otro tiempo o
lugar nos iríamos), lo cierto es que puede y debe ser superado sin miedo,
señalando sus falsedades y terribles injusticias, y mirando hacia el futuro
donde su desierto lleno de objetos de plástico, indigencia fabril y desigualdad
mortal, ya no están. Eso sí, si equivocamos el diagnóstico, quedaremos una y
otra vez encerrados en su círculo, si es que no nos ocurre algo peor y
retornamos a alguna forma de medievalidad. Por si sirve de algo, sigo con mi
percepción del asunto.
He caracterizado la cosmovisión moderna (nada originalmente,
por otra parte) con dos rasgos, completamente solidarios entre sí:
-
mecanicismo o naturalismo reduccionista, según el cual
la realidad está constituida de sustancias naturales con propiedades objetivas
de nivel mínimo (átomos con propiedades matemáticas o “geométricas”), siendo
toda otra propiedad de orden superior o “cualitativa” una cualidad
“secundaria”, reducible ontológicamente (y, por tanto, en principio, epistemológicamente)
a las primeras; lo que se traduce, en la antropología, a que los individuos
humanos son concebidos básicamente como átomos de conocimiento-voluntad en un
espacio social, todos ellos formalmente libres e iguales;
-
subjetivismo o irrealismo de los valores, según el cual
el valor moral (y estético y de cualquier otro género axiológico, si los hay)
no es una propiedad objetiva de las cosas, sino algo que produce nuestra
subjetividad, la de cada uno, de manera espontánea e irracionalizable (para
gustos, los colores).
Para esta concepción dominante moderna (mecanicismo-utilitarismo), el sujeto humano es, pues, un calculador de medios mecánico-objetivos
para fines que son deseos subjetivos e irracionales. La razón, tal como la
concibe el “racionalismo” naturalista, cientificista e ilustrado moderno, es
del todo incapaz de abordar el valor de las cosas: es “esclava de las pasiones”
(Hume), o exploradora al servicio de los deseos (Hobbes). Los deseos en sí
mismos, son intrínsecamente contingentes (no universales ni universalizables),
por más que podamos, incluso por razones sí objetivas o naturales, parecernos
mucho unos a otros en nuestros deseos.
Desde luego, hay una posible descripción objetiva, es decir,
natural-mecánica, de la génesis histórica de nuestras tendencias (la selección
natural, por ejemplo y sobre todo), pero esta descripción no se refiere ni
afecta al deseo mismo, como acto (o pasión) del sujeto, es decir, en cuanto el
hecho de deseo que es. Si deseo tomar chocolate, no alimenta mi deseo ni lo
inhibe saber que tiene una historia y unas “causas” naturales. Los deseos no son
racionalizables en sí mismos. Pretender lo contrario, determinarlos
racionalmente a partir de hechos naturales, es caer en una falacia.
Esta concepción mecánico-utilitarista domina, digo, tanto a
la “derecha” política (el liberal-capitalismo) como a la “izquierda” (el
socialismo moderno). El liberal se fija más en el aspecto individual-particular
del sujeto moderno, en su “libertad” o indeterminación respecto a una instancia
superior, y en su capacidad y derecho de construirse como quiera, aunque (o,
más bien, “de modo que”) esto suponga hacerle muy distinto de los demás e
introduzca, en el todo social, grandes desigualdades en la posesión de la
materia objetiva del mundo, debidas al simple y “sabio” laissez-faire. El
socialismo se fija más en el otro aspecto totalmente necesario, la igualdad
(abstracta) de todos los sujetos, y considera las diferencias y jerarquías como
debidas a razones siempre arbitrarias (lo que no deja de ser cierto para la
concepción común de ambos, del liberal y del socialista). Con ello, ataca la
“libertad” del liberal, pretende poner un yugo a la inescrutable espontaneidad
del individuo. Desde luego, si hay un bando dispuesto a dar más sustantividad a
los sujetos, es la (o cierta) izquierda (el republicanismo –desde Rousseau-Kant
hasta Pettit). Dejaré esto para otro lugar. Me centro ahora en la (crítica
de la) concepción liberal-capitalista (que es la principal en el pensamiento
moderno, la “diestra”, siendo la izquierda su otro o sombra), tal como ha sido
descrita en los párrafos previos y en la entrada anterior.
¿Por qué esta concepción del mundo y del hombre es
insatisfactoria y tiene que fracasar, antes o después? Por la única razón por
la que puede y debe fracasar una concepción del hombre (“del” en ambos sentidos
en este caso, subjetivo y objetivo): porque es falsa. Si el ser humano dispone
su vida, privada y social, de acuerdo con una concepción equivocada de sí mismo
(si no se conoce a sí mismo), no tendrá más remedio que llevar una vida
inauténtica y dolorosa. Y ser falsa la hace ser injusta.
La concepción moderna, liberal-capitalista, del hombre y de
la realidad, no solo es falsa, sino que inhibe, si se la toma en serio,
cualquier reflexión que pretenda denunciar su falsedad. Para rechazarla, uno
tiene que convertirse en ese personaje antimoderno que se pregunta por la
esencia de las cosas, del ser humano por ejemplo. El dogma cientificista y
naturalista es lo primero que debe ser rechazado. El cientificismo no es una
ciencia natural, ni la base epistemológica de la ciencia actual, sino una
ideología o metafísica determinada: concretamente, la más pobre concebible.
La concepción cuantitativista, unidimensional, se aplique al
asunto que se aplique, es abstracta y contradictoria. Desde la dialéctica
antigua se conoce las aporías de la extensión. Una multitud de iguales vacíos, la idea misma de Espacio, de Extensión, es una
contradicción. Las cualidades “secundarias” o no-matemáticas que llenan cada
uno de los puntos de una extensión, son no solo tan necesarias y objetivas
como, sino incluso más, que las propiedades de nivel inferior. Y esto incluso
para la existencia del propio espacio: no existe por sí misma una pluralidad matemática, es decir,
donde las partes se distinguen solo por no ser una la otra siendo todas
iguales. Al contrario, una mera pluralidad descarnada es una pura abstracción,
que solo lleva a cabo una inteligencia parcial, incapaz de comprender el todo y
haciendo caso omiso de las diferencias sustantivas. Y esto vale para cualquier reduccionismo. Por supuesto, vale para los
sujetos humanos: cada uno es, no un ejemplar más e indistinto de una indefinida
cantidad de iguales dotados de una estructura calculante-deseante, sino una
hipóstasis, como decían los griegos, una sustancia o sujeto único, de
naturaleza racional.
Se dirá que el pensamiento moderno no es tan estúpido como
para negar las diferencias cualitativas específicas e individuales. Pues sí lo es, en
esencia. Porque, empezando por el aspecto teórico del asunto, su designio es,
como decía, reducir toda otra cualidad (por ejemplo, humana o personal) a la
descripción mecánica (simplificar al máximo lo verdaderamente constitutivo,
considerando lo demás epifenoménico, superestructural, etc.: conductismo,
materialismo histórico, biologismo, etc.); y, segundo y mucho más importante
para nuestro asunto, pasando al aspecto pragmático o ético-político, todo valor
sustantivo es negado o reducido a creación subjetiva, por lo que, aunque se
admite un origen natural para nuestras preferencias, en sí mismas son
axiológicamente subjetivas, es decir, irreales, epifenoménicas. La concepción
mecanicista y atomista convierte al individuo en una abstracción superlativa.
Esto afecta, sobre todo, a la esencia de la persona, la Voluntad o capacidad de
Libertad. La libertad moderna, en su versión depurada liberal-capitalista, es
la máxima indeterminación (en un universo del mayor determinismo). Como insiste
Hayek (ese -gracias a su poca filosofía pero muy segura convicción de ser
moderno- diáfano exponente de la vacuidad moderna), lo que queremos es actuar
libres de coerción. La libertad negativa de Berlin. Pero ¿sabemos así qué es coerción, y qué es libertad? Al parecer, ni la indigencia material ni
siquiera la ignorancia son problemas para la libertad. El único problema para
la libertad es la “coerción”. Un loco que corriese de un lado para otro sin que
nadie lo detuviese, sería un buen ejemplo de hombre libre liberal. Todavía
mejor ejemplo de libertad es un fenómeno completamente estocástico.
Por supuesto, el liberal dirá que esto es una inaceptable
parodia de lo que él quiere decir. Él no considera libre a una partícula bajo
la indeterminación cuántica, él no considera tan libre a un analfabeto… Pero,
entonces, ¿qué entiende él por libre, o por no-coerción? O supera su formalismo
y empieza a dotar de sustantividad al personaje que va a ser libre (y entonces
no puede presuponer libres a los sujetos mientras no gocen de todas esas
sustantividades garantizadas) o está predicando una mera vaciedad.
Por principio, el liberal-capitalismo intenta evitar la
sustantivación de los sujetos (se olvida de ese problema que acabamos de
señalar). Puesto que somos lo más indeterminados posible, y las cosas tienen el
valor que nosotros “decidamos” o “deseemos” darles, todo se puede comprar y
vender. El agua, el aire, la salud… ¿Por qué no podría una persona empobrecida
(este ejemplo es de M. Sandel) venderle el riñón a un rico que solo lo quiere
usar como objeto decorativo en su mesa? ¿No es eso ausencia de coerción? El
ultraliberalismo o libertarismo es la más razonable de las tesis para el más
estúpido de los medios sociales y políticos. Por el camino liberal, del
individuo simplemente desaparece la persona e incluso el ser humano. Una
voluntad totalmente descarnada no es un sujeto. El dinero no puede comprarlo
todo, igual que la x no puede suplir a los números, aunque puede representar a
cualquier de ellos si ya existen y tienen un valor determinado o determinable. La
economía del librecambio absoluto (con la especulación sin freno) es solo la
traducción a los asuntos materiales, de la vaciedad liberal-capitalista.
La sensación de injusticia que siente el sujeto moderno,
incluso aquel al que le ha tocado el “éxito”, tiene su causa en el profundo
desacuerdo entre lo que él es y lo que la concepción liberal le dice que es. El
sujeto no es esa abstracción, y lo sabe en el fondo. No lo es ni “por fuera” ni
“por dentro”:
Por fuera, no es un sujeto libre aquel que no posee los
medios. Garantizar la libertad de todos implica mucho más que garantizar los
contratos. Implica garantizar que el individuo está en condiciones de libertad,
es decir, que tiene educación, salud, etc. Pero ¿dónde puede parar esto? En ninguna
parte, porque cualquier diferencia en la capacidad de realizar la voluntad
abstracta, está condicionada por la materialidad.
Por dentro, y más importante, no es libre simplemente aquel
que no sufre coacción exterior, sino, mucho más, quien ignora. Todo el mundo
sabe que es más libre cuanto más conoce. Pero lo que no todo el mundo advierte
es que la mayor ignorancia es creer que no necesitamos educación moral, es
decir, acerca del valor real y sustantivo de las cosas.
Lo malo es que en la concepción moderna esto, la verdadera
Educación, se encuentra una y otra vez con un incuestionable límite: la prohibición
teórica -venida desde arriba, desde el dogma constitutivo- de que tratemos de
qué es bueno en sí. Una y otra vez, los esfuerzos pedagógicos encuentran en su
rueda la piedra del subjetivismo y su relativismo moral, que nos dice que no
tenemos derecho a intentar educar moralmente. ¿Acaso porque estamos coaccionando
al sujeto? A veces no lo parece, si nuestro medio de educación es, a lo
socrático, apelar a sus propias razones, a que él mismo deconstruya e intente
reconstruir sus atribuciones de valor. Pero entonces, el sofista que (como todo
mundo burgués) la modernidad lleva dentro, dice que también ahí hay coacción, incluso
la más sutil, porque se hace con el consentimiento del sujeto. De aquí se
deduce que toda educación es manipulación. ¿Qué no es coacción?
El sujeto moderno se considera, según el dogma, como
imperfectible, como perfecto ya en sí, o todo lo perfecto que se puede ser.
¿Cómo podría uno perfeccionarse, si no hay nada objetivamente mejor que nada?
¿Cómo podría uno aprender? La educación moral (es decir, la educación sin más)
no tiene sentido. Solo queda la instrucción. Si un individuo moderno inicia el
movimiento de búsqueda de una perfección objetiva, choca inmediatamente con el sistema,
ínsito en su propia mente. Todo lo que puede ocurrirme es que me encuentre con
algunos que, por maravillosa casualidad, compartan mis valores (¿cómo los han adquirido?),
y formemos nuestro club o camarilla moral, donde nos limitaremos a darnos
palmaditas. No hay lugar para el idealismo de llegar a ser quien eres.
Pero el sujeto moderno vive esto como una gran tragedia, una
tragedia hastiante, porque ni siquiera es heroica. Y cada vez más filósofos que
se consideran liberales, se hacen conscientes del problema de la falta de
sustantividad axiológica moderna. Cada vez es más fácil encontrar, entre ellos,
realistas y cognitivistas éticos, neoaristotélicos, etc.: Parfit, Dworkin, Nozick... No basta ya siquiera con el formalismo kantiano,
heredado tanto por Rawls, como por los pensadores de la estructura dialógica.
Algunos dicen que la democracia, bien entendida, implica la
reflexión socrática (pienso en Martha Nussbaum, por ejemplo). Pero esto no es
verdad si no se reinterpreta el concepto de democracia. Y de tolerancia, entre
otros. La reflexión socrática es más profunda y es, en un sentido,
antidemocrática y antitolerante. Solo si se entiende la tolerancia, no como la
intrínseca irreducibilidad de las perspectivas axiológicas, sino como un valor necesario en el camino de diálogo racional entre ellas; y solo si se entiende la
democracia como la sociedad donde se acepta que todos podemos estar equivocados
sobre lo bueno y correcto, y no como aquella en que se cree que nadie puede estar
equivocado; solo así se puede intentar justificar la democracia desde la
perspectiva socrática y, en general, sustancialista de los valores.
El caso es que el hombre, si quiere ser realmente libre (no
meramente indeterminado), dueño de su vida, necesita más cosas que una mera “ausencia
de coerción”. Necesita, por ejemplo, “horizontes de significado”, como dice Charles
Taylor:
"A menos que ciertas opciones tengan más significado que otras, la idea misma de autoelección cae en la trivialidad. La autoelección como ideal tiene sentido solo porque ciertas cuestiones son más significativas que otras. No podría pretender que me elijo a mí mismo, y desplegar todo un vocabulario nietzscheano de autoafirmación, solo porque prefiero escoger filete con patatas en vez de un guiso a la hora de comer. Y qué cuestiones son las significativas no es cosa que yo determine. Si fuera yo quien lo decidiera, ninguna cuestión sería significativa. Pero en ese caso el ideal mismo de autoelección como ideal moral sería imposible. De modo que el ideal de autoelección supone que hay otras cuestiones significativas más allá de la elección de uno mismo. La idea no podría persistir sola, porque requiere un horizonte de cuestiones de importancia, que ayuda a definir los aspectos en los que la autoafirmación es significativa. Siguiendo a Nietzsche, soy ciertamente un gran filósofo si logro rehacer la tabla de valores. Pero esto significa redefinir los valores que atañen a cuestiones importantes, no confeccionar el nuevo menú de McDonald’s, o la moda de ropa de sport de la próxima temporada”. El agente que busca significación a la vida, tratando de definirla, dándole sentido, ha de existir en un horizonte de cuestiones importantes”. (La ética de la autenticiad, Paidós pg. 74-75)
Pero esto nos llevaría a un cambio de paradigma: habría que
superar el unidimensionalismo mecanicista, aceptar el realismo de los valores,
etc. ¿Estamos en condiciones de algo así? ¿Está, por ejemplo, la
“izquierda” en algo así?
Por supuesto, las alternativas “radicales” de la izquierda
más irracionalista, van por el camino contrario. Desde Nietzsche a los
postmodernos, se trata de la completa deconstrucción del sujeto y los valores. No
es extraño que todas esas corrientes acaben en alguna mística, o en algún
pragmatismo decisionista, donde el sujeto (que no existe) “hace”, sin que eso
sea algo esperable o inteligible: un Evento. Esta versión no es más que el paroxismo de la rabiosa
ansia de individualidad y libertad moderna.