jueves, 23 de febrero de 2012

Comer(-)cio carnal

Tratando en clase de Educación Ético-Cívica (o sea, la vieja Ética) el asunto de la moral sexual, un alumno dijo que ciertas conductas como la zoofilia (practicada de manera más o menos socialmente admitida por ciertos grupos culturales), eran inmorales, porque degradan al hombre. Uno podría preguntarse, por ejemplo: ¿es degradante tener sexo con (otros) animales y, en cambio, no lo es comérselos? ¿Es inmoral tener comercio, pero no (perdón por el chiste malo) comer-cio carnal inter-especie?

Desde luego, hay razones para creer que la zoofilia es degradante. Si el sexo, como todos nuestros actos, tiene que estar integrado en una conducta moral en general, es decir, una conducta que implica el respeto y el trato debido, adecuado, correcto a los demás seres, es fácil ver sentidos y modos en los que claramente la zoofilia es degradante. El humano que tiene (cierto) comercio carnal con otros animales, no muestra consideración espiritual por aquello que el animal es esencialmente (un ser sentiente con intereses vitales y fines propios), y tampoco, se puede decir, lo muestra por sí mismo, porque no está vehiculando un amor y unos deseos dignos de su carácter de racional.

Y algunos intentan justificar por qué matar y comer otros animales no es degradante: puesto que son seres manifiestamente inferiores, sus proyectos vitales, si es que se puede decir siquiera que los tienen, están subordinados a los nuestros. Por la misma razón por la que la zoofilia es degradante, el sacrificio animal es lícito: son seres inferiores, y su uso adecuado permite usarlos para nuestra supervivencia, pero no como objeto de nuestro amor.

También hay claramente argumentos en contra de ambas cosas:

¿Es, en verdad, inmoral la sexualidad no directamente relacionada con el centro de la actividad moral de una persona? ¿Es inmoral liberar el placer, cuando no implica daño para nadie? ¿Es inmoral, o indigna de un ser inteligente y racional, la vivencia puramente estética o incluso hedonista? ¿No es, más bien, inmoral pretenderse atado a una estrecha concepción de las funciones “naturales” de, por ejemplo, la sexualidad (o del alimento)?

Más fácil es rechazar los argumentos a favor del consumo de cadáveres muertos por mano humana. Es absolutamente falso que los otros animales carezcan de intereses propios, o que estén ahí para el uso del hombre, o que sus vidas carezcan de sentido y de valor. Los intereses de los demás animales son reales, tan reales como puedan ser los (o muchos de los) intereses humanos. Incluso aunque sean (como me parece obvio que lo son) seres con un proyecto menos importante que el del humano, eso no vuelve menos necesario promover el mayor cumplimiento posible de sus intereses y sentido vital. Por otra parte, es inmoral que un ser racional cause daño innecesario a cualquier ser capaz de sufrir. En la medida en que los otros seres tienen una teleología, análoga a la humana, deben ser respetados como creemos que es respetable nuestra propia finalidad.

Algunos animalistas, por su parte, rechazan la zoofilia como rechazan el consumo de carne: porque no respeta la voluntad de los animales. ¿Nos ha dado permiso el animal para tener comercio carnal con él? Parece que no. Ahora bien, parecería que tampoco podría dárnoslo. Algunos llegan a proscribir prácticamente cualquier interacción con otros animales en base a este argumento. Creo que ese camino, llevado al extremo, conduce al defensor de los derechos de los animales no humanos a una situación poco deseable. ¿Podría el animal manifestarnos su voluntad de alguna manera? Si decimos que no, nos quedamos sin argumentos para rechazar cualquier trato a un animal: el animal no podría manifestarnos su voluntad de no ser comido. Sería una mera construcción nuestra.
Yo creo que esta visión es manifiestamente errada, y que los animales sí tienen formas, muy explícitas y completamente análogas a las de los humanos, de manifestar su voluntad. Los perros domésticos parecen jugar voluntariamente con sus amos, como juegan entre ellos. Igual que nosotros, muestran desagrado ante lo que no les interesa, muestran indiferencia ante lo que les resulta indiferente o neutro, y muestran agrado y entusiasmo por lo que les interesa y entusiasma. Quizás hay prácticas zoófilas que no provocan el rechazo de muchos animales, y en esa medida se puede entender que, o bien les resultan neutrales o quizás incluso les agradan. Hay zoofilia entre distintas especies, y no estoy seguro de que se pueda hablar siempre de agresión. Si aceptamos que la sexualidad es mucho más extensa de lo que cree el moralista tradicional, quizás hay erotismo en el acariciar de un gato, y en el dejarse acariciar del gato, o en muchos juegos entre especies animales diferentes.
Y tal vez, incluso visto desde las exigencias más estrictamente morales humanas, no hay nada de malo en mostrar afecto, incluso en forma manifiestamente erótica o sexual, por aquellos seres a los que se ama.

¿Es, entonces, degradante, inmoral, incorrecta, toda actividad sexual del hombre (o de otros animales) con animales de otras especies? (¿Y con otras “razas”, naciones o grupos éticos, o con otros estamentos culturales, sociales, económicos?)

lunes, 20 de febrero de 2012

Propiedad intelectual y justicia social

Los intelectuales, sean del ámbito que sean (científicos, poetas, músicos, dibujantes, filósofos) suelen estar mal pagados por la sociedad, si se compara con lo que poseen los especuladores financieros, los empresarios… y, en general, todo aquel que se dedica simple o principalmente, a generar dinero a partir del dinero. ¿Será que es más difícil ser especulador, o empresario, que ser científico? ¿Cómo es una sociedad en que alguien que se dedica a la especulación financiera disfruta de muchísimo mayor poder efectivo que un intelectual?

Muchos ponen en cuestión la propiedad intelectual. Parece una contradicción en los términos, ¿no? ¿Las ideas no son, acaso, de todos? Esto no solo lo piensan algunos de quienes quieren justificar la “piratería”. También algunos autores quieren ofrecer sus creaciones de manera gratuita. Incluso he oído a algunas personas que se dedican a los negocios decir, con gran cinismo, que eso es bueno para los artistas e intelectuales, porque les libera de la esclavitud comercial.

Se alían, pues, involuntariamente, idealistas por un lado, y emprendedores ansiosos por otro, para dibujar un ideal social que consistiría (y consiste, de hecho) en lo siguiente: la producción de ideas está bien en manos de personas angelicales y desinteresadas, que viven en su mundo y apenas se fijan en el polvo de su habitación, mientras que la producción y gestión de alimentos y adornos debe estar en manos de personas competentes en competitividad, que para desestresarse necesitan coches de alta gama y solo pueden viajar en primera clase…

Voy a recordar lo que Platón tenía que decir al respecto:

     - Solo las personas de más baja calidad intelectual y moral, o sea las que viven por y para el aparato productivo-reproductivo social, cifran en la propiedad privada su realización.
     - Los que han probado la ciencia y la dialéctica (los “intelectuales”) consideran despreciable el posesivismo, y creen que la persona crece, realmente, cuando crece su conciencia, su sabiduría y, por tanto, su bondad.
     - La sociedad peor gobernada será aquella en que gobiernen quienes buscan, en el poder, poder; la mejor gobernada será aquella en la que gobiernen quienes no querrían tener que hacerlo, quienes solo quieren una sociedad donde todos puedan realizarse lo más posible como personas, según sus naturalezas.
     - Quien, no viviendo en una sociedad justa, se ha formado (científica, artística, filosóficamente) a sí mismo, sin ayuda de la sociedad, no le debe nada a esa sociedad.
     - Es más, debería, por amor a la sociedad, no poner sus ideas en manos de una oligarquía, o de una democracia (o demagogia) o de una tiranía.
     - Tampoco, eso sí, irá llamando puerta a puerta intentando venderles a los demás lo valioso de su saber. Lo hará hablando con amigos, mientras los oligarcas o demagogos no lo adviertan y le suministren el veneno para que calle.

¿Qué deberían hacer los intelectuales en nuestra sociedad?

Las ideas no son de nadie, desde luego. Pero el descubrimiento de esas ideas, el traerlas a (este) mundo desde su mundo prístino y universal, supone trabajo y vida de ciertos humanos. ¿No es justo que la sociedad pague de alguna manera ese esfuerzo y esa dedicación, al menos mientras en el mundo haga falta dinero para comer y otras cosas?
Supongamos que, de la misma manera en que es ahora posible copiar obras intelectuales, fuese posible copiar dinero, o algún producto de los que hacen ricos a sus emprendedores… ¿Quién lo permitiría? Los únicos que pueden fotocopiar el dinero, y “piratearlo”, son, de hecho, los gobiernos al servicio de bancos y empresas.

Quizá sea ideal que la propiedad no esté en manos de sujetos, sino que todo sea de todos y se use de acuerdo con las necesidades armonizadas privadas y colectivas. Pero no debería socializarse algo sin que se socialice todo. Y sobre todo, no debería socializarse lo único que realmente alimenta a todo el sistema, sin que estén socializados también los medios para traficar con ello. La empresa y el mercado en general no es nadie en sí mismo, necesita los intereses vitales de las personas, y esos intereses se manifiestan en forma de ideas.

Los intelectuales deberían negarse rotundamente a poner en manos de la sociedad sus ideas, mientras la sociedad no garantice un uso justo de ellas. Un investigador debería negarse a trabajar para una empresa privada que comercializará la posible patente; un artista debería negarse a ser el publicista de una empresa privada que no tiene en cuenta el carácter moral de su producto; todo “creador” debería evitar que, directa o indirectamente, su obra caiga en manos del mercado. Solo cuando el mercado acepte estar al servicio de la política y de las persona, deben llegarle ideas que son su savia. Una sociedad que acepta otra cosa, está en la peor de las crisis, la crisis humana o moral.

viernes, 10 de febrero de 2012

La falacia economicista

¿Están gobernado, cada vez más, los economistas, en lugar de los políticos? ¿No deberíamos los ciudadanos recuperar el poder? ¿O es más sensato, aunque duela, dejarlo en manos de los que saben de cuentas?

Todo eso no son más que instancias de la misma falacia, la falacia economicista. Gobernar solo gobiernan, siempre, los políticos, es decir, los que están ejerciendo la política, legislando, sancionando, etc., ya sean de profesión economistas o agrimensores.

Decir que es bueno (o que es malo) que gobiernen los economistas es igual que decir que es bueno (o malo) que gobiernen los biólogos o los nutricionistas. Es un absurdo lógico. No hay ninguna proposición dentro de la economía como ciencia (o de la biología, etc.) que diga qué debería hacerse, qué sería deseable o correcto o bueno que se hiciese. Extraer conclusiones políticas (o morales, o estéticas, o de cualquier tipo) a partir de constataciones de esta o aquella ciencia, es siempre imposible. Lo único que puede aportar cualquier ciencia es el conocimiento técnico de qué ocurrirá probablemente si decidimos hacer esto o lo otro. Pero qué sería deseable querer conseguir, es algo que es irreduciblemente moral y político.

Por tanto, no gobiernan los economistas: gobierna, eso sí seguramente, gente que cree que el legitimado para gobernar es quien sabe economía, es decir, gobierna, quizás, el “economicista”. De manera similar, gobernarían los “biologistas” si gobernasen quienes pretendiesen deducir las leyes políticas a partir de la mera biología (identificando, subrepticia y falazmente, bueno con superviviente, por ejemplo). El economicismo, como el biologismo y como todos los –ismos añadidos a una ciencia, no es ciencia, sino ideología (filosofía, generalmente barata). Lo lamentable es que buena parte de los ciudadanos, especialmente en Europa occidental, cree en alguna u otra forma de cientific-ismo, e incurre, pues, en esa falacia.

Para el ciudadano europeo medio-culto, la falacia cientific-ista es una tentación casi ineludible. Al otro lado casi solo ve algo peor: el fanatismo religioso. Esto es parte del gran error moderno. Cuando nace la burguesa edad moderna, nace, junto a la bendita ciencia y a su bendita expulsión de la religión y la metafísica del ámbito de la actividad científica, algo no tan bendito: la idea de que lo que no es ciencia no es nada. A esta maldita idea, nada científica, sino ideológica en el peor de los sentidos, podemos llamarla, sí, cientificismo.

¿Cuál es su consecuencia para la moral y la política? Ni más ni menos que la absurda idea de que respecto de la moral y política tenemos dos opciones, o convertirlas en alguna (parte de alguna) ciencia, o considerarlas como definitivamente intratables y adoptar, en el mejor de los casos, una sana tolerancia (pero ¿por qué no también una sana intolerancia?) ante lo que no podemos debatir.

Por supuesto, los políticos (o sea, todo el mundo) han seguido haciendo política, unas veces engañándose con el cuento de que lo que ellos hacían era, realmente, ciencia, y otras reconociendo cínicamente que lo que hacían es lo que les daba la gana.

En el cientificismo político han caído tanto los padres fundadores del liberalismo, y sus cien mil hijos, como los socialistas. Todos querían hacer pasar por científico lo que no lo es. ¡Todos eran economistas, solo economistas!

Hoy en día buena parte de la gente es necesariamente tan ingenua que piensa que los economistas son gente aséptica políticamente, o más bien, que la política es la economía, como Eolo es un fenómeno atmosférico. Esta tontería descomunal se manifiesta cuando, en una discusión política, alguien intenta solucionarlo con gráficos. En ese momento, podemos estar seguros de que la gráfica de su cerebro está en caída libre.

Los que están gobernando son unos cuantos presos de la falacia economicista, que creen (con el beneplácito de la mayor parte de la “ciudadanía”, hay que decir) que ellos representan la política. Como, además, la ideología dominante en esos pobres cerebros cuadriculados es que la economía consiste en ganar el máximo posible  (cuando esas personas no saben qué es ganar, porque no tienen apenas idea de lo que es bueno (Buchanan -gran economista- decía que la situación ideal para cada uno, es dominar a todos los demás)), trabajan con gran animosidad en economizarnos a todos y reducirnos a partículas con uno o dos posibles movimientos. Y como la única salida a eso es reconocer y reivindicar la autonomía de la “razón práctica”, es decir, del pensamiento moral y político, autónomo, irreduciblemente normativo y no-cientifíco, lo llevamos crudo.

martes, 7 de febrero de 2012

Adelantar la maduración: avanzar en la decadencia

Aristóteles decía que todos, por naturaleza, deseamos saber, y que, cuanto menos específico y más universal es el saber, más libre es. También Descartes pensaba (aunque de una manera más individualista, más moderna, como una “aventura personal”) que es deseable un visión global del árbol de la ciencia, empezando por las raíces metafísicas. Pero ¿quiénes son Aristóteles y Descartes?

El gobierno español piensa adelantar un año el comienzo de la formación laboral, poniendo a los estudiantes en la necesidad de elegir un año antes (con apenas quince años) si quieren ser más bien empresarios, banqueros, médicos, abogados, literatos (no, esto no), jardineros o electricistas. Todo el mundo quedará contento: los alumnos, que no quieren estudiar, podrán deshacerse antes de las telarañas abstractas que tanto gustan a los que valen para ello; los profesores, que encuentran en su camino (estorbando) muchos alumnos que no quieren estudiar, podrán deshacerse de ellos, ponerlos en su sitio adecuado, y dedicar en adelante sus esfuerzos a paradisíacas clases de escogidos; la “sociedad” tendrá gente más “cualificada”.

A casi nadie parece interesarle saber cómo es que hay niños y adolescentes que no quieren estudiar ni saber nada (como si fueran ya adultos y profesores hechos y derechos –porque, en verdad, nadie parece querer darle la razón a Aristóteles-). En todo caso, la época tiene a mano una explicación muy sencilla: la inescrutable voluntad del individuo. No quieren porque no quieren, y punto. Podría constatarse, sí, que los que no quieren (los fracasados escolares) suelen proceder de ciertos ámbitos sociales y culturales; que los jóvenes, incluso sobre todo los más brillantes y exitosos, ven con gran desafección la escuela, a la que consideran aburrida, desmotivante, arcaica y dominadora … Todo eso no importa: en último extremo, si el sujeto quiere, quiere. Todos somos ya mayorcitos, desde que nacemos. Por eso no necesitamos tampoco que el Estado eduque cívicamente (para eso estamos ya los padres, quienes lo aprendimos de nuestros padres…)

Nuestra sociedad parece caminar, “lenta pero inexorablemente”, hacia su medievalización. Se sustituye persona por personal cualificado, se cambia ser inteligente por ser voluntarista. Y esto se hace cada vez más temprano. Una persona que se especialice en algo, y sepa mucho de ello, pero no tenga una visión universal, o sea, que sea experto en casi nada, no es una persona realizada, sino un ser truncado, que apenas sirve como pieza en un engranaje, si se le suministran las pastillas convenientes para que no haga locuras.