Aristóteles decía que todos, por naturaleza, deseamos saber, y que, cuanto menos específico y más universal es el saber, más libre es. También Descartes pensaba (aunque de una manera más individualista, más moderna, como una “aventura personal”) que es deseable un visión global del árbol de la ciencia, empezando por las raíces metafísicas. Pero ¿quiénes son Aristóteles y Descartes?
El gobierno español piensa adelantar un año el comienzo de la formación laboral, poniendo a los estudiantes en la necesidad de elegir un año antes (con apenas quince años) si quieren ser más bien empresarios, banqueros, médicos, abogados, literatos (no, esto no), jardineros o electricistas. Todo el mundo quedará contento: los alumnos, que no quieren estudiar, podrán deshacerse antes de las telarañas abstractas que tanto gustan a los que valen para ello; los profesores, que encuentran en su camino (estorbando) muchos alumnos que no quieren estudiar, podrán deshacerse de ellos, ponerlos en su sitio adecuado, y dedicar en adelante sus esfuerzos a paradisíacas clases de escogidos; la “sociedad” tendrá gente más “cualificada”.
A casi nadie parece interesarle saber cómo es que hay niños y adolescentes que no quieren estudiar ni saber nada (como si fueran ya adultos y profesores hechos y derechos –porque, en verdad, nadie parece querer darle la razón a Aristóteles-). En todo caso, la época tiene a mano una explicación muy sencilla: la inescrutable voluntad del individuo. No quieren porque no quieren, y punto. Podría constatarse, sí, que los que no quieren (los fracasados escolares) suelen proceder de ciertos ámbitos sociales y culturales; que los jóvenes, incluso sobre todo los más brillantes y exitosos, ven con gran desafección la escuela, a la que consideran aburrida, desmotivante, arcaica y dominadora … Todo eso no importa: en último extremo, si el sujeto quiere, quiere. Todos somos ya mayorcitos, desde que nacemos. Por eso no necesitamos tampoco que el Estado eduque cívicamente (para eso estamos ya los padres, quienes lo aprendimos de nuestros padres…)
Nuestra sociedad parece caminar, “lenta pero inexorablemente”, hacia su medievalización. Se sustituye persona por personal cualificado, se cambia ser inteligente por ser voluntarista. Y esto se hace cada vez más temprano. Una persona que se especialice en algo, y sepa mucho de ello, pero no tenga una visión universal, o sea, que sea experto en casi nada, no es una persona realizada, sino un ser truncado, que apenas sirve como pieza en un engranaje, si se le suministran las pastillas convenientes para que no haga locuras.
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