Desde luego, hay razones para creer que la zoofilia es degradante. Si el sexo, como todos nuestros actos, tiene que estar integrado en una conducta moral en general, es decir, una conducta que implica el respeto y el trato debido, adecuado, correcto a los demás seres, es fácil ver sentidos y modos en los que claramente la zoofilia es degradante. El humano que tiene (cierto) comercio carnal con otros animales, no muestra consideración espiritual por aquello que el animal es esencialmente (un ser sentiente con intereses vitales y fines propios), y tampoco, se puede decir, lo muestra por sí mismo, porque no está vehiculando un amor y unos deseos dignos de su carácter de racional.
Y algunos intentan justificar por qué matar y comer otros animales no es degradante: puesto que son seres manifiestamente inferiores, sus proyectos vitales, si es que se puede decir siquiera que los tienen, están subordinados a los nuestros. Por la misma razón por la que la zoofilia es degradante, el sacrificio animal es lícito: son seres inferiores, y su uso adecuado permite usarlos para nuestra supervivencia, pero no como objeto de nuestro amor.
También hay claramente argumentos en contra de ambas cosas:
¿Es, en verdad, inmoral la sexualidad no directamente relacionada con el centro de la actividad moral de una persona? ¿Es inmoral liberar el placer, cuando no implica daño para nadie? ¿Es inmoral, o indigna de un ser inteligente y racional, la vivencia puramente estética o incluso hedonista? ¿No es, más bien, inmoral pretenderse atado a una estrecha concepción de las funciones “naturales” de, por ejemplo, la sexualidad (o del alimento)?
Más fácil es rechazar los argumentos a favor del consumo de cadáveres muertos por mano humana. Es absolutamente falso que los otros animales carezcan de intereses propios, o que estén ahí para el uso del hombre, o que sus vidas carezcan de sentido y de valor. Los intereses de los demás animales son reales, tan reales como puedan ser los (o muchos de los) intereses humanos. Incluso aunque sean (como me parece obvio que lo son) seres con un proyecto menos importante que el del humano, eso no vuelve menos necesario promover el mayor cumplimiento posible de sus intereses y sentido vital. Por otra parte, es inmoral que un ser racional cause daño innecesario a cualquier ser capaz de sufrir. En la medida en que los otros seres tienen una teleología, análoga a la humana, deben ser respetados como creemos que es respetable nuestra propia finalidad.
Algunos animalistas, por su parte, rechazan la zoofilia como rechazan el consumo de carne: porque no respeta la voluntad de los animales. ¿Nos ha dado permiso el animal para tener comercio carnal con él? Parece que no. Ahora bien, parecería que tampoco podría dárnoslo. Algunos llegan a proscribir prácticamente cualquier interacción con otros animales en base a este argumento. Creo que ese camino, llevado al extremo, conduce al defensor de los derechos de los animales no humanos a una situación poco deseable. ¿Podría el animal manifestarnos su voluntad de alguna manera? Si decimos que no, nos quedamos sin argumentos para rechazar cualquier trato a un animal: el animal no podría manifestarnos su voluntad de no ser comido. Sería una mera construcción nuestra.
Yo creo que esta visión es manifiestamente errada, y que los animales sí tienen formas, muy explícitas y completamente análogas a las de los humanos, de manifestar su voluntad. Los perros domésticos parecen jugar voluntariamente con sus amos, como juegan entre ellos. Igual que nosotros, muestran desagrado ante lo que no les interesa, muestran indiferencia ante lo que les resulta indiferente o neutro, y muestran agrado y entusiasmo por lo que les interesa y entusiasma. Quizás hay prácticas zoófilas que no provocan el rechazo de muchos animales, y en esa medida se puede entender que, o bien les resultan neutrales o quizás incluso les agradan. Hay zoofilia entre distintas especies, y no estoy seguro de que se pueda hablar siempre de agresión. Si aceptamos que la sexualidad es mucho más extensa de lo que cree el moralista tradicional, quizás hay erotismo en el acariciar de un gato, y en el dejarse acariciar del gato, o en muchos juegos entre especies animales diferentes.
Y tal vez, incluso visto desde las exigencias más estrictamente morales humanas, no hay nada de malo en mostrar afecto, incluso en forma manifiestamente erótica o sexual, por aquellos seres a los que se ama. ¿Es, entonces, degradante, inmoral, incorrecta, toda actividad sexual del hombre (o de otros animales) con animales de otras especies? (¿Y con otras “razas”, naciones o grupos éticos, o con otros estamentos culturales, sociales, económicos?)
A quién no se le ha agarrado un perro a la pierna.
ResponderEliminarEs verdad, Pachu, ¡no había caído! Otra cosa es si el perro tiene idea de estar "practicando zoofilia". Pero, desde luego, lo ve tan "natural".
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