¿Están gobernado, cada vez más, los economistas, en lugar de los políticos? ¿No deberíamos los ciudadanos recuperar el poder? ¿O es más sensato, aunque duela, dejarlo en manos de los que saben de cuentas?
Todo eso no son más que instancias de la misma falacia, la falacia economicista. Gobernar solo gobiernan, siempre, los políticos, es decir, los que están ejerciendo la política, legislando, sancionando, etc., ya sean de profesión economistas o agrimensores.
Decir que es bueno (o que es malo) que gobiernen los economistas es igual que decir que es bueno (o malo) que gobiernen los biólogos o los nutricionistas. Es un absurdo lógico. No hay ninguna proposición dentro de la economía como ciencia (o de la biología, etc.) que diga qué debería hacerse, qué sería deseable o correcto o bueno que se hiciese. Extraer conclusiones políticas (o morales, o estéticas, o de cualquier tipo) a partir de constataciones de esta o aquella ciencia, es siempre imposible. Lo único que puede aportar cualquier ciencia es el conocimiento técnico de qué ocurrirá probablemente si decidimos hacer esto o lo otro. Pero qué sería deseable querer conseguir, es algo que es irreduciblemente moral y político.
Por tanto, no gobiernan los economistas: gobierna, eso sí seguramente, gente que cree que el legitimado para gobernar es quien sabe economía, es decir, gobierna, quizás, el “economicista”. De manera similar, gobernarían los “biologistas” si gobernasen quienes pretendiesen deducir las leyes políticas a partir de la mera biología (identificando, subrepticia y falazmente, bueno con superviviente, por ejemplo). El economicismo, como el biologismo y como todos los –ismos añadidos a una ciencia, no es ciencia, sino ideología (filosofía, generalmente barata). Lo lamentable es que buena parte de los ciudadanos, especialmente en Europa occidental, cree en alguna u otra forma de cientific-ismo, e incurre, pues, en esa falacia.
Para el ciudadano europeo medio-culto, la falacia cientific-ista es una tentación casi ineludible. Al otro lado casi solo ve algo peor: el fanatismo religioso. Esto es parte del gran error moderno. Cuando nace la burguesa edad moderna, nace, junto a la bendita ciencia y a su bendita expulsión de la religión y la metafísica del ámbito de la actividad científica, algo no tan bendito: la idea de que lo que no es ciencia no es nada. A esta maldita idea, nada científica, sino ideológica en el peor de los sentidos, podemos llamarla, sí, cientificismo.
¿Cuál es su consecuencia para la moral y la política? Ni más ni menos que la absurda idea de que respecto de la moral y política tenemos dos opciones, o convertirlas en alguna (parte de alguna) ciencia, o considerarlas como definitivamente intratables y adoptar, en el mejor de los casos, una sana tolerancia (pero ¿por qué no también una sana intolerancia?) ante lo que no podemos debatir.
Por supuesto, los políticos (o sea, todo el mundo) han seguido haciendo política, unas veces engañándose con el cuento de que lo que ellos hacían era, realmente, ciencia, y otras reconociendo cínicamente que lo que hacían es lo que les daba la gana.
En el cientificismo político han caído tanto los padres fundadores del liberalismo, y sus cien mil hijos, como los socialistas. Todos querían hacer pasar por científico lo que no lo es. ¡Todos eran economistas, solo economistas!
Hoy en día buena parte de la gente es necesariamente tan ingenua que piensa que los economistas son gente aséptica políticamente, o más bien, que la política es la economía, como Eolo es un fenómeno atmosférico. Esta tontería descomunal se manifiesta cuando, en una discusión política, alguien intenta solucionarlo con gráficos. En ese momento, podemos estar seguros de que la gráfica de su cerebro está en caída libre.
Los que están gobernando son unos cuantos presos de la falacia economicista, que creen (con el beneplácito de la mayor parte de la “ciudadanía”, hay que decir) que ellos representan la política. Como, además, la ideología dominante en esos pobres cerebros cuadriculados es que la economía consiste en ganar el máximo posible (cuando esas personas no saben qué es ganar, porque no tienen apenas idea de lo que es bueno (Buchanan -gran economista- decía que la situación ideal para cada uno, es dominar a todos los demás)), trabajan con gran animosidad en economizarnos a todos y reducirnos a partículas con uno o dos posibles movimientos. Y como la única salida a eso es reconocer y reivindicar la autonomía de la “razón práctica”, es decir, del pensamiento moral y político, autónomo, irreduciblemente normativo y no-cientifíco, lo llevamos crudo.
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