sábado, 31 de marzo de 2012

Contra el Liberalismo

Lo que sigue es un boceto de ataque radical (aunque quizás inocuo) contra la ética y (por tanto) la política liberal, entendida de la manera en que se definirá a continuación. Aunque el ataque se dirige contra una versión muy (lo más) éticamente sustantiva (posible) del liberalismo –como la que representa, por ejemplo, Dworkin-, las versiones más débiles están sujetas, a fortiori, a la misma crítica. Lo que sigue ataca a la tesis de la bondad de la tolerancia y a la idea “moderna” de libertad. Por tanto, debería disgustar a todo o casi todo el mundo.

Caractericemos el Liberalismo con tres rasgos, bastante solidarios entre sí, pero que no excluyen otras posibilidades:

El liberalismo supone, esencialmente, que:
  1. diversos proyectos de vida, diversas maneras de valorar las cosas y de vivir, son igual de legítimos y merecedores de respeto. Esta es la tesis de la bondad de la tolerancia.
  2. Las elecciones de una persona son un compuesto de dos factores: las determinaciones (de diversos tipos, físicas, psicológicas…) extrínsecas a su voluntad, y su propia libre voluntad. Esta es la tesis de la libertad de la voluntad.
  3. La voluntad libre es, en cierto grado o aspecto esencial, inescrutable: es decir, no hay razones suficientes que determinen unívoca y necesariamente lo que una persona tiene que elegir. Esta es la tesis de la inescrutabilidad de la voluntad.

Libertad, inescrutabilidad de la libertad y, por tanto, tolerancia. Expliquémoslo un poco:

La tolerancia, que es seguramente la característica más llamativa y también la más querida por los liberales (con ella se diferencian de todo despotismo, paternalismo y totalitarismo), consiste en el respeto a la libertad inalienable e inescrutable de cada persona.

Los límites de la tolerancia son la tolerancia misma, es decir, el respeto (hasta donde sea posible, si es que no lo es completamente) de toda libertad individual por igual, independientemente de cualquier otro valor moral que no se deduzca de esa libertad inalienable e inescrutable.

Incluso en su versión más “anarquista” o minimal, el liberalismo reconoce un valor intrínseco a (un aspecto de) la persona: su libertad. (Este es un punto irreduciblemente “iusnaturalista” del liberalismo, se sea consciente de ello o no. Más allá de él está el simple positivismo, que carece de fuerza normativa). La Libertad es la esencia de la ética liberalista, por lo que su nombre no está mal escogido.

Incluso en su versión más éticamente sustantiva (“aristotélica”), el liberal sostiene que no hay una sola opción vital valiosa, buena, respetable…, sino que, cada uno optamos por un reto vital propio, que (según el modelo interpretativo de la vida como desafío, del que habla Dworkin) podemos realizar con mayor o menor destreza. El hecho de vivir la vida como un reto propio, con “intereses críticos” o normativos (en la versión de Dworkin, esto significaba que la noción de “bienestar” o vida buena, es compleja, que tenemos intereses acerca de cómo deberíamos desear actuar, además de meros “intereses volitivos” o actuales), implica que aceptamos “parámetros” de conducta no meramente subjetivos, como la justicia (es decir, la igualdad de los recursos entre personas), pero cuál sea nuestra opción vital es algo intransferiblemente privado.

Nótese bien que la bondad y legitimidad de que haya diversos proyectos de vida, no se basa en la diversidad de las características de los individuos y/o de sus circunstancias. Si así fuese, no habría realmente lugar para la tolerancia, sino que, una vez conocidas las características “naturales” de un individuo y de su entorno, se le podría determinar y prescribir la única manera buena de desear actuar y de actuar. A lo sumo podría darse indeterminación por el hecho de que no conociésemos con toda precisión “la naturaleza de las cosas”, incluida la de cada individuo. Pero lo que el liberalismo supone, con su tesis de la bondad de la tolerancia, es que hay un ámbito intrínsecamente inobjetivable de lo que es deseable para una persona, o sea, que ninguna cantidad de información puede reducir la indeterminación de la voluntad del sujeto.

Aquí está presente la idea “moderna” de libertad. ¿Qué es ser libre, según la concepción liberal? Un ser libre es aquel que elige entre al menos dos opciones, sin que esté o pudiera o debiera estar determinado por nada más que su voluntad. Libertad es, al menos en uno de sus aspectos esenciales, indeterminación. No solo indeterminación física (por supuesto, toda tesis moral y política presupone que el sujeto es, de alguna manera, libre respecto de toda determinación material, incluido el azar); y no solo indeterminación psicopatológica (un ser libre tiene que ser “dueño” de sí mismo), sino indeterminación, incluso, racional-cognitiva. Aunque un ser libre es un ser “racional”, capaz de evaluar de forma argumentada las diversas alternativas posibles, y, por tanto, en la moral y la política el conocimiento juega un papel esencial como informador, no puede ser que el conocimiento determine a la voluntad, diciéndole qué es lo valioso y deseable, como quiere el intelectualismo (por ejemplo, el socrático-platónico, o estoico), porque en ese caso no podría haber diversas alternativas vitales igual de valiosas independientemente de la “naturaleza de las cosas”. No se trata de que tengamos que ser pedagógicos en nuestro afán de mostrar a los otros el camino correcto que deberían seguir: es que hay un momento esencial en que no hay un cómo es mejor vivir, salvo por decisión del sujeto. En esto se fundamental la bondad de la tolerancia liberal.

Esta idea de libertad como acto indeterminado e inescrutable, aunque es tan vieja como el mundo, puede llamarse moderna porque es la que triunfó, sin complejos, con el voluntarismo protestante (donde Dios, modelo de toda persona, no está sujeto a que el Intelecto le dicte qué es lo que debe querer, como sostiene más bien el “intelectualismo” católico, sino que su voluntad es “inescrutable”). Aunque muchas éticas antiguas (incluida la aristotélica y la agustiniana y cristiana en general) reconocían un margen de indeterminación a la voluntad, veían como culpa que la persona eligiese cualquier cosa salvo una, la que era la buena. La tolerancia es un fruto protestante, aunque no siempre bien digerido.

                                                           ***
Pues bien (aquí viene mi tesis): la idea de Libertad como indeterminación es pobre e incorrecta: hace a la elección esencialmente irracional, y no explica cómo se llega a producir siquiera la elección. Por tanto, la idea de tolerancia, que se deduce de ella, es inaceptable.

La libertad como indeterminación o inescrutabilidad, presenta al acto de elección como esencialmente irracional: por mucha información con que cuente, y mucha ponderación argumental que le dedique, la “razón” o causa por la que uno elegirá esto o lo otro será, en último extremo, solo su inescrutable voluntad. Si no fuese así, no podría ser que para una persona haya, en algún momento, dos opciones morales igual de buenas, ni, por tanto, que para dos personas iguales y en iguales circunstancias haya dos opciones igual de legítimas. Si un sujeto libre es un sujeto racional, no puede ser que la libertad no se vea determinada por la razón. Un sujeto que, en último extremo, elige A o B sin una razón completa, es un ejemplo de acción irracional o incluso de puro azar.

La libertad como indeterminación o inescrutabilidad hace imposible la explicación de cualquier elección: no es inteligible una acción (ni siquiera aunque sea espiritual) en una situación de completa indiferencia.
Por supuesto, el liberal no cree que las personas actúen con indiferencia, sino que, o bien (en versión sentimentalista), a unas les gustan unas cosas y a otras, otras; o bien (en versión más intelectualista), unas personas “ven” racionalmente la mayor bondad de esto que de aquello. Pero, empezando por la versión sentimentalista, si no quieren que se trate de una motivación “patológica” de la voluntad por parte de los gustos, el sujeto tiene que poder elegir sus gustos; y, en la versión más intelectualista, la única manera de evitar el despotismo moral y salvar la tolerancia, para un liberal, es reconocer que proyectos morales distintos son igual de buenos racionalmente. Luego sigue resultando que la libertad opera donde ya no hay motivación suficiente, sea emocional o intelectual. Y esto vuelve ininteligible la acción, además de, por supuesto, presentarla como algo intrínsecamente irracional, y no propia de seres cuya esencia es la razón.

Veámoslo en otros términos: ¿Puede uno, aunque sea liberal, ser tolerante con sus propios deseos, gustos, voliciones? Uno adopta, en cada momento, una posición moral, que excluye todas las demás. Puede cambiar de opción moral de un momento a otro, pero en cada momento solo puede mantener una. Ahora bien, ¿cuál es la motivación suficiente para mantener precisamente esta, y no otra, opción? Si reconoce que no hay motivación y expresamente una motivación racional y razonable (que se apoye en características asumidas como objetivas y objetivamente valiosas), declara que su conducta es irracional. Uno no puede, en ningún momento, ser “tolerante” con su opción moral y política.

Y, si no puede serlo consigo, ¿cómo puede serlo con los deseos de los demás? Por la exigencia de universalización de las máximas (que acepta cualquier moral liberal, incluso en su versión consecuencialista o utilitarista), si yo no puedo creer que haya, para mí, dos modelos de acción igual de correctos y deseables, tampoco puedo creerlo para cualquiera que sea igual que yo, o sea, para cualquier persona en abstracto. Si uno cree, por ejemplo, que la homosexualidad o la práctica de ritos religiosos o comer animales, son degradantes para él, con independencia de sus circunstancias, y que está en su “interés crítico” no tolerárselos a sí mismo (aunque pueda ser comprensivo con sus eventuales incumplimientos), tiene que pensar que son degradantes para cualquier persona, y, por tanto, que no es correcto tolerarlos. Otra cuestión es cuál sea el medio más apropiado para combatirlos, pero deberá considerarlos intolerables.

El gran escollo para la ética liberal ha sido siempre su deseo de salvar la pluralidad de proyectos éticos, la no ingerencia en las vidas de los demás. Pero esa tesis implica la inescrutabilidad de la voluntad, y presenta la elección humana como algo intrínsecamente irracional. Esto deja, de paso, sin justificación a la propia ética mínima del liberalismo: el respeto incondicional de la libertad de cada uno. También esto es un proyecto ético, entre otros (otras alternativas son los despotismos, dictaduras, teocracias, anarquismos, etc.). Si un proyecto ético excluye a todos los demás (como el liberalismo pretende excluir al totalitarismo o al despotismo o a cualquier otra opción que no sea el Estado liberal), no puede ser que la libertad sea indeterminada e inescrutable; si un proyecto ético no excluye a los demás, entonces el liberalismo no puede fundamentarse contra los totalitarismos; si es que el caso del respeto de la libertad es una excepción, un valor que, a diferencia de todos los demás, es innegociable, habría que justificar por qué.

4 comentarios:

  1. Buenas, aquí me meto un poco a filósofa (no creo que esté a la altura, soy más bien historiadora, pero me cuesta atenerme a un solo terreno). Aunque me considero más kantiana que otra cosa, me he dado cuenta que, cuando procedo como historiadora, soy más bien intelectualista: todos eligen la postura, la ideología, las decisiones, que consideran más justas y correctas. En vez de juzgar, el historiador debería intentar comprender porqué la gente piensa en determinado momento que una opción es la más correcta. Para convencer a los demás de mi punto de vista, debo entender porqué opinan lo que opinan, y explicarles en qué puntos pueden estar equivocados. Es lo que llaman la cara hermenéutica de la historia: comprender la cultura, el punto de vista de los sujetos de la historia.
    Ése era mi proceder clásico. Sin embargo, con todo lo que está pasando en estos años, una se vuelve cada vez más crítica. Te acuerdas de esos viejos apuntes de Marx, y te preguntas hasta dónde llega la cultura (esas ideas que condicionan nuestras decisiones) de la ideología (la supraestructura que intenta justificar los intereses de clase). Hasta qué punto no estaré siendo cómplice explicando determinadas injusticias por el punto de vista de los autores, cuando muy probablemente sean excusas para justificar la explotación y opresión de otras personas. Supongo que una de las tareas más difíciles de los historiadores es saber dónde es necesaria la hermenéutica, y cuándo es necesaria la crítica.

    Puedo entender que muchos neoliberales opinen que los individuos generan más beneficios a la sociedad, al resto de seres humanos, persiguiendo cada uno el mayor beneficio económico posible, que laborando conscientemente por el bien común, en cooperación con otras personas. Puedo entender que tengan miedo a que un Estado demasiado fuerte pueda ser tiránico, o que surjan los free-riders de la Teoría de los Juegos, que intenten vivir sin trabajar aprovechándose de su esfuerzo. Pero no logro imaginarme desde qué punto de vista se puede considerar justo y correcto retroceder a las condiciones laborales del siglo XIX, hablando de seres humanos como si fueran meras herramientas de las que extraer el máximo rendimiento económico; o exigir la mercantilización de la sanidad, condenando a la muerte a miles de personas que no pueden pagársela. Especialmente, cuando se han recetado los mismos remedios desde los años 70, y se sabe que las consecuencias han sido nefastas en todos los países donde se han aplicado, llevando a la miseria y el dolor a millones de personas. Aún suponiendo que los efectos a largo plazo serán positivos, ¿hay algún punto de vista racional que justifique el sacrificio de una generación entera? ¿No se condenó al comunismo por esa razón? Lo siento, para estas cosas soy kantiana recalcitrante. Terminas pensando que lo que mueve a los organismos que imponen esa serie de medidas, no es la terquedad en una idea equivocada del bien, sino la defensa de unas élites, cuyos intereses acaban imponiendo aprovechándose de la fuerza.¿Por qué no admiten correcciones, tras ver todos los fracasos desde los años 70? Si se admite la Ley del más fuerte, ¿por qué no dejar que los débiles se agrupen para unir fuerzas en su defensa?

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    1. Indignadita,
      creo que no tienes motivos para abandonar tu intelectualismo. Cuando dices: Hasta qué punto no estaré siendo cómplice explicando determinadas injusticias por el punto de vista de los autores, cuando muy probablemente sean excusas para justificar la explotación y opresión de otras personas.
      date cuenta de que las personas que usan excusas para medrar y explotar padecen la peor de las ignorancias: no se reconocen como seres humanos urgidos por la justicia, sino como máquinas deseantes que pueden "vender su alma" por unos dólares. Lo cierto es que así no consigue ser felices y sentirse personas decentes, como consecuencia de su torpe error. Las "élites" creen que sus intereses son esos, pero se equivocan.
      Lo mejor del kantismo (lo irrenunciable de la justicia) es salvado por el intelectualismo, sin la idea, a mi parecer absurda, de que alguien hace el mal a sabiendas. El "malvado" cree que realmente lo bueno es su beneficio. En esto se equivoca seguramente (pues prostituye su alma) pero no es tan idiota como para creer que lo bueno es ser justo y preferir lo malo, al menos a mi juicio.

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  2. Por último, me parece un poco injusta la idea de que la libertad, para muchos teóricos clásicos de la rama liberal, es una indeterminación entre el bien y el mal que, con tal de mantener su pureza, llega a negar la determinación racional y se convierte en algo arbitrario. Por lo menos en el caso de Kant, que es el que más conozco. Es cierto que, en algunas fases, define la libertad principalmente como indeterminación; por eso llega a decir lo de que "es la cosa más espantosa que cabe imaginarse"; la naturaleza sale perfecta de las manos de Dios, es el hombre el que lo trastoca todo al no estar determinado por sus leyes, y poder elegir libremente el mal. Sin embargo, dudo mucho que hubiera considerado que el hombre determinado por la razón fuera menos libre que el hombre determinado por otras fuerzas de las que fuera un mero agente pasivo (vale, esa contraposición tan rigorista entre pasión y razón no hay bicho humano que la soporte; parece más humano lo del auriga de Platón). Al final, la libertad era la autodeterminación racional. Creo que lo que más espantaba a Kant era reducir al hombre a un papel meramente pasivo, a un juguete de la naturaleza; y la razón, al fin y al cabo, es lo que nos permite ser sujetos activos.¿Por qué los tomistas españoles de la post-guerra le tenían si no tanto miedo a la autonomía kantiana, si no fuera porque esa razón independizaba en cierto modo al hombre de los dogmas revelados?

    Para los primeros liberales, la libertad no era tanto esa indeterminación, como proteger al individuo de los abusos arbitrarios de terceros; evitar que unos abusaran de otros reduciéndose a meras herramientas para conseguir otros objetivos. Que luego se contradijeran a sí mismos, y se escudaran en la "autonomía de la voluntad" para justificar contratos de semi-esclavitud; que mantuvieran la "libertad económica" suprimiendo la de los obreros para organizarse; que proclamasen al hombre sujeto de derechos, mientras relegaban a las mujeres y los hijos dependientes a meros súbditos del pater familias... No deja de ocultar que todas las reivindicaciones de justicia compartan hasta cierto punto esa aspiración. Las feministas empezaron a reivindicar la igualdad de derechos apoyándose en los argumentos ilustrados, los argumentos de los mismos filósofos que llamaban "mujeres barbudas" a las que estudiaban, y les recetaban "aguantar la injusticia y la sujección con humildad".

    Lo de éticas de mínimos y de máximos también se traduce por éticas de la felicidad y de la justicia. La justicia es universalizable, se puede apoyar en argumentos racionales que todos puedan entender; la felicidad, por desgracia, es más complicada. Quizás eso explique porqué la historia humana es tan complicada: lo bueno, lo mejor, es la felicidad y la justicia; y por desgracia, muchas veces se contraponen.

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  3. Indignadita,
    desde luego eres toda una filósofa. Contesto a lo que dices:

    Dices dudo mucho que [Kant] hubiera considerado que el hombre determinado por la razón fuera menos libre que el hombre determinado por otras fuerzas de las que fuera un mero agente pasivo
    Lo importante es que no hubiera considerado menos libre al no-sabio, al no determinado por la razón. Porque Kant cree que la voluntad, pese a lo que diga el entendimiento, puede elegir otra cosa, y eso es ser libre. En cambio, para un intelectualista uno es libre solo en la medida en que actúa determinado por la razón. Por tanto uno no es libre para hacer el mal, sino solo para hacer el bien, y padece el mal.

    Es verdad que la libertad de Kant es, en parte, autodeterminación racional, pero no solo, sino que el hombre es libre por inclinarse hacia la tentación de lo malo, lo que a mi parecer es absurdo.

    Un cordial saludo.

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