Continuación del diálogo socrático recién hallado entre las ruinas del futuro de España:
Sócrates (S), Wertíades W) y Querefonte (Q)
S.- Empecemos, si te parece, por aquí: ¿por qué estás tan
interesado en que los padres elijan la escuela de sus hijos? ¿No es, acaso,
porque crees que no todas enseñan lo mismo?
W.- Eso es. Cada colegio tiene unos principios, y los padres
deben poder escoger entre ellos, según los suyos propios.
S.- No todos concebimos de la misma manera en qué consiste
educar, ¿no? Sin embargo, parece que tenemos que establecer una única ley de
educación, que es justo a lo que te dedicas tú, y no pareces tan liberal como
para aceptar que cada uno decida, no ya a qué escuela ir, sino incluso si ir a
alguna o quedarse en casa.
W.- La escolarización es obligatoria en nuestro país.
S.- ¿Cuál dirías tú, entonces, que es el propósito más común
de cualquier educación, y cómo hay que llevarlo a cabo? Porque, aunque algo se
puede deducir del discurso que hiciste al principio, querría oírtelo a ti
mismo.
W.- ¡Menudas preguntas me haces!
S.- Las propias para un ministro. Empecemos por la primera,
si quieres.
Q.- Según el encabezamiento de su ley, Sócrates, la
educación debe servir para hacernos más competitivos y productivos, o sea, perros
de carreras. Ahí tienes el objetivo de la educación, según estos.
S.- Creo que este hombre te va a volver a decir que
tergiversas sus intenciones, así que deja que conteste él. Vamos a ver, amigo,
¿quizás piensas (y eso sería lo que significaría la cabeza que quiera que le
pongas a la ley) que la educación debe tener como misión sacar de cada uno de
nosotros todas nuestras posibilidades y, como decías, hacernos mejores en
aquello que nos corresponde?
W.- Dilo así. Hay que sacar de uno lo que pueda o quiera,
reconociendo sus méritos.
S.- Y ¿no piensas que eso exige (además de, como hemos dicho
y no me has negado, garantizar que aprendan todos en las mismas o semejantes
condiciones) que sepamos también qué tipo de ser somos, para saber qué nos
conviene hacer y padecer, y prescribirle así a todos y cada uno de los niños qué
educación mínima deben disfrutar? Si te fijas, los criadores de perros conocen
perfectamente, o lo más que pueden, la naturaleza de los perros, para saber qué
puede esperarse de ellos. Y lo mismo puede decirse de los criadores de
caballos, y hasta de plantas, ¿no estás de acuerdo?
W.- Sí, claro.
S.- Saber qué es una naturaleza humana es algo más
complicado. Sin embargo, creo que es de toda necesidad que aclaremos esto.
W.- ¿Tanta filosofía pides tú para poder ser educador?
S.- Me conformo con la que pidas tú mismo: me figuro que no
te has puesto a ordenar la cría de un ganado tan difícil, sin tener alguna idea
de lo que tienes entre manos… Dinos, pues, anda, qué opinión tienes de ti mismo,
si es que crees que Querefonte y yo estamos capacitados y nos merecemos oírlo.
Q.- Estás preguntándole a una pared, Sócrates, porque ni se
toma la molestia de escuchar a los expertos en la mente, sino que los desprecia
olímpicamente, por lo menos en sus corrillos.
S.- ¿Prefieres que te pregunte yo, amigo, a ver si así me
dices lo que te resistes a decir?
W.- Pregunta.
S.- ¿Crees que los seres humanos, como los otros animales,
deseamos naturalmente comer, dormir bajo un techo, calor en invierno, seguridad
para nuestras crías y todo eso?
W.- Claro.
S.- ¿Pero que, por lo común, no nos basta con esto, sino que
también deseamos y necesitamos, o creemos necesitar, otras cosas más difíciles
de conseguir, como ricas comidas y sábanas suaves, caballos y carros de última
generación y todo lo demás?
W.- Desde luego.
Q.- Y basta con eso, Sócrates, para este hombre.
S.- No hagas caso a Querefonte, está disgustado, o
indignado, como dice él, porque un vecino suyo, que no está en muy buena
situación, no va a continuar con sus estudios superiores.
Q.- No debe de ser tan excelente como para merecer una “ayuda”
estatal… ni tan amado por el destino como para que se lo pague su papá, que no
puede…
W.- Habría que ver en qué se lo gasta…
S.- Es cierto, quizás no sea verdad que hay pobres entre
nosotros, sino necios…
W.- No digo eso, pero si ese joven no deja de ironizar (como
ha aprendido, por cierto, de ti…)
S.- Discúlpanos, no somos políticos (y en mí esto es,
además, herencia de mi madre, que no sé si me merezco). El caso es que, si deseamos
por naturaleza todo lo que hemos dicho, los mayores tienen que enseñarnos a
conseguirlo y producirlo, contando con la predisposición innata que traemos.
Eso requiere mucho conocimiento técnico, dado el nivel que han alcanzado
nuestras necesidades. Por eso, a diferencia de los demás animales, que son más
sencillos, necesitamos varios años de escuela. Pero ¿tiene el hombre, además de
deseos de comer y lo demás, alguna idea de justicia, de verdad, de belleza, y de
varias otras palabras de esas que aparecen en los preámbulos de las leyes (al
menos hasta que tú has abandonado la demagogia política)? ¿Qué me dices:
tenemos también esa necesidad?
W.- Sí.
S.- ¿Hasta el punto de que consideramos la justicia (sea eso
lo que sea) como una condición imprescindible para una vida digna?
W.- Desde luego.
S.- ¿De modo que, si uno quiere educar a una persona, es
preciso que conozca también qué es lo justo, y que eduque en ello y con ello?
¿O eso no necesita ni conocerse ni ser educado?
W.- Sí, hay que transmitir a los niños el sentido de la
justicia.
Q.- ¡Por eso la nueva ley quiere suprimir la única clase en
que se hablaba de eso, la Ética, y se fija solo en las que nos enseñan cómo
levantar la patita!
W.- La enseñanza de una buena conducta es un asunto que se
da en todas las materias, no hace falta una materia específica para eso.
S.- Pero ¿no podría decirse eso también de la lengua, o de
cualquier otra cosa? ¿No se ejercita el hablar en todas partes, sobre todo si
uno se topa con Querefonte, e incluso el contar, cuando quiero saber si hay sillas
bastantes para todos o si he ganado en la votación?
Q.- Es que, Sócrates, no es lo mismo ejercitar algo
haciéndolo como por instinto, que hablar y pensar sobre ello, para aprender a
hacerlo mejor.
S.- Tienes razón, Querefonte. Y, aunque lo bueno y justo es
algo que más vale hacerlo que hablarlo, es mejor si, además, se piensa y habla
sobre ello, ¿o no estás de acuerdo?
W.- Sí, pero hay que tener mucho cuidado con esto. Yo, como
liberal que soy, no pienso que la escuela, obedeciendo al gobierno de turno,
deba enseñar qué es bueno y malo: hay que dejar libertad a la gente para que
piense lo que quiera, sin adoctrinamientos.
S.- Eso que dices apunta muy al fondo: la libertad… No estoy
seguro de entenderte bien. ¿No es verdad que la ley impone unas normas de
conducta a todos los ciudadanos, tales como la de no ejercerse violencia entre
sí, respetar a todos, y otras?
W.- Sí, claro, la ley prohíbe ciertas cosas.
S.- Y ¿no te parece lógico que si el estado, en nombre de
los ciudadanos, obliga a cumplir esas normas, intente también enseñar, en
nombre de todos, que son buenas y justas?
W.- Sí, unos mínimos.
S.- Porque parece una gran arbitrariedad que exista una ley
que nos obliga a unas cosas y nos prohíbe otras pero de la que nadie conoce
justificación alguna, como si quienes establecieron la sociedad democrática, a
los que nosotros respetamos y seguimos, fueran estúpidos que decidieron
cargarse de cadenas y cargar con ellas a los demás. ¿Por tanto, la sociedad
debe estar interesada en explicarle bien a todos los ciudadanos, desde niños,
cómo la sociedad en que viven es, si no la mejor posible, sí la menos mala
conocida?
W.- De todas maneras hay una materia de educación
constitucional, puesta por el otro partido, y que nosotros hemos conservado, quitando
solo aquello en que muchos podían no sentirse representados.
Q.- ¡Después de que armaron mil escándalos contra el gobierno
anterior!
S.- Querefonte, rectificar es de sabios.
Q.- Pero, Sócrates, cambiar según nos favorezcan las
circunstancias ¿es de sabios?
S.- Bueno, es agudo lo que dices…
Q.- Es que me he salvado de estudiar bajo la futura ley de
educación.
S.- Estamos de acuerdo en que la democracia hace bien en
contarle a sus hijos por qué está ella ahí, y no otro sistema. Ahora, que si
esa materia de educación cívica tiene que contener todo lo que es necesario
para justificar este pacto, ya me parece una materia muy larga: ¡explicar que
todos somos, en principio, iguales en lo común, como decía Heráclito; y que por
eso tenemos todos el mismo peso en el contrato; que nadie debe elegir bajo coacción,
aunque sea muy sutil; que uno tiene derecho a saber toda la verdad antes de
elegir…! ¿Quedará lugar para estudiar otra cosa? Pero dejemos eso. Has dicho,
hace un momento, que para un liberal como tú te llamas, lo ético, más allá de
unos mínimos, no es cosa que haya de enseñarse en las escuelas. ¿Quién dices tú
que debe encargarse de enseñarlo?
W.- Los padres, sobre todo.
S.- ¿Los padres, otra vez? Puede ser... En ese caso no
digamos que la escuela se ocupa de educar, porque precisamente eso que es el corazón
de la educación, queda fuera de su alcance. ¿No sería más correcto decir que la
escuela se encarga de instruir, y los padres de educar?
W.- Como quieras. La escuela no debe adoctrinar.
Q.- ¡Eso, deben adoctrinar los padres… sobre todo si son los
que llevan alzacuellos!
S.- ¿Cómo puede ser eso…? ¿Crees, entonces, que los padres
están capacitados para educar en lo bueno y lo malo, pero no así la escuela?
¿Lo saben los padres, qué es bueno y malo, pero no los profesores?
W.- Lo que digo es que son ellos los que tienen el derecho a
trasmitirlo.
S.- ¿El derecho? Esto no me parece fácil de entender. Vamos
a ver: es evidente que no crees que todos sepamos lo que es bueno y malo, ¿no?
W.- ¿Por qué lo dices?
S.- Porque si lo supiésemos todos (como sabemos, por
ejemplo, que dos es par), daría igual quién lo enseñase, ya que todos
enseñaríamos lo mismo, como todos enseñamos que dos es par. ¿No es así?
W.- Eso parece.
S.- Luego no lo sabe todo el mundo. Pero ¿es entonces, el
asunto, como en el caso de si la circunferencia es cuadrable y por qué sí o por
qué no, o como en la enrevesada música de las tragedias de Eurípides, o en la
medicina, quiero decir que solo lo saben algunos, muy expertos, y solo ellos es
adecuado, por tanto, que lo enseñen? ¿Es ese el caso de la educación de lo
bueno y lo justo, salvo que en este caso serían los padres quienes lo saben, y
no los profesores ni nadie más?
Q.- Desde luego que no es ese caso.
W.- No, no lo es.
S.- ¿¡Estáis de acuerdo en algo!? Muy bien. Claro, no es ese
caso, porque si lo fuera, entonces los padres, dotados por naturaleza como lo
estarían para enseñar qué es lo bueno y lo malo, enseñarían todos lo mismo. Y,
con ellos, cuantos les hubiéramos oído alguna vez.
W.- Aunque en cierto modo así es.
S.- Sí, desde luego: todos los padres enseñan, creo yo, que
no se debe mentir, o que la soberbia es perjudicial, y esas cosas… Pero, ¿sólo
los padres son capaces de enseñar esas cosas básicas, y no los maestros
también?
W.- Todo el mundo puede enseñar eso.
S.- Como que dos es par, ¿no es así? Ahora bien, si,
quitando esas simplezas, todo o casi todo lo que se refiere a lo bueno y lo
malo, a qué vida conviene que llevemos para llevar una vida buena, es algo que ni
sabe todo el mundo, ni un grupo de expertos, ni tampoco los padres, entonces
solo quedan dos posibilidades.
W.- ¿Dos? Yo solo veo una.
S.- Tú crees que la única que queda es que no lo sepa nadie,
¿verdad?
W.- Claro.
S.- Vamos a darlo por supuesto. Sobre lo bueno y lo malo no
hay ciencia. Por eso, cuando se va un poco más allá de cosas muy básicas (en
las que, quizás por casualidad, estamos de acuerdo), cada uno decimos una cosa:
unos creen que el conocimiento es un gran bien y otros que solo los ignorantes
son felices, unos que la homosexualidad es fea y otros que lo feo es meterse en
el amor de los demás, y así con todo. Esa es nuestra libertad, y en eso
consiste ser liberal ¿no es eso?
W.- Así es, la libertad ideológica.
S.- Y eso es algo completamente irracional, ¿verdad?
W.- ¿En qué sentido lo dices?
S.- Porque hemos dichos que no puede saberse qué es bueno y
justo, sino que cada uno tiene sus gustos, como se dice con los colores. Por
eso es estúpido querer razonar y convencer a otro, como si fuese algo del tipo
de la cuadratura del círculo, la afinación de la lira o el tamaño del sol.
W.- Bien, sigue.
S.- Pero, querido amigo, si cada uno, libremente, o sea, de
una manera completamente irracional, elige qué toma por bueno y por malo, ¿por
qué razón crees tú que es prerrogativa de los padres enseñar o adoctrinar sobre
eso a sus hijos?
W.- Y ¿por qué no iban a tener ellos ese derecho?
S.- Parece que deberían ser los propios hijos los que, libre
e irracionalmente, se fabricasen su propia idea de lo que es una buena vida
para ellos, sin interferencias ni influencias adoctrinantes por parte de nadie,
como individuos individuales que son. ¿O te figuras, quizás, que los niños son
tablas en blanco propiedad privada de los padres, para que estos les inculquen
sus caprichos?
W.- ¿Sus caprichos? ¿Por qué lo describes así?
S.- ¿A qué llamas tú capricho? Yo, al menos, llamo así a
cualquier deseo que no tiene ninguna justificación de la razón, es decir, que no
deba ser así para todo el que tenga inteligencia, y que no pueda, por tanto,
enseñarse como se enseña lo que se refiere a los números: eso es un capricho. ¿No
es, pues, un puro acto de manipulación que los padres, sin tener ninguna razón
para sus ideas de lo bueno y lo justo, se las transmitan a sus hijos, juntando
así dos caprichos?
W.- Los padres no deben imponer: lo que hacen es dar una
orientación, pero son los hijos, cuando crecen, los que adoptan su propio
pensamiento.
S.- ¿Te ofenderás si te digo que, o crees que hablas con un
niño de los que imaginas tú, o tú mismo no sabes lo que dices?
W.- No me ofenderé, pero me iré a mi casa, porque estoy
cansado.
S.- Muy bien, eso puedes hacerlo, puesto que somos libres, y
quizás pienses que no tienes obligación de terminar esta conversación.
W.- ¿Crees que tengo la obligación?
S.- Depende de lo que te enseñaran tus padres o hayas elucubrado
tú ya de mayor. Yo, con mis ideas, tengo que estar muerto para impedir que
alguien me aclare razonamientos con los cuales a lo mejor me saca de un error y
me hace mejor, o al menos le puedo sacar yo a él.
W.- Sigue.
S.- Me ha parecido que te burlabas de mí diciendo que, no
importa qué sea lo que el padre inculque a su hijo, eso no impedirá que este
elija libremente, de mayor. Porque si realmente crees eso, además de que tomas
por estúpidos a todos los padres (que se esmeran en educar a sus hijos en el
supuesto de que con ello los inclinan más hacia una cosa que hacia otra),
aparte de eso, digo, es que no has hecho la más mínima observación de un niño,
o simplemente de tus conciudadanos, que piensan todos según nuestra cultura
ateniense, y muchos se parecen, en sus ideas, a sus padres, aunque algunos
ciertamente se distancian algo, cuando oyen otras opiniones. ¿No has observado
eso?
W.- Bueno, es cierto que los niños imitan lo que aprenden.
S.- Por tanto, si tu máximo interés, como liberal, es que cada
uno elija libremente sus ideas, entonces, en lugar de pensar que debe educar en
eso cada padre, pensarás y dirás que todos deberíamos procurar que el individuo
sea lo más libre posible para elegir a capricho. Y eso, ¿cómo se haría?
W.- ¿¡No enseñándole nada de nada, crees tú!?
Q.- ¡Como tus queridos anarquistas!
S.- Eso es, sin intentar adoctrinarle, sin convencerle con
sofismas o razonamientos (que son lo mismo en este asunto). Si de verdad no
deseas imponer a los demás ideología alguna, ¿cómo puedes enseñar ninguna otra
cosa, o siquiera prescribir que todos tengan que aprender ciertas cosas? Pero ir
a la escuela es algo a lo que se fuerza a todo niño, sin preguntarle.
W.- Desde luego.
S.- ¿Y por qué se le obliga?
W.- Porque no está en condiciones de elegir.
S.- ¿Y qué condiciones son esas?
W.- Un niño no sabe lo que quiere.
S.- Eso será si es que alguien puede saber lo que quiere. Si
no, ¿en qué ventaja está un adulto sobre un niño? Creemos que los mayores eligen
libremente envenenarse, fumando y bebiendo alcohol, y nadie les dice nada. Y he
sabido de algunas familias que se niegan a llevar a sus hijos a la escuela,
porque dicen, y con razón, que en cualquier cosa que se les enseñe allí, por
pequeña que sea, se les estará inculcando que ciertas cosas son buenas y otras
malas. ¿No sería más liberal dejar que cada persona, tenga la edad que tenga,
elija si quiere instruirse o no, y en qué?
W.- Eso es absurdo, un niño no tiene conocimiento.
S.- Pero todo lo que acabo de decir, si no me demuestras
otra cosa, se sigue de la suposición de que sobre lo bueno y lo malo nadie sabe
ni puede saber más que nadie, sino que es una elección misteriosa e
inescrutable. No es, en verdad, un cuadro muy honroso de nuestra especie,
incluidos tus amados padres, porque nos presenta como seres que, aquello que es
lo más importante en la vida, lo escogen sin tener más razón para eso que para
lo contrario. Pero yo creo que hay una alternativa más, aparte de las que hemos
dicho.
W.- ¿Cuál?
S.- Fíjate en lo que pasa en otros asuntos.
W.- ¿En qué asuntos?
S.- Hay algunos en los que quizás nadie sabe la respuesta
correcta, ni siquiera es fácil distinguir quién estaría más cerca de saberlo
(por lo que puede dar la impresión de que no es conocimiento alguno), pero eso
se debe a lo complejo del propio asunto. ¿Sabes en qué se nota que es así?
W.- ¿En qué?
S.- En que sí que estamos de acuerdo en ciertas cosas, muy
básicas, y sobre todo en que nos parece increíble que eso se deba a la
casualidad (de modo que solo algunos filósofos se atreven a defenderlo). ¿Crees
que pasa algo parecido en el tema de lo que es una vida buena?
W.- Es posible.
S.- ¿No has visto cómo los niños de apenas un año saben,
todos, indignarse cuando se les trata injustamente? Ninguno admite que se le dé
un trozo de pastel más pequeño que a los otros, ni se atreve apenas a pedir que
el suyo sea más grande. Y todos, como liberales que son, se resisten contra la
tiranía.
W.- No tienen ni idea de qué es tiranía.
S.- La misma que sus mayores, si es que la justicia no se
puede enseñar y aprender. Pero si, como pienso yo ahora, sí hay un saber acerca
de lo bueno y malo, aunque nadie o casi nadie lo posea en profundidad, entonces
todos podríamos descubrirlo o aprenderlo, con el método adecuado, y los niños
ya saben algo de eso. ¿Qué te parece esta alternativa?
W.- Puede ser, no soy filósofo.
S.- Alguien que, como tú, está estableciendo unas leyes por
las que tendrán que regirse muchas personas, a las que ni siquiera te sientes
obligado a escuchar en cuatro años, debería tener algo de filósofo, si no
quiere parecer no ya un puro tirano, sino un loco.
Q.- ¡Muy bien dicho, Sócrates!
S.- Yo, por mi parte, aunque no sé nada con certeza ni tengo
aptitud para la política, he oído a algunos decir que todos traemos en el
interior un saber sobre eso, aunque viene algo oculto y hay que desenterrarlo.
Q.- ¡Pero si eso mismo es lo que dicen creer algunos
sacerdotes a los que este es tan afín, como que les paga sus colegios! Salvo
que esas gentes enseñan lo bueno por iluminación, y no, como dices tú,
Sócrates, con la fuerza de las razones.
S.- Eso nos presenta como seres menos caprichosos, puesto
que habrá alguna razón para creer que ciertas cosas son por su naturaleza
mejores que otras, si bien un conocimiento profundo de ello es muy difícil, y
quizás los humanos no estamos más que al principio de su investigación y no
sabemos aún casi nada más allá de las primeras nociones, que casi sabe hasta un
bebé. Es lógico, entonces, que se dude de que haya sabios en esto, aunque no es
sensato pensar que todos estamos en el mismo curso, y en realidad creemos que
hay personas mejores y más sabias, a las que casi nadie discute. Suponiendo
ahora que sea así, ¿qué deberíamos hacer de ello en la escuela? ¿No sería bueno
que hubiese allí un lugar donde escuchar las diferentes ideas que se hace la
gente sobre el asunto, y discutir los argumentos de una y otra, sin pretender
inculcar una más que otra?
Q.- Esa materia es la más necesaria. No nos enseñan a pensar
en lo esencial.
W.- Para eso está en nuestro sistema escolar la filosofía.
Q.- …que los niños solo se encuentran en la escuela media,
cuando ya son mayores, y por muy pocas horas. Además, muchos no llegan hasta
ahí. Los que están destinados “por naturaleza” a los estudios no superiores y a
los trabajos más manuales, no se encontrarán nunca una clase como la que dices,
Sócrates.
S.- Pues parece una gran irresponsabilidad dejar la
discusión de todo eso en solo las manos de los padres. No hacemos lo mismo con
la medicina ni con la dietética siquiera, sino que les impedimos que suministren
al cuerpo de su hijo lo que se les antoje; ¿por qué habríamos de dejarlo en
caso de la salud del alma? ¿Defenderemos la potestad absoluta de los padres,
como aquellos patriarcas antiguos que podían hasta matar a sus hijos?
W.- Pero ¿crees que los padres consentirán alguna vez que
otro, aunque sea el estado, les arrebaten a sus hijos y los eduque en su lugar?
¿Para qué los tienen, entonces?
S.- Tienes razón, pero te equivocas. Pintas la cosa como si
hubiera que hacerlo del todo a la fuerza, contrariando a los padres. Pero esto
solo pasa en casos muy extremos. ¿No hay ya padres que se ven forzados por la
ley a no tratar a sus hijos de cierta manera, que todos vemos hoy cruel e
indigna? ¿No estás de acuerdo con que el estado arrebate de manos de sus padres
al hijo al que tratan como un esclavo?
W.- Sí, claro, el derecho de los padres tiene un límite.
S.- Sin embargo, esos casos son muy pocos, y de gentes muy faltas
de educación. Fíjate, además, en lo que hemos dicho que sería deseable: no que
la escuela adoctrine en esto o lo otro, sino en que, más allá de enseñar unos
ciertos principios comunes (en los que se basan nuestras propias leyes),
presente a los niños y jóvenes las diferentes visiones de lo bueno, con sus
argumentos y dificultades. ¿Crees que una cosa así puede llamarse
adoctrinamiento, o lo llamarías verdadera educación?
Q.- No te contesta, porque no le gusta tener que darte la
razón.
W.- Y ¿quién enseñaría esas cosas de manera neutral, como
dices, sin intentar imponer sus propias ideas? Todo maestro tiene su ideología.
S.- También la tienen los jueces y policías, y esperamos que
hagan bien su trabajo. Y tampoco falta arbitrariedad en los padres. Pero creo
que el diálogo que digo es (o sería, de existir) una buena medicina contra eso.
Q.- Desde luego, y lo contrario es un veneno.
S.- Si tenemos razón, y es bueno y justo proporcionar a todo
el mundo una reflexión y examen de cómo sería una vida buena, no adoctrinándole
ni en esta dirección ni en la otra, ¿es de creer que haya lugar para muchas
diferencias entre una escuela y otra en este asunto? ¿No sucederá, más bien,
que aquellas escuelas que dicen ser muy diferentes en asuntos morales, y a las que
acuden los padres que tienen dinero suficiente, sean, más bien, amigas del
adoctrinamiento, en uno u otro sentido?
Q.- Y así es, porque la mayoría son escuelas sacerdotales,
donde ni mucho menos se hace críticos a los jóvenes, sino que se les intenta
adoctrinar en una sola cosa, a veces de manera fanática. Sin embargo, Sócrates,
las escuelas públicas de nuestro país no son muchas veces un lugar de discusión
crítica.
S.- Pues en eso es en lo que debería trabajar un ministro, a
mi juicio, en que todas sean buenas escuelas y eduquen en el diálogo racional
acerca de lo bueno. Y no me parece ni bueno ni justo que haya mucha diferencia
entre unas y otras. Si el estado se siente autorizado para obligar a ciertas
cosas, me parece que la más importante de todas es que todos los hombres aprendan
a ejercitar su capacidad de razonar sobre lo bueno y lo malo lo más libremente que
puedan, sin influencias, incluida la de sus propios padres. Estos, si de verdad
quieren educar y no fabricarse almas según sus deseos, tienen que permitir y
desear que sus hijos conozcan lo más posible las diferentes maneras de ver la
vida, aunque ellos les den también las razones que tienen para inclinarse más
por una que por otra. Esto está más obligado que nadie a creerlo y hacerlo
quien se diga liberal, salvo que las palabras hayan cambiado de significado. ¿O
no es así?
W.- No sé, tendré que pensarlo...
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