Una persona de Derecha cree en la bondad de la iniciativa
individual, en la libertad (entendida como ausencia de impedimentos), en las
diferencias y jerarquías que surgen de la competición por lo mejor y como
consecuencia de las diversas capacidades naturales (inteligencia, constancia,
fuerza de voluntad…) de los diversos individuos; suele, por eso, tender a ver
justificadas las desigualdades existentes y a considerar como mejor lo que es
socialmente dominante, viendo generalmente con malos ojos las medidas sociales
que pretenden hacer a todos iguales (“eliminando el resultado de los méritos”);
y, por eso también la inmensa mayoría de la gente de derecha valora mucho lo
recibido de las generaciones pasadas. Emeritismo, elitismo y conservadurismo
son sus valores preferidos.
Una persona de Izquierda, por el contrario, cree en la
bondad del trabajo conjunto y sospecha de la iniciativa individual o “egoísta”,
cree en la justicia entendida como igualdad más que en la libertad individual,
ve las diferencias y jerarquías más (mucho más) como un pernicioso fruto de
situaciones injustas de dominio o de la casualidad que como resultado del
mérito y de las capacidades propias de los individuos, y se enfrenta, por
tanto, a las instituciones de poder y jerarquía heredadas (es, en esa medida,
“progresista”). Colaboracionismo, igualitarismo y progresismo.
Pero, ¿cuáles son las razones de fondo de esas dos
ideologías? ¿Qué es “esencialmente” Izquierda y Derecha? En la entrada anterior
propuse como problema o dialéctica política fundamental la siguiente:
¿Cuál es la (mejor) manera de organizar a las personas, de manera que cada uno tenga lo justo, o sea, lo que le corresponde, lo correcto o debido, lo “suyo”? ¿Qué es, en justicia, de uno, y así debe ser reconocido y protegido por la sociedad?
Y recordaba dos respuestas contrarias a esta cuestión:
-
Es en justicia de uno y debería por tanto protegérsele,
aquello que ha conseguido con su trabajo o actividad libre (en igualdad de
condiciones y sin coerciones).
-
Es en justicia de uno cuanto necesita para tener una
vida digna y es deber de uno ofrecer a la sociedad cuanto sea capaz de dar.
La primera respuesta sería la esencia del pensamiento de
derecha; la segunda, la esencia de las ideologías de izquierda. De ellas se
puede deducir mucho o todo lo que asociamos con ser lo uno y lo otro.
Pero creo que esa dialéctica, estando en el camino correcto,
no llega al fondo del asunto, porque depende de una antropología menos esencial
de lo posible. Antes de ir más allá será conveniente observar las aporías de
ambas ideologías.
Empezando por la primera (la liberal o de derecha), se
presentan los siguientes problemas principales:
-
¿Cómo puede atribuirse el fruto del trabajo de uno a
sus propios méritos, dado que uno no se ha hecho a sí mismo?
-
¿Por qué habríamos de respetar una “libertad” que solo
consistiese en tener irracionales deseos? ¿Por qué reducir el derecho y la
justicia al valor de la libertad formal o negativa, y no a otros valores como
la vida, la educación, la salud, de todos los individuos? ¿Por qué sería legítimo
el uso de la coerción solo para garantizar o proteger lo primero y no lo
segundo?
Estos problemas denotan un concepto pobre, formal, vacío, de
la idea fundamental para esa ideología: la libertad. ¿Qué es la libertad?
A la otra ideología se le plantean otras aporías:
-
¿Por qué debería estar uno motivado por el interés
colectivo más allá de lo que eso repercuta en su propio beneficio?
-
¿Cómo puede considerarse no-alienado un trabajo
impuesto por la sociedad, pero no justificado para el individuo? ¿Cómo puede
desconsiderarse los méritos de las personas, sin degradarlas con ello a seres
puramente pasivos?
Estas aporías delatan un concepto pobre de la justicia o
deber, de la “necesidad”. ¿Qué es lo que se debe (ser)?
Aunque las aporías son inherentes a la condición humana,
creo que podemos contemplar una dialéctica antropológica que nos coloque en el
camino de la conciliación o síntesis de esos polos, libertad y necesidad,
individuo y sociedad, interés y justicia, etc. Si ponemos en discusión o dialéctica
las dos “facultades” superiores del espíritu humano, o los dos “usos de la
razón” en términos kantianos, o sea (por llamarlos con nombres tradicionales)
Intelecto y Voluntad, podríamos distinguir dos concepciones antropológicas
fundamentales: la antropología voluntarista y la antropología intelectualista.
La antropología voluntarista (a la que yo calificaría de
“clásica”, convencional, ortodoxa, en términos teológicos “eclesial”), nos ve
como seres esencialmente libres, es decir, “dueños de nuestros actos”. Incluso
en su versión más racionalista (en la cual se acepta que un ser no puede ser
libre si no goza de capacidad de razonamiento –de conocimiento legaliforme y
deductivo-predictivo-), la antropología voluntarista piensa que nuestros actos
no son puro conocimiento ni completamente determinados por el conocimiento,
sino irreduciblemente praxis o acción, y que esta emana de una facultad
práctica (la voluntad) que, más allá de lo que le diga el entendimiento, se
autodetermina, “libremente”, para hacer una cosa o la contraria. Solo para una
perspectiva semejante tienen sentido los conceptos interrelacionados de culpa
(pecado, en términos teológicos), “responsabilidad” (en sentido convencional),
mérito, etc. Uno puede tener (en ello consiste ser quien es) una voluntad más
fuerte o más débil, más buena o más mala... Y la justicia consiste en que
uno tenga lo que ha elegido y hecho (actuado), sin coacciones de otros y sin
coaccionar a otros.
La visión antropológica intelectualista, en cambio, se apoya
en la intuición socrática y gnóstica en general de que toda maldad es solo ignorancia
(“perdónalos porque no saben lo que hacen”). Según esta visión de lo humano,
toda acción que no procede de la mera inteligencia está fuera del dominio del
sujeto y no es, propiamente hablando, acción sino pasión. Los conceptos de
culpa, responsabilidad, mérito, etc., carecen de auténtico sentido: todo el
mundo desea ser mejor y hacer lo mejor, y si no lo hace o no lo consigue es
porque no puede o no sabe (o sea, no puede esencialmente). La justicia consiste
en dar a uno lo que realmente le conviene y lo que necesita, empezando por la educación. Esta
antropología es siempre heterodoxa, no-convencional, anti-eclesial: la sociedad
política, tal como hasta ahora ha llegado a existir al menos, se basa en la
idea de responsabilidad, culpa y pena, etc. Aunque, si uno quiere ser
optimista, puede tener en cuenta que la humanidad apenas está abandonando su
infantilidad (no hace ni tres mil, de nuestros ciento y pico mil años, que hay
algo parecido a pensamiento racional medianamente independiente del mito).
Yo diría que lo que en el fondo define a la izquierda es una
actitud intelectualista y antivoluntarista, mientras que la derecha es la
ideología que se apoya en el voluntarismo. Como he argumentado otras veces (por
ejemplo, bajo las etiquetas de intelectualismo, libertad, liberalismo), creo
que el voluntarismo es una teoría equivocada y el intelectualismo es la alterior theoria para la que los humanos
no estamos aún suficientemente maduros. Por tanto, la Izquierda es una ideología
moralmente superior, y un ideal político más recomendable, si bien sujeto, como
todo lo humano, a dialéctica y aporías. La humanidad debería caminar, según
eso, hacia una sociedad donde las ideas de mérito y culpa sean sustituidas por
las de conocimiento e ignorancia, y donde la esencia de la política no sea lo
judicial sino lo educativo. La libertad debe ser entendida como conocimiento
(no como indeterminación o libertad “negativa”), y la “necesidad” o deber debe
ser, por su parte, aquella que se puede justificar racionalmente. Por supuesto,
esto solo es un ideal (“regulativo” si se quiere –como lo es el liberalismo, no
se olvide-). La coerción será necesaria mientras haya hombres. Pero es muy
distinto poner la coerción al servicio de una meritocracia que al servicio de
una pedagocracia, digamos (y solo quien está en el error del voluntarismo cree
que la educación es intrínsecamente coacción: la verdad es lo contrario).
No obstante, estoy seguro de que mucha gente que se
considera razonablemente de izquierda no verá convincente esta caracterización.
En la medida en que la caracterización que proponemos de algo (de las
ideologías políticas, en este caso) está más alejada de los intereses y las
vivencias inmediatos de las personas, es esperable que se vea más confusa la
relación entre ambos niveles. Pero recordemos que la virtud de una buena
definición o análisis no consiste solo ni principalmente en que responda
directamente a la visión que del asunto se tiene habitualmente (¿aprobaría la
gente la concepción del tiempo o del espacio que se desprenden de las últimas
teorías físicas, o la idea que los artistas tienen del arte y la belleza?),
sino en su capacidad teórica para explicar de manera simple, coherente y
profunda (con conceptos lo más básicos posible) la totalidad o la mayoría de
los fenómenos (en este caso, las posiciones políticas, que solemos calificar de
izquierda y derecha).
¿Por qué podrían muchos rechazar esta caracterización? Muchas
personas de izquierda no creerán, por ejemplo, que su posición política niegue
radicalmente la idea de mérito. Pensarán que solo se trata de promover las
condiciones justas para que cada uno demuestre sus méritos. Pero ¿hasta dónde
tenemos que llevar esta igualdad? ¿Es meritorio el equipaje genético o natural
con que uno nace (por ejemplo, la buena voluntad)? Y, si no es ni meritorio ni
inmerecido, ¿cómo puede aceptarse como méritos acciones que vienen
completamente determinadas por esa dotación “natural”? Kant (y mucho antes San
Agustín) consideraba(n) un “misterio” cómo puede uno ser libre. Y advertía Kant
que nadie puede asegurar que una acción sea moral (nadie puede juzgar en el
fondo). Pero, claro, sin la idea de libertad no habría imputabilidad, ni se
salvaría ese fenómeno según el cual cuando elegimos hacer algo podríamos
igualmente haber elegido lo contrario. Por esas razones, San Agustín (el “platónico”)
y Kant el anti-intelectualista defienden el voluntarismo. Esto demuestra que es
el concepto de “mérito” el que tira del carro, lo que no es más que el
prejuicio voluntarista. Porque no se puede poner en los hombros del pobre
(presunto) fenómeno de la indeterminación de la elección todo el peso de la
libertad: ¿no están los fenómenos para ser entendidos racionalmente?). Es más,
es un hecho aún más poderoso el de que cuando se está plenamente convencido de
que algo es malo, solo un ser enajenado, que no es dueño de sí mismo, puede
querer elegir lo contrario.
Otras personas de izquierdas rechazarán el fundamento que
pretendo para su ideología porque pensarán que la ética y la política no es
cuestión principalmente de razones sino de sentimientos. La izquierda sería,
más bien, la depositaria de los buenos sentimientos de caridad y amor a los
pobres. Pero, entonces, ¿qué pinta la noción de justicia en su discurso? ¿Por
qué el sentimiento de amor a los otros iba a ser más legítimo que el
sentimiento de afán posesivo egoísta? Una base sentimentalista no es una buena
opción para defender la idea de Justicia. Es preferible tener un suelo
racional.
Por eso, creo que la base intelectualista es la mejor a la
que puede aspirar la
Izquierda (lo mismo que la voluntarista es la mejor a la que
puede aspirar la Derecha ).
¿Cómo se deduce de aquí los principales rasgos de derecha e
izquierda? Pondré solo algunos ejemplos (otros se deducen casi directamente):
Ricos y pobres.- La derecha, le guste o no, es la amiga de
los ricos. Lo que es lógico, dado el voluntarismo: quien crea en los méritos
tendrá que creer que es justo que a unas personas les vaya mejor que a otras.
¿Pero no cabe acaso la posibilidad de que la distribución actual no refleje los
méritos reales? Esto es, en primera instancia, improbable (la disfunción es un
accidente, y el accidente no es lo normal); pero, en segunda o última
instancia, es imposible: al fin y al cabo, lo que termina sucediendo es lo que
quieren los mejores. El pensamiento de derecha acaba necesariamente en una
justificación de lo existente. Es ilógico que la aristocracia esté dominada.
La izquierda, por su parte, es el partido de los pobres más
que de los ricos. También esto es bastante coherente con un fundamento
intelectualista. Las personas a las que les va peor no les va peor por sus
acciones (pues todas las acciones son para mejor) sino por sus padecimientos.
Nadie quiere ser más pobre de lo posible, así que el pobre lo es pese a su
deseo. Por tanto, los pobres son los que más padecen a priori.
Conservador y progresista.- Es también lógico que la derecha
tienda a ser conservadora, como se sigue de lo anterior. Las instituciones
existentes reflejan, en general, la acción de los mejores. Las mejores
naturalezas son las que ocupan el poder, y los pobres siempre están celosamente
intentando la rebeldía, que procede de su injusta falta de aceptación de ser
los inferiores. El “rebaño” que siempre trama insidiosamente destronar a los
señores. (No se olvide que Nietzsche, la quintaesencia de la derecha –incluso por
encima de la anticristiana Iglesia-, identifica a Sócrates y la dialéctica
racionalista como la más sutil y deleznable forma de rebeldía del inferior).
Por lo mismo, es lógico que la izquierda tenga que ser
progresista. Aquí hay, no obstante, una razón de más peso todavía: el intelectualismo,
al ser una teoría más profunda y sutil de lo que es el ser humano, aparece
después en el orden cronológico, en la evolución. La evolución siempre es desde
la aristocracia-conservadora hacia la igualdad. Por eso también la inmensa
mayoría del pueblo, políticamente cuasiacéfalo, es por inercia de derecha, y aplica
su sistema meritocrático allí donde tiene poder (en el hogar, por ejemplo y
sobre todo).
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