¿Qué papel tendrá el nacionalismo en la política de los futuros años, tanto en España como en Europa? ¿Serán los “pueblos” una opción razonable y atractiva a una globalización que muchos creen puramente mercantil, y no “sustantiva”? ¿Es la división por pueblos o naciones la división justa (soberana) de la soberanía? ¿Debemos agruparnos, las personas, por nuestros rasgos “nacionales”, y ser representados, en último extremo, por gobiernos nacionales?
En las elecciones del día 20, varios partidos nacionalistas que dicen representar a naciones sin estado, han mejorado algo sus resultados. No voy a comentar el hecho de que, con pocos más de trescientos mil votos, la izquierda abertzale, o el PNV, tengan siete y seis diputados en el congreso, o Geroa-Bai o el Foro por Asturias tengan uno cada uno con solo cuarenta y dos mil, y noventa y pico mil votantes, respectivamente (frente a los partidos no localistas no principales, como Izquierda Unida o UPyD, cuyos votantes valen manifiestamente menos). Esto es algo por lo que ningún nacionalista (ni vasco ni español) va a protestar, podría apostarse. El oportunismo parece ser una cualidad cultural verdaderamente trasnacional, una especie de universal cultural-político.
Me gustaría reflexionar (mucho más en el vacío, se dirá) acerca de los conceptos de nación, estado y soberanía. Los ciudadanos de ideología nacionalista piden que se reconozca, como cuestión de justicia (o sea, como algo que todo ser racional debería reconocer) que son los miembros de un grupo nacional quienes deben, exclusivamente ellos, sin injerencias externas, decidir autónoma y soberanamente sobre sus destinos.
¿Por qué esto había de ser así? ¿Por qué no debería respetarse, por ejemplo, la decisión de independencia soberana para un pueblecito de catorce (o catorce mil) habitantes que así lo decidiesen? ¿Por qué no respetar la decisión de ser independiente, de un solo individuo (yo, por ejemplo)? (¿Permitiría el gobierno vasco o catalán de un futuro estado independiente de Euskadi o de Cataluña, un referendum de independencia de Álava o de un barrio de Barcelona, o de una persona o de su familia?) ¿Por qué la “nación” sí, y mi familia o yo no, puede decidir qué cosas de las que hago son delitos y qué penas le corresponden; qué relaciones comerciales debo establecer con quiénes, etc.?
La pregunta pertinente es: ¿en quién o qué reside la soberanía, y por qué?
Dejando a un lado toda respuesta “positivista” (que, como siempre, no tiene nada que ofrecer), y la “respuesta” teocrática (soy monarca por la gracia de Dios), la respuesta moderna dice que la soberanía reside en el Pueblo. Pero, ¿en qué pueblo? Se entiende que la soberanía reside, antes de nada, en CADA individuo, que es el sujeto atómico de voluntad racional (siendo todas las personas, en principio, detentadores por igual de voluntad racional): el Pueblo soberano sería cada individuo.
Pero, en cuanto que la política involucra a más de un individuo, el Pueblo debería ser, es de suponer, el conjunto de TODOS (y cada uno de) los individuos capaces de voluntad racional. O sea, el conjunto de las Personas.
El conjunto… ¿con qué restricciones? ¿Existe alguna razón lógica (como sería una instancia de las paradojas tipo-Russell) por la cual el Pueblo no pueda ser el conjunto de todos los individuos con voluntad, es decir, de todas las personas? No lo parece. ¿Existe alguna razón por la que la soberanía debería estar cualificada esencialmente? Tampoco resulta evidente esto.
El nacionalismo, sin embargo, debe dar por supuesto que ciertas características, culturales (o incluso étnicas), como la Lengua concreta que habla un grupo humano, o ciertas tradiciones, etc., cualifican esencialmente a la persona y, por tanto, a la (tenencia de) soberanía: justifican que el grupo social detentador de esas cualidades tenga derecho a decidir sus destinos, sin que haya una instancia jurídico-política superior. El Pueblo sería, entonces, el Pueblo cultural o étnico, el conjunto de todos y solo los individuos pertenecientes a una misma etnia o cultura. Ninguna otra instancia (por ejemplo, el imperio o el estado supranacionales, la familia, o el barrio, o la asociación de amigos) podría detentar la soberanía: solo el “pueblo” étnico y cultural.
¿Cómo se justifica esa pretensión? No se justifica de ninguna forma. Es injustificable.
Dejando a un lado que el concepto de lengua, tal como lo necesita el nacionalismo, es una noción política, es decir, posterior a la soberanía (en cuanto se prescribe cómo ha de hablarse, correctamente, y se proscribe las desviaciones -los idiolectos-, que amenazarían, con el tiempo, la integridad de esa Lengua), ¿cuál es la razón para considerar a ciertos rasgos culturales determinantes para la soberanía? ¿Cualifican esos rasgos de tal manera la voluntad del individuo, que la hacen esencialmente distinta de la voluntad propia de otro grupo?
Eso no puede ser (si es que alguien podría dudarlo) por una mera razón lógica: si las características nacionales (o étnicas, etc.) no fueran jurídicamente subsumibles a otras, la propia noción de soberanía no podría ser un derecho universal, de obligado reconocimiento y protección jurídica, o al menos de necesario respeto universal. O, en otros términos: si la soberanía (es decir, la capacidad de decidir de manera última e incondicionada) fuese por principio múltiple, no podría existir una norma jurídica superior (supranacional, por ejemplo), con lo que la propia reclamación, por parte de un grupo dado, del derecho a soberanía, sería incoherente.
A posteriori puede verse, también, que todas y cada una de las cualidades con las que podría identificarse el nacionalismo, son anecdóticas para la persona en cuanto tal, es decir, en cuanto sujeto capaz de decidir. Si no lo fuesen, sería peor aún, porque significaría que uno no puede universalizar sus juicios más allá de su grupo étnico. Pero todo esto es manifiestamente falso. Uno puede cambiar de territorio, de costumbres, de lengua… sin dejar de ser persona y, esencialmente, la misma persona. Uno puede ser español (en el sentido de criado en el seno de una comunidad castellana, o andaluza, o cualquier otra región dominada por el estado español) sin ser “español” en el sentido normativo que le interesa al nacionalismo, o sea, sin ser católico, sin que le gusten los toros (o los toreros), la jota ni la tortilla de patata, y gustándole, en cambio quizá, el son jarocho y la musaka. Ahora, si uno pierde la capacidad de elegir racionalmente, ya no sigue siendo ni la misma persona ni persona siquiera.
Por eso, hablando lógicamente, no quedan más que dos opciones para la soberanía, dos opciones que son, en verdad, la misma: que la soberanía reside en todas las personas por igual, y que, por tanto, el Pueblo es el conjunto de todas las personas. A esto se le llama Cosmopolitismo. Toda otra opción es, en pura lógica, secundaria, injusta en términos ideales, porque discrimina y segrega a las personas por razones irrelevantes.
(Igual de injusto sería pretender que quienes tienen derecho a decidir son los que habitan cierto territorio –aunque este no es un argumento que pueda utilizar el nacionalismo, o puede utilizarlo a muy duras penas, puesto que el territorio es algo todavía más arbitrario para la persona que cualquier rasgo étnico y cultural-. Antes de nada, es casi en todos los casos imposible delimitar un territorio de manera que justifique una división relevante. Pero, sobre todo es que no hay razón por la cuál unos individuos tengan más derecho que otros a habitar en un territorio dado).
Es obvio que no existe en este mundo un estado cosmopolita, y que, por tanto, los estados actuales se basan en alguna restricción y discriminación del todo del Pueblo, o lo que es lo mismo, en una cualificación del detentador del derecho de ciudadanía. Algunos de los estados modernos se basan, quizá, en características nacionales (en el sentido estricto de características étnico culturales), aunque muchos menos de los que parece. Es verdad que todos se llaman estados-naciones, pero la mayoría de los estados modernos no son naciones más que en un sentido completamente traslaticio de la palabra. La mayoría de los estados europeos (por no hablar de los estados americanos o africanos, donde, dado su pasado imperio-colonial, apenas tiene sentido hablar de naciones) son plurinacionales, o simplemente no tienen apenas nada que ver con rasgos nacionales en sentido estricto. Pero sí están basados en características arbitrarias desde el punto de vista relevante para el concepto de soberanía. Muchos de ellos dependen de un pasado monárquico, completamente inválido desde el concepto moderno de soberanía (casamientos reales, conquistas, etc.).
Podría decirse, sin embargo, que, por ideal que sea, es actualmente inviable un estado cosmopolita, y resulta conveniente una división, o varias, inferiores a la soberanía única universal. (Incluso los “mercados” tienen buenas razones para preferir algo así, por más globalizadores que sean de espíritu). Pero, en el mejor de los casos, eso debería considerarse un mal coyunturalmente inevitable, no como un ideal político. Si por algo habría que luchar, es por la eliminación lo más rápido posible de todas las fronteras y todas las divisiones de soberanía y derechos. En todo caso, son incompatibles una Europa (o un mundo) de los "pueblos" y un mundo (y una Europa) de las personas o ciudadanos. Uno no puede estar representado por sí mismo y a la vez por el cacique. Y no hay nada más capcioso que la dicotomía o globalización mercantil o nacionalismo.
El nacionalismo (y cuanto más estricto es, más) es quizá la ideología política más necia (como dijo Nietzsche). En algunos no es más que una ideología romántica primitivista, que apela a un presunto “sentimiento” de “pertenencia” mística a una comunidad. En otros, no es más que instrumento de dominio casi feudal. Cuanto más inculta políticamente es una persona, más fácilmente puede identificarse con un mito semejante. Y, entre los nacionalismos propios de presuntas naciones constituidas en estados grandes como España, Alemania, o Francia, y nacionalismos propios de presuntas naciones en sentido más estricto, como el de los vascos o el de los corsos, el segundo es peor, porque lucha por revitalizar lo que, en el caso de los primeros, está en vías de extinción.
Hola J.A.
ResponderEliminarExcelente proclama. Habría que leerla en las aulas como la famosa carta del Gran Jefe Seattle (o con preferencia a esa carta, que también tiene cierto tinte nacionalista). Ahora bien, para que surta el efecto deseado, habría que escribir antes otra en la que convencieras a las personas de que son seres fundamentalmente racionales, y que todos los aspectos de su personalidad (también los morales y estéticos) son universalmente determinables por la razón. Muchos negarían la posibilidad siquiera de una noción universal de "persona". Otros muchos aducirían que la persona es mucho más que una razón universal, y que desprovisto de identidad nacional (lengua, costumbres, creencias particulares, etc.) se perdería esa supuesta riqueza cultural que representa la diversidad de pueblos, lenguas, creencias, etc. Otros, finalmente, podrían aducir que la sola razón no proporciona ni a los individuos ni a las sociedades motivos suficientemente estimulantes (fines trascendentes para sus vidas, por ejemplo) como para sustentar el espíritu de solidaridad y de sacrificio de intereses inmediatos que toda sociedad exige (sin mitos nacionales -dirían- no existirían las pirámides, ni la prosperidad económica de los japoneses, por ejemplo). Incluso si lográramos construir una sociedad cosmopolita, ella misma -dirían- requiriría de mitos (una religión de la humanidad) para lograr que funcionase.
Un saludo!
Hola, Victor,
ResponderEliminargracias.
Difícil tarea convencer a un ser racional de que lo es (casi es más fácil convencer de ello a un irracional). Estamos trabajando en ello.
Pero en lo que se refiere al nacionalismo:
-si suponemos (versión extrema) que no hay una noción universal de persona y demás conceptos jurídicos (soberanía, etc) entonces no hay lugar a la reclamación nacionalista (porque si este dijese que su derecho a decidir DEBE ser respetado, estaría claramente suponiendo la universabilidad del derecho, con lo que entraría en contradicción con su propia tesis, entendida en este sentido fuerte).
-Si (versión débil) todo lo que quisiera decir el nacionalismo (o cualquier otro -ismo semejante) fuese que hay que poner carne a la persona abstracta, y que para eso vienen muy bien los rasgos étnicos y culturales, incluso concediendo que esto último fuese cierto, eso no abonaría la independencia de ningún pueblo o nación. El cosmopolitismo no implica, de ninguna manera, la eliminación de los rasgos culturales de todo tipo, excepto los que pudieran reconocerse como muy razonablemente perniciosos (hoy no se permite los sacrificios humanos, etc -hay estados que se dedican a llevar democracia a todo el planeta-). Lo que el cosmopolitismo implica es la subsunción de cualquier código jurídico concreto a un único código universal. ¿Podrán los nacionalismos y movimientos semejantes, acabar con la incipiente realidad jurídica de unos Derechos Universales? Sería una tragedia. De hecho, ningún nacionalismo conocido se atreve a tanto. Cuando los partidos indigenistas de América han llegado al poder (como en Bolivia, etc) no se han atrevido a permitir, por ejemplo, la costumbre tradicional del linchamiento de ladrones. (Eso sí, la liberada y reciendemocrática Libia, se regirá por la ley islámica, según he oído).
Un abrazo! Y enhorabuena por tu excelente blog.
Bueno, me pongo un rato la piel del diablo para que me despellejes.
ResponderEliminarUn nacionalismo (en sentido fuerte) podría esgrimir una concepción propia del derecho (mi cultura o nación tiene sus particulares derechos autofundados en nuestra propia noción de justicia) junto a la constatación del hecho de que, casualmente, todas las culturas se reconocen a sí mismas ese derecho a la particularidad. Reconocida esta coincidencia se comprometen en un contrato multinacional por que la voluntad popular de cada una de las distintas naciones cede parte de su soberanía a favor de un derecho internacional de mínimos cuyo objeto sea legitimar esa mínima coincidencia de legitimidades: "todas las naciones tienen derecho a lo que soberanamente estimen menos a todo aquello que suponga conculcar ese mismo derecho a las demás naciones". Ciertamente esta norma necesitaría de fundamento universal, pero bastaría que en ella (y solamente en ella) coincidieran cada una de las naciones o culturas bajo su propio criterio particular de justicia. ¿Podría este cosmopolitismo de mínimos coexistir con un nacionalismo en sentido fuerte?
Gracias por tu enhorabuena y por todos tus blogs, ya se ve que eso de "estamos trabajando en ello" no es ninguna broma.
un abrazo!!
aceptar un universalismo jurídico que no conculcara su
Hola, Victor, diablo. Voy a intentar, no despellejarte a ti, sino evaluar los argumentos que imaginas para tu defendido. Para que sea más fácil, puesto que son varios puntos, citaré algunas de tus frases y responderé a ellas:
ResponderEliminarUn nacionalismo (en sentido fuerte) podría esgrimir una concepción propia del derecho (mi cultura o nación tiene sus particulares derechos autofundados en nuestra propia noción de justicia)
No entiendo cómo puede haber diversas "nociones" de justicia sin que la palabra se haga completamente equívoca. ¿Qué queda del significado de la palabra, de manera que podamos usarla referida a esta civilización y a aquella (pero no a lo que hacen las hormigas o las plantas)? Sería algo así como "lo que está establecido". Pero ¿por quién? Si es una cuestión de hecho (que la gente suele seguir esas normas) carece de fuerza normativa. Y si es cuestión de que la normatividad viene de la nación, o del conjunto, o de quien sea, habría que justificar por qué eso es lo justo. Es decir, tendría que justificar por qué los rasgos nacionales dividen radicalmente la soberanía, sin que el concepto de persona y semejantes se haga completamente equívoca.
Lo primero que tendría que hacer el nacionalismo (fuerte) es, pues, justificar que él (o los sujetos nacionales) es el sujeto de soberanía, o sea, que tiene "sus particulares derechos autofundados". De momento esto es una afirmación gratuita, salvo en el sentido positivo (sociológico). ¿Cómo podría justificar el nacionalismo su validez jurídica? Yo creo que no podría. Porque ¿qué significa ahí "esgrimir" o "derecho"? Solo si esgrimir tiene el sentido literal (es decir, de imponer por la fuerza) se puede medioentender la frase (aunque sería falsa). ¿Cómo se establecería ese derecho? Podría ser que emanase de algún libro sagrado, o de algunos líderes o intérpretes de la tradición, etc, y que la población, o la mayoría de ella, estuviese coyunturalmente de acuerdo en su aceptación. Por ejemplo: "si alguien roba, que sea linchado por los vecinos". Pero cualquier precepto semejante, repito, carecería de validez ante la crítica racional de un individuo salvo que se demuestre lo contrario, de manera análoga a como el contractualismo, por ejemplo, intenta fundar el derecho).
"todas las naciones tienen derecho a lo que soberanamente estimen menos a todo aquello que suponga conculcar ese mismo derecho a las demás naciones".
Esto es lógicamente imposible, porque es lógicamente posible, por no decir necesario (y efectivamente ocurre así) que lo que unos estimen justo involucre a personas que no pertenecen a su ámbito "nacional". El simple precepto de "no conculcar derechos a las demás naciones, "conculca" el derecho de unos a querer un mundo sin lapidaciones.
Contestar, aquí, que: "es que ninguna cultura puede (tiene derecho) a considerar como conculcación de sus derechos lo que pasa en otro lugar" sería suponer que eso mismo es un principio normativo superior, y no una mera coincidencia.
Ciertamente esta norma necesitaría de fundamento universal, pero bastaría que en ella (y solamente en ella) coincidieran cada una de las naciones o culturas bajo su propio criterio particular de justicia.
De hecho, no ocurre tal cosa, no hay esa coincidencia en la tolerancia. Pero, en el supuesto de que la hubiese de hecho, no tendría ningún valor para un individuo racional (que es el único que puede, realmente, comprender el derecho). Un individuo preguntará: ¿por qué lo que es válido para una persona en otro lugar, no lo es para mí, o viceversa, siendo así que entre nosotros no hay diferencias relevantes al respecto?
es decir, es inherente a la condición de persona tener capacidad universalizadora y crítica.
Pero sobre todo(en lo que se rediere a esta entrada), repito: ¿por qué situar la fuerza normativa en la nación, y no en el individuo? ¿Cómo se justifica esto?
Interesante consideración.
ResponderEliminarMe parece que quizás no se le da suficiente importancia a la consideración del territorio. Después de todo, el Estado concede la ciudadanía a 'nacionales' de otros pueblos.
En este terreno, más incluso que en algunas consideraciones que leí aquí sobre democracia, me parece que las consideraciones de orden práctico (que no positivista —en el entendido de que positivista esté tomado en sentido legal y no epistemológico) triunfan al punto de volver a las consideraciones puramente teóricas un ejercicio puramente académico. En este sentido, pues, me inclino a pensar que la clave del asunto está más bien en el último párrafo.
Saludos.
Sierra,
ResponderEliminarefectivamente, se da menos importancia de la que merece a la cuestión del territorio. Estaba más interesado en la ideología puramente nacionalista, que en otra más laxa que quisiese justificar la existencia de estados en base a consideraciones menos étnico-culturales. Hay que tener en cuenta que algunos de los grupos más "nacionalistas" (en el sentido de sentirse conscietnes de una fuerte identidad cultural) han andado vagando por el mundo sin territorio fijo. Y, si se les hubiese dado la opción de, o bien conseguir un territorio fijo pero sin autonomía estatal, o bien conseguir autonomía estatal pero obligados a vagar por diferentes territorios, creo que habrían elegido, aunque con dolor, lo segundo (al menos los más nacionalistas). En Israel, para obtener la "ciudadanía" hace falta ser, de alguna manera, de su "pueblo".
La mayoría de los estados actuales no tienen una base nacionalista (en sentido estricto), por eso tienen menos empacho en conceder la "nacionalidad".
Y también es cierto que las consideraciones teóricas tienen poco impacto directo en la práctica política. Aunque no creo que sean completamente ociosas (en el mal sentido). Es de esperar que un ser racional tienda a verse movido por razones. Las reflexiones de los filósofos (decía D'Alambert) acaban llegando a operar en el pueblo, y, como dijo no sé quien, la segunda edición del Contrato Social se encuadernó con la piel de los que, al leer la primera edición, dijeron: "¡Bah!, palabras, meras palabras de un filośofo!"
Cordiales saludos
Con respecto a la equivocidad de "justicia", "persona", etc., los nacionalistas pueden muy bien acogerse a lo que afirman los intelectuales universalistas en el conocimiento pero relativistas en al ámbito de los valores (por ejemplo, los marineros del Otto Neurath). En este asunto, ya no puedo hacer diabluras. Si el concepto de justicia es relativo a cada cultura, no hay nada equivalente a "justicia" que poder relativizar. Lo único que podría decir el nacionalista, como tú dices, es que la justicia es unívocamente lo que ellos, y solo ellos entienden, o más que "entienden", lo que ellos "creen" o simplemente aceptan (porque esta posición exigiría relegar la lógica en nombre de la nación).
ResponderEliminarContestar, aquí, que: "es que ninguna cultura puede (tiene derecho) a considerar como conculcación de sus derechos lo que pasa en otro lugar" sería suponer que eso mismo es un principio normativo superior, y no una mera coincidencia.
Bueno, su argumento podría volver a ser: dada esta coincidencia elevémosla a principio normativo superior.
Un individuo preguntará: ¿por qué lo que es válido para una persona en otro lugar, no lo es para mí, o viceversa, siendo así que entre nosotros no hay diferencias relevantes al respecto? es decir, es inherente a la condición de persona tener capacidad universalizadora y crítica.
Bueno, aquí lo que podría cuestionar el nacionalista más radical es el que no haya diferencias relevantes. Ser vasco o ruso es una diferencia más relevante que la mera identidad específica, o la mera capacidad formal de universalizar. En el extremo dirá: lo que es válido para los rusos (pongamos por caso) no tiene por que serlo para otro seres semejantes a mi en aspectos no tan relevantes como la cultura que me constituye. Y añadirá: esta misma consideración universal no designa más identidad entre nosotros los rusos y los otros que la de la coincidencia en concluir una misma norma válida a partir, en nuestro caso, de valores y, en el suyo a saber (pues su bárbaro lenguaje o similar parece inconmensurable o incomprensible para nosotros en esos asuntos que nosotros denominamos axiológicos).
¿por qué situar la fuerza normativa en la nación, y no en el individuo? ¿Cómo se justifica esto?
Eso preguntaría el nacionalista. Supuesto que conociera tu tesis acerca de la identidad entre lo bueno y lo real, y tu noción de realidad (autonomía, unidad). ¿Qué impide (por principio) que una comunidad cultural represente más unidad y autonomía que un individuo? (Recuerdo aquel lema franquista de "España, unidad de destino en lo universal (¿era así?)")
Saludos!
Al releer mi comentario anterior, me doy cuenta de que usé cinco veces la palabra "consideración". No uno de mis momentos más brillantes, considero.
ResponderEliminarSí, estoy de acuerdo: las deliberaciones teóricas ciertamente tienen importancia, sobre todo si se les da suficiente tiempo para hacer efecto. Sin embargo, a la filosofía política siempre le he tenido alguna desconfianza porque no sé en qué medida habla de lo que efectivamente es, de lo que debería ser y de lo que sería lindo que fuera. Las dos primeras me interesan, la tercera no tanto.
En este artículo se señalan algunas contradicciones harto enojosas que llenan el discurso político, cosa que siempre es loable. Pero dos reflexiones son pertinentes a propósito de ello, en mi opinión: en primer lugar, qué es lo que efectivamente es (una pregunta puramente empírica) y qué debería y podría ser. Mi pregunta acerca de la filosofía política normalmente es esta: ¿no será que la forma en que se han ido arreglando las cosas, aunque no tenga justificación racional alguna, es lo suficientemente buena como para mejor no arriesgarse tratando de acomodar la realidad a las ideas, y no viceversa?
Victor,
ResponderEliminarContestar, aquí, que: "es que ninguna cultura puede (tiene derecho) a considerar como conculcación de sus derechos lo que pasa en otro lugar" sería suponer que eso mismo es un principio normativo superior, y no una mera coincidencia.----Bueno, su argumento podría volver a ser: dada esta coincidencia elevémosla a principio normativo superior.
Pero, para empezar, de hecho no hay esa coincidencia (es más, si hay coindicencia entre las culturas es justo lo contrario: que hay cosas intolerables, aunque se hagna en otro lugar del planeta). Ni siquiera es lógicamente posible que exista, insisto, porque cualquier decisión de una cultura afecta necesariamente a cualquier otra (cualquier consumo de energía, contaminación, etc... tiene repercusiones colectivas: y no por coincidencia, sino porque, aunque haya diversas culutras, conviven en el mismo mundo). Y, en segundo lugar, y más importante, una coincidencia en creencias no se eleva a normativo por arte de birlibirloque: con un solo individuo que sea capaz de cuestionarla, necesita algo más que la coincidencia de muchos. Por eso los filósofos políticos se descuernan en justificar el pacto social, por ejemplo. Pero vamos a suponer, con un acto hercúleo de suposición, que se diese la coincidencia de que todo el mundo cree que no hay que meterse en los asuntos de otras naciones, y nadie tenga una duda al respecto ni haga falta justificación alguna de ello; y supongamos que se pretende considerar eso una (la única) norma universal. No será suficiente. Al menos habrá que añadir la de pacta sunt servanda, es decir, hay que respetar la ley, afecte a quien afecte. Y, ¿por qué iba a rspectarse esta norma? Si se basa en una coincidencia de opiniones, en cuanto que cambie una opinión, dejará de ser respetable.
En el proceso de justificación irán surgiendo, de hecho, todas las noramsa que consideramos universales, es decir, que describen en esencia a la persona, sea de donde sea.
Bueno, aquí lo que podría cuestionar el nacionalista más radical es el que no haya diferencias relevantes.
Ya, pero si quiere hacer algo más que mover las mandíbulas, tendrá que justificarlo. ¿En razón de qué considera relevante ser español o ruso? Si no puede dar ninguna prueba objetiva (intersubjetiva al menos) de que es relevante en algún aspecto (por ejemplo, que al ruso le duele mucho más el estómago cuando pasa hambre, o que el espeñol es más capaz para dedicarse a las finanzas), estará haciendo una afirmación tan gratuita como la de los aztecas cuando creían que el dios solar pedía la inmolación de miles de personas. Es decir, carecerá de justificación, que es de l oque se trata aquí. La cuestión es esta: ¿cómo puede el nacionalista justificar su petición de que se respete la soberanái de un grupo limitado de personas que lo que comparten (si es que lo comparten, por cierto) es una serie de tradiciones y una lengua? Cualquier afirmación que no sea una justificación de esto, es puramente gratuita.
¿Qué impide (por principio) que una comunidad cultural represente más unidad y autonomía que un individuo?
Quizá nada lo impida, pero para pedir de hecho algo, hace falta que no solo tenga una posible justificación, sino que la tenga efectiva. Todo parece indicar que no es así, que una comunidad cultural no tiene ni remotamente la unidad y autonomía de un individuo. Solo muy metafóricamente se puede decir que un "pueblo" tiene voluntad y es un organismo o una persona. Yo, hablando por mí, puedo decir que no me siento en absoluto ligado por "razones" nacionales: no hay ningún atributo mío, procedente de la nación, que pueda considerar constitutivo de mí. De hecho, no creo que haya nadie tan nacionalista que pìense que su nación es más persona individual que él mismo, o que se sienta obligado a identificarse con los rasgos de su cultura.
Un saludo!
Sierra,
ResponderEliminarestoy de acuerdo en que hay que cuidarse decaer en el "qué lindo sería". Como dijo Spinoza, los teóricos de la política suelen hacerla pensando en seres angélicos, o sea, los que no necesitan política.
Claro que la otra opción, el crudo pragmatismo, no lleva a ningún lado. es más, es intrínsecamente imposible, porque cualquiera que hace política tiene algunos ideales. De hecho no es que las cosas se hayan ido arreglando sin justificación alguna, es decir, sin mucha ideología. Desde el discurso de Pericles hasta el de Obama, pasando por el nacimiento de la república francesa y la declaración de independencia de los Estados Unidos, los hehcos políticos han estado muy "cargados de teoría". La gente ha dado la vida, han sufrido tortura, etc (en Chile, sin ir más lejos) por ideales políticos. Claro que siempre se puede profundizar más en la argumentación de nuestros ideales. Para eso sirven estos momentos de sofá que tenemos los filósofos, y que no hay que confundir con la política práctica (como pasa también en la ciencia), porque, como dices, intentar hacer encajar la realidad en ideas abstractas siempre genera una catástrofe social.
Creo, en fin, que no hay que renunciar a ninguna de las dos cosas: al momento filosófico (que genera ideales regualtivos) y al momento práctico, donde hay que actuar sin pensarlo mucho.
Hola J.A., a ver, vuelvo a ponerme de chiquitos o de cava (o de licor de bellota), a ver que se me ocurre
ResponderEliminarvamos a suponer, con un acto hercúleo de suposición, que se diese la coincidencia de que todo el mundo cree que no hay que meterse en los asuntos de otras naciones, y nadie tenga una duda al respecto ni haga falta justificación alguna de ello; y supongamos que se pretende considerar eso una (la única) norma universal. No será suficiente. Al menos habrá que añadir la de pacta sunt servanda, es decir, hay que respetar la ley, afecte a quien afecte. Y, ¿por qué iba a rspectarse esta norma? Si se basa en una coincidencia de opiniones, en cuanto que cambie una opinión, dejará de ser respetable.
¿Y para qué está la democracia? Te preguntará tal vez el nacionalista, es decir, ciertos criterios procedimentales que legitimen el reconocimiento de una coincidiencia mayoritaria de opiniones (imagina que también coincidimos todos, o la mayoría, en que basta la coincidencia de una mayoría de opiniones para legitimar una norma, bien sea sustantiva, bien sea el propio criterio democrático, autosustentado por sí mismo). Si alguien (una nación) rompe unilateralmente el pacto dicha nación será reconducida por la fuerza de la mayoría a cumplir el pacto. Recuerda (te dirá el nacionalista) que los individuos (y los pueblos) son movidos por pasiones tanto o más que por razones y que, además, las creencias morales y políticas no son objeto de ciencia racional, sino que más bien dependen de prejuicios, ideologías históricas, incluso del propio idioma en el que piensan. Dado todo esto (te dirá), lo único que cabe esperar de los individuos y los pueblos son votos coincidentes (cada uno sabrá las pasiones, creencias o razones que hay detrás de su voto, si las sabe).
¿cómo puede el nacionalista justificar su petición de que se respete la soberanái de un grupo limitado de personas que lo que comparten (si es que lo comparten, por cierto) es una serie de tradiciones y una lengua? Cualquier afirmación que no sea una justificación de esto, es puramente gratuita.
No hay una justificación racional (te dirá), no hay justificaciones racionales en política. Los pueblos son hechos históricos que trascienden los rasgos comunes a la especie, que son biológicos, tal como la racionalidad o las capacidades estéticas. ¿Por qué este hecho merece ser reconocido como valioso y merecedor de derechos? Nosotros creemos que es porque en la historia, la tradición y la lengua común de nuestro pueblo reside nuestra identidad como individuos (más que en rasgos comunes a la especie como la racionalidad -que es vacía sin creencias culturales- o la capacidad estética -que es estéril fuera de una tradicióny un lenguaje estético particular-). Da la casualidad (y solo eso) que otros similares a nosotros (otros pueblos) tienen la misma creencia al respecto (así como al respecto de los procedimientos democráticos a la hora de establecer normas plurinacionales) y eso, y solo eso, legitima la norma universal de respeto mútuo entre los pueblos (norma que añade que todo conflicto de intereses habrá de resolverse legítimamente, del mismo modo: por la coincidencia de pareceres y la fuerza de la mayoría).
Victor,
ResponderEliminares que nos podríamos ahorrar toda la conversación si todo lo que tiene que decir el nacionalismo en su defensa es que el derecho y la política es irracional, y se basa en una coincidencia injustificable racionalmente. ¿Qué diferencia, entonces, a la reclamación de independencia de cualquier grito?
Mi parecer es que el concepto de legitimidad, y todos los demás conceptos jurídicos y políticos, se van a la mierda si la voluntad no es racional. ¿Por qué no contar también con el parecer de los pepinos, o de las estrellas de mar? Un ser que no puede justificar sus preferencias, no tiene realmente voluntad.
La democracia, por ejemplo (que pones de ejemplo) ¿qué legitimidad tendría si se limitase a decir que es lo que a la mayoría le ha dado la gana establecer? Ahora bien, pocos demócratas estamos dispuestos a aceptar eso. Creemos que la democracia es para personas, es decir, seres racionales, capaces de argumentar. Racionalmente, cualquier juicio (incluidos los de valor, si van a ser racionales) debe ser universal. Por eso, es muy razonable que si dos entes (dos personas) tienen semejantes características esenciales (uso de razón) tengan los mismos derechos en principio.
Y no creo que ningún nacionalista asumiese la defensa que dices tú. Y, como cuestión de hecho, es un hecho que casi nadie (por no decir nadie) pìensa lo que dices tú que podría pensar todo el mundo, por coincidencia.
Otra cosa que habría que discutir es si una coincidencia puede ser justificación suficiente. Porque ¿una coincidencia de quienes? Habrá que tener en cuenta a los que no han nacido, ¿no?
Pero vamos, todo esto es ocioso si la conversación puede admitir que uno de los contendientes diga "bueno, es que lo que yo sostengo (que la coincidencia legitima, etc) es irracional".
Hola Juan Antonio:
ResponderEliminares que nos podríamos ahorrar toda la conversación si todo lo que tiene que decir el nacionalismo en su defensa es que el derecho y la política es irracional, y se basa en una coincidencia injustificable racionalmente.
¡Osti tú, pues claro! (diría el de Bilbao-de-toda-la-vida). ¿Quién dice que el nacionalismo pretenda una legitimidad justificable como un teorema matemático? Que el derecho y la política sea "irracional" quiere decir que se fundamenta en la tradición y la historia y la fuerza de los-que-somos-de-aquí. La pretensión de dar una legitimidad mayor (reconocida objetiva y universalmente) al "derecho a tener nuestros derechos" es una pretensión inconsecuente que sólo puede pretender legitimarse en que "todos los pueblos, desde su particular justificación del valor de la diferencia, coinciden en afirmar que la diferencia es un valor a salvaguardar".
¿Qué diferencia, entonces, a la reclamación de independencia de cualquier grito?
Pues el recurso a la historia, el idioma, las tradiciones, el carácter, los rasgos étnicos comunes, incluso la genética, o el creerse el pueblo el pueblo elegido por Dios... No digo que todo esto no sea mucho ma´s racional que un grito, pero no es "cualquier" grito.
Mi parecer es que el concepto de legitimidad, y todos los demás conceptos jurídicos y políticos, se van a la mierda si la voluntad no es racional. ¿Por qué no contar también con el parecer de los pepinos, o de las estrellas de mar? Un ser que no puede justificar sus preferencias, no tiene realmente voluntad.
Hombre, porque los pepinos no tienen bailes populares, ni su santo patrón, ni gilipolleces por el estilo que para mucha gente son muy importantes. En ellas justifican sus preferencias (o creen hacerlo). Y encima, pretenden dar cierta legitimidad racional a todo esto echando mano del discurso (antropológico, ético, político, filosófico) de la différence...
Ahora bien, pocos demócratas estamos dispuestos a aceptar eso. Creemos que la democracia es para personas, es decir, seres racionales, capaces de argumentar.
Ojalá todos los que se dicen demócrtas fueran como tú. La mayoría de los que yo conozco (incluyendo sociólogos, politólogos y demás ralea) afirman que salvo en cuestiones técnicas (en las que el debate ha de ser más bien cedido a tecnócratas), el adscribirse a una opción política u otra (ser de derechas o de izquierdas) depende de una cierta concepción personal (o grupal) del mundo que es fundamentalmetne irrebatible, y ante la que sólo cabe tolerancia o respeto mútuo (y aceptar las mismas reglas del juego democrático, por el que unas veces vencen unos y otras otros). De ahí el bochorno de los debates "políticos" en tv, o el infame ritual de las elecciones (prácticamente idéntico al festival de eurovisión, donde lo único que se espera es que ganen unos gustos sobre otros). No hay más que escuchar a nuestros alumnos en clase (que son un fiel reflejo de la sociedad), diciendo una y otra vez (por hábito, sin duda, y aunque el día de antes se les haya hecho casi comprender lo absurdo de su postura) que cada uno tiene su sagrado derecho a pensar políticamente como le dé la gana y que lo que motiva esas ganas es igualmente respetable en unos y en otros.
un abrazo.
Hola, Victor:
ResponderEliminar¿Quién dice que el nacionalismo pretenda una legitimidad justificable como un teorema matemático? Que el derecho y la política sea "irracional" quiere decir que se fundamenta en la tradición y la historia y la fuerza de los-que-somos-de-aquí.
No lo creo. El nacionalismo (al menos, el que tenga algo que reclamar) pretende que el derecho a decidir por pueblos es defendible racionalmente. Creen que los pueblos son, en eso, algo análogos a los individuos, y tienen una voluntad propia. Lo que digo es que esto no es verdad. Un nacionalismo que no acepte tener que ser argumentado, no es rebatible, pero tampoco es defendible (todo ello racionalmente, claro).
Ten encuenta que las cartas de derechos empiezan con considerandos que sirven de premisas.
El recurso a la historia etc, como dices, no se puede distinguir de un grito.
Todo el discurso antropológico de lque, como dicen ,echan mano los nacionalistas, no apoya su arguemnto, que tiene que ser racional-normativo. Nadie, que yo sepa, ha conseguido un argumento nacionalista similar al que hay para defender la soberanía popular universal (desde presupuestos tnato kantianos como utilitaristas). Los intentos heideggerianos (de mit-sein) o Schmidtianos, dependen de un irracionalismo de fondo, que no puede pretenderse justificación racional (al menos ante mí, que soy el criterio último de lo que es legítimo o no).
Puede ser que, como dices, los demócratas crean que, más allá de ciertos principios universales formales, racionalizables y universales, hay diversas opciones "personales" (aunque yo no confundiría la incapacidad actual de dar una argumentación precisa de mi posición política, con la idea de que por principio no se puede dar tal cosa: de hecho hay muy buenas argumentaciones tanto para el liberalismo como para el comunitarismo, aunque la mayoría de los votantes no las conozcan bien), pero al menos hay ciertos principios. El nacionalismo fuerte amenazaría esos principios, y con ello se saldría de todo discurso posible. Solo deja recurso a la fuerza. Pero entonces no hay lugar az "reclamar" soberanía ni respeto por sus decisiones democráticas.
Un abrazo