Aristóteles cree que la libertad consiste en la capacidad de elegir entre lo que el intelecto presenta como correcto y lo contrario a eso. Hay un punto, esencial en la actividad humana, en que se pasa de los razonamientos (siempre universales) a los actos (siempre particulares), y en ese punto interviene la capacidad electiva, tomando una decisión que no está determinada por nada ajeno, aunque pueda estar motivada tanto por las razones del intelecto como por las de los sentimientos o “pasiones”. Es esa actividad no intelectiva, sino decisora, la que es buena o mala, culpable y meritoria.
Creo que Aristóteles, aquí como en todas las ocasiones en que se distancia de Platón, se equivoca profundamente, y que hay que rechazar la teoría aristotélica y popular de la libertad y la culpabilidad y aceptar la teoría superior de que uno elige libremente solo cuando elige aquello que cree racionalmente bueno, de manera que toda mala elección es ignorancia (o, si no, a lo sumo, pasión), y, por tanto, las ideas de Culpa, Pecado, Mérito, y similares, son meros absurdos (muy dañinos para la vida humana).
Voy a comentar los argumentos de Aristóteles a favor del no-intelectualismo.
Empezaré, en esta entrada, por el argumento del “salvar los hechos”. Un argumento refutatorio recurrente en Aristóteles (argumento que podríamos llamar metodológico), cuando se enfrenta, por ejemplo, con el racionalismo de Platón (o de Parménides, o de Pitágoras) es que esa(s) teoría(s) no salva(n) los hechos, los “fenómenos”, lo dado. Una teoría que no salve los fenómenos (que no salve, por ejemplo, la pluralidad de cosas, o el cambio) no es una teoría adecuada.
El intelectualismo moral, según el cual la maldad es ignorancia y nadie elije el mal adrede, no salva el hecho ético de la imputación, dice Aristóteles. Atribuimos, a los demás y a nosotros mismos, la intención y la acción malvada. Responsabilizamos, a los demás y a nosotros mismos, de lo malo, porque creemos que pudimos elegir lo contrario, es decir, actuar correctamente. Y nos arrepentimos de lo que hicimos mal, lo que es una prueba de que creemos que pudimos hacerlo de otra manera. Los fenómenos morales de la imputación de responsabilidad y el arrepentimiento solo tienen sentido si creemos que hacemos mal aposta. Por tanto, el intelectualismo no es una teoría adecuada.
¿Cuánta solidez tiene este argumento metodológico del “salvar los fenómenos”?
Empezando por tomar el asunto en términos generales, ¿qué necesidad hay de “salvar los fenómenos”?, y ¿de qué manera puede salvárseles? Una teoría adecuada tiene que explicarlo todo (todo lo que afecte a su ámbito), y, en tanto no consiga esto, no es una teoría buena y completa. El ámbito de una teoría incluye un conjunto de fenómenos propios, que deberían ser racionalizados por la teoría. Por tanto, una teoría tiene que salvar los fenómenos.
Pero salvar los fenómenos consiste en dar la explicación más racional posible del ámbito de realidad que se trate y explicar por qué ese ámbito es visto como lo es, a veces ilusoriamente. Por ejemplo, el fenómeno de que veamos quieta a la Tierra, es explicado por la mecánica clásica como una cierta “ilusión”, a la que le corresponde realmente otra manera de ser las cosas, más racional. Por tanto, salvar los fenómenos no obliga a una teoría a conservar intactas las creencias fenoménicas que la gente sostiene acerca del ámbito de hechos que corresponden a esa teoría.
¿Qué ocurre, en particular, con el presunto hecho, psicológico-moral, de la imputación? Efectivamente, la inmensa mayoría de la gente cree en ese fenómeno… como cree muchas otras tonterías. Es evidente que si preguntamos a todo el mundo si piensa que se hace el mal a propósito, la inmensa mayoría contestará que sí. Incluso a sí mismo se atribuirá, cada uno, malignidad en ciertas intenciones y acciones. Pero ¿cuánta autoridad tiene esta encuesta? La verdad es que prácticamente ninguna: es la autoridad del vulgo.
Si preguntamos de repente a la gente si es correcta la venganza, o estafar a la Hacienda pública en caso de que estés seguro de que no te van a pillar, o enchufar a tu primo en el trabajo, seguramente la mayoría dirá que sí, especialmente entre la capa intelectualmente más humilde (esta capa no entiende, por lo general, de estatus económico). Y es seguro que solo una minoría no se partirá de la risa si oyen a alguien sostener que es preferible sufrir un mal que cometerlo, dejarte asesinar que asesinar, poner la otra mejilla, devolver bien por mal, perdonar siempre...
¿No eran los más, el vulgo, según Aristóteles, los que entendían la eudemonía como placer, y de los que no había que hacer gran caso? ¿No son unos pocos, pero elegidos, los que entienden la vida buena como vida virtuosa de acuerdo con la razón?
El "mesmo Aristóteles", en otras ocasiones, formula su principio metodológico diciendo que hay que seguir el uso (de las palabras, por ejemplo) propio de la gente, pero, entre ella, de los más sabios. ¿Sabios como Sócrates, por ejemplo...?
Es decir, el “hecho” de la imputación de malevolencia, si es que es un hecho, no pasaría de ser la concepción vulgar. Eso casi garantiza, ya a priori, que tiene que estar equivocada. Y, ni mucho menos puede ser considerado como algo recalcitrante a la reflexión filosófica. Una teoría moral tendrá que profundizar en lo que significa ser libre, seguir el bien, etc., y el final de esta indagación puede perfectamente ser (casi es obligatoria que sea) constatar que la teoría vulgar está equivocada.
Ahora bien, ¿es siquiera un “hecho” que nos imputamos culpa? ¿No es esto un hecho solo a nivel superficial, incluso para el vulgo? Si, en lugar de preguntarlo de repente, se le deja a uno, por muy del vulgo que sea, tiempo para reflexionar sobre ese asunto, y se le hace tener en cuenta las circunstancias en que cada uno eligió lo que eligió, incluidas entre esas circunstancias la enseñanza moral que recibió, etc., ¿no se llegará a la conclusión de que cada uno actuó creyendo en ese momento que lo que hacía era, al fin, lo bueno en esas circunstancias… o bien que no pudo evitarlo? Porque es también una convicción del vulgo moral que lo que a mí me parece bueno, a ti te puede parecer malo.
En cualquier caso, dejando este asunto al margen y suponiendo (pero no concediendo -lo trataré en otro momento-) que sea realmente un hecho moral convencional que nos atribuimos elegir el mal adrede, esto debe ser objeto de reflexión para la filosofía moral. Quizás una reflexión moral más cuidadosa muestre que es inconsistente atribuir a un agente el hacer el mal. No puede ser punto de partida el hecho, si es que es siquiera un hecho, de que la gente se impute culpabilidad y malignidad. Este “hecho” puede no ser más que una apreciación vulgar y completamente errada.
Debemos, pues, discutir los otros argumentos con que cuenta la teoría clásica y convencional (aristotélica) de la libertad y la culpabilidad.
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