miércoles, 14 de noviembre de 2012

Justicia, Economía y Amor. La Ética del Otro


¿Quién puede entender la Justicia? Y, sin embargo, todos la entendemos, hasta a un nivel “cósmico”. ¡No es Justo, no hay Derecho!, sabemos (o “sabemos”) del Mundo. ¿Es o fue justo que el niño aquel (de un colegio bombardeado “por error” o colateralmente), con el vientre abierto mortalmente por la metralla, le dijese a su maestro, que lo sujetaba en sus brazos, “no quiero morirme”? ¿Es justo que en la Tierra mueran de hambre y sed miles de personas, la mayoría de ellos niños? Pero ¿por qué amontonar dolores y cadáveres: es justo siquiera el más pequeño de los sufrimientos? ¿Quién puede pensar que esto es justo o ni justo ni injusto, sin hipocresía o sin volverse loco? Cada vez que hacemos algo (ir para allá en lugar de para acá, o quedarnos “quietos” -algo, en verdad, imposible-) estamos juzgando al Mundo.

Pero, ¿qué es eso de que el Mundo no sea Justo?, ¿en qué consiste? ¿Quizás en esto: no es como debería ser? Habrá un deber, un deber-ser, un imperativo, en algún lugar, fuera del Mundo, midiendo al Mundo o queriendo medirlo o debiendo medirlo; y el Mundo injusto resultará no adecuarse a esa medida, no ser como es debido. Entonces ¿la cuestión de la Justicia es una cuestión de Deuda: algo se debe, y no se ha pagado?, ¿hay que (es debido) restituir a uno lo suyo, o un equivalente exacto? ¿Es una cuestión económica la Justicia, una cuestión, digamos, de economía de la economía? Eso parece.

¿Cómo tiene que ser la realidad de las cosas para que sea así, para que la Justicia sea justamente eso? Tendría que ser que también los seres, además de existir (“aquí” en el Mundo), tuviesen un ser ideal, como la ética, un cómo deben-ser (cada uno, uno, el suyo) que les hace acreedores de un cierto trato. Lo que no se ajusta a la medida sobre-mundana, no es correcto en el Mundo. La Justicia mundana debe observar el ideal, lo dado, y acercarlos, o, más bien, acercar lo segundo a lo primero. Esas son todas las cuentas, la economía de la realidad.

Si esto es así, Ética, Política y Economía son lo mismo. También la Religión, como problema de la Redención (¿qué sentido tiene el dolor?), sería lo mismo Y es en el ágora, mediante el Logos (la cuenta-y-razón) donde y con que se debe dirime la Justicia.

Muchos de los grandes discursos, casi todos, ejemplifican esa justicia-economía:

- La concepción eclesial, “católica” (universal), ortodoxa por definición (ortodoxamente ortodoxa): a cada uno se le dará lo que se le debe, según actuó o no como es debido: bien (dicha) al bueno y mal (daño) al malo. Dios, que es la medida del deber, hizo a todos los seres de la mejor manera posible, y el mal es solo un medio para un bien mayor: tiene que haber daño para que haya “libertad”; unos sufren para escarmiento de otros; unos vinieron antes a morir irredentos para justificar la salvación futura de otros… Pagan pecadores por justos. Esta es la Justicia de esta visión ortodoxa, e la Teodicea. Difícil de digerir, inmoral… “despreciable”.

- La concepción monacal-protestante (heterodoxamente ortodoxa, u ortodoxamente heterodoxa): uno no hace sus méritos, cualquier ser es incapaz de hacer sus méritos. Pero es justo y debido el sufrimiento del malvado porque así lo ha decidido, “libremente”, el único que es libre (y que no necesita defensa o justificación alguna). Una solución desesperada, enferma, más difícil de digerir todavía, más inmoral y absurda, aunque aparente ser más pura y sensible.

- El samsara y su karma: todo está sujeto a la ley de la economía, la de causa y efecto: nada queda sin pagar, aunque lo parezca: todo se restituye. Es una versión que difiere el problema, hacia la primera de todas las vidas. El cristianismo lo plantea más radicalmente, de una sola vez, en una sola vida.

- También Kant y cuanto depende de él (que es más de la mitad de lo bueno de los últimos siglos de filosofía moral) ve la Justicia como Deber. Es verdad que el Sujeto hace un sacrificio de cierto interés suyo, pero solo del interés fenoménico, en aras del verdadero interés de uno, el “interés de la Razón”, que es la Ley como lo Universal: debes respetar al otro en cuanto que es racional (no al otro en cuanto capaz de sufrir). Es una deuda de la razón universal para consigo misma, economía pura, cierre del círculo.

- Y, en fin, todas las éticas más vulgares.

¿Es esto la Justicia: deber de lo que se debe? Pero ¿qué hay, entonces, del Amor?, ¿no está acaso el Amor por encima de la Ley? ¿No es que la ley del Amor está por encima de la ley de la Ley o incluso del amor de la Ley? ¿Qué pasa con el amor al “prójimo”?, ¿tiene algo que ver con la Justicia, entendida al menos como economía y débito?, ¿es lo mismo que la (auténtica) Justicia? “Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo..., pero yo os digo: amad a vuestros enemigos…” ¿No es esto el modo en que el amor-espíritu vence al legalismo de la letra? Entonces, estaría “justificado” distinguir bien al cristianismo auténtico de la Iglesia. Sin embargo (como recuerda magistralmente Derrida en Dar (la) muerte), otros pasajes evangélicos suscitan la sospecha entre los entregados a mirar en lo subconsciente, y dan o parecen dar para un desenmascaramiento de una economía más sutil: “Si amáis a quienes os aman ¿qué salario tendréis?...”, “porque Él ve en el secreto..., cuenta las lágrimas y no olvida nada”, “y tu padre, que ve en el secreto, te lo devolverá”. La economía celeste se reapropia la aneconomía del don o el amor. Un exceso de egoísmo o egolatría, de negación de la muerte, sería el que se esconde ahí…, como denunció Nietzsche.

En verdad, la Justicia comercial (más aún si se disfraza de caridad –pero no digo que ese sea el caso de las palabras del más “auténtico” Jesús-) es repulsiva. Lo repulsivo mismo. ¿Por qué? Sencillamente porque nadie, ni Dios, se merece nada. Imagina, por un momento, que eres Él, Dios mismo (esto es fácil de imaginar, desde el momento que eres capaz de imaginar que eres algo: simplemente tienes que multiplicarte por infinito, si es que no lo has hecho ya). Ahora ¿qué pensarías de ti? Eres la fuente de toda realidad. Eres todopoderoso, omnisciente, bondadoso sin límite… ¡Qué suerte tienes! (“¡Qué suerte tiene Dios de ser tan fuerte!” podría ser el primer verso de una denuncia cósmica). ¿Te lo has ganado? Quizás –dirá el abogado- te has “hecho a ti mismo”, como en el sueño americano… Pero, si te has podido hacer, no ha podido ser de la nada: ya tenías el poder de hacerte. Luego, el ser tú perfecto, superfuerte, es algo que tú no has hecho, ya lo eras antes. Y a tu imagen, los otros seres, menos fuertes que tú, que existen por tu acción y a tu imagen y semejanza. ¿Cómo podría Dios, ni nadie, juzgar y medir lo que es y lo que debería ser? ¿Quién puede, incluido Dios, creerse más que nadie?

Esto debería despertarnos a una ética completamente ajena a la economía; quizás podemos o tenemos que “pensar” que la Justicia, el Amor, el Don, la Ética… están “más allá” (o más acá, o en un lugar inexpresable “respecto de” lo expresable y medible) del Derecho, la Ley, el Mercado, la Política. El don, el “respeto” i-lógico e incuantificable al otro, la responsabilidad o respuesta, está regida por la aparente tautología pero en verdad la mayor heterología: todo otro es totalmente otro (tout outre es tout outre). Esto no tiene ni puede tener nombre, ni es cosa de la plaza pública. Por eso suscita temor y temblor. Todo esto es lo que Derrida nos propone en su pensamiento del don aneconómico. Si el platonismo quiere tener todavía una respuesta, es con esta ética de lo Otro con quien tiene que dialogar.

Claro que –podría decir alguien- ¿por qué no van a ser justas las cosas según ocurren?,  ¡por qué decimos o “sabemos” que el Mundo es injusto? ¿No será porque usamos conceptos universales, que aplicamos a más de un momento, intentando comparar (hacer lo mismo) lo incomparable (lo diferente)? Así, con el concepto de niño, o de hombre, creemos que el niño aquel tenía que (se le debía) vivir tanto como cualquier otro niño, tenía que conservar las tripas en (lo que llamamos) “su sitio”… Pero si no existen los conceptos, ni las identidades, si son solo un invento de la debilidad de la Voluntad, si el tiempo pasado es venganza, nada de eso es injusto… Así se nos abriría el amor fati, se nos daría bailar entre los cadáveres y las tripas abiertas… Pero ¿quién puede creer esto sin volverse literalmente loco?

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