El arte del negocio, o “economía” (en sentido, quizás, restringido) es el arte, decía, de obtener y tener cosas que se desea, mediante libre acuerdo entre personas libres. Pero (dejando a un lado otras cosas discutibles en esa definición) esto se puede entender de, al menos, dos maneras muy diferentes, según como se interprete la noción de libertad involucrada en un negocio: ¿el arte o ciencia del negocio, o “economía”, es el arte o ciencia de conseguir el máximo beneficio al menor coste, o es, acaso, el arte o ciencia de encontrar el precio correcto? ¿O quizás no es ninguna de las dos cosas?
A) Si se entiende que la libertad consiste en que un sujeto, supuestamente racional (capaz de hablar, por ejemplo), asiente al trato que se le ofrece, presuntamente porque cree, según su mejor juicio actual, que es un negocio bueno y correcto (que es lo que quiere obtener y que es la “mejor” –más maximizadora- manera de obtenerlo), entonces el arte del negocio consiste en encontrar el precio correcto, adecuado, y “justo” (en sentido no directamente moral), es decir, aquel que los participantes en el negocio afirman aceptar.
B) Si se cree que la libertad no se reduce a lo anterior, sino que es necesario, para que se pueda hablar de una voluntad verdaderamente libre, que el individuo esté plenamente informado de todo lo que atañe al objeto de negocio, y que tenga educada la capacidad racional crítica (que quizás no viene plenamente actualizada de nacimiento, sino que necesita ser cultivada), entonces, el arte del negocio, tomado como algo independiente del estado actual de cada individuo involucrado para ejercer la capacidad crítica, es solo, como mucho, el arte de conseguir el máximo por el mínimo. Y, dado que se trata de sacarle el máximo por menos a un ser racional, se trata de engaño (e injusticia, en sentido moral).
En verdad, el arte del negocio, si se lo toma como algo en alguna medida independiente de la moral, no consiste en ninguna de las dos cosas, aunque menos en la primera que en la segunda. Como argumentaron Sócrates y Platón, el arte del negocio, tomado independientemente (de manera abstracta) no consigue ni el trato correcto ni, siquiera, el trato mejor o más conveniente.
No consigue el trato correcto o “justo” porque la concepción de libertad supuesto en A es el más pobre y vacío de los posibles. Y tampoco, a no ser que esté indisolublemente unido a valores éticos sustantivos, consigue el máximo beneficio con el menor coste para el negociante, porque eso presupone conocido qué es lo mejor y más conveniente.
En la entrada anterior intentaba señalar la insuficiencia del concepto de beneficio requerido por el arte de negociar. Ahora puede verse, creo, que la otra cara de esto es la insuficiencia de las concepciones de libertad que están involucradas en el concepto de negocio como algo independiente de la ética, e incluso en las versiones más éticas del liberalismo (por ejemplo, en las versiones kantiana y neo-aristotélica)
Ningún ámbito del discurso que pretenda tratar de beneficios y acuerdos correctos, puede evitarse la pregunta: ¿qué es, en verdad, lo bueno?, y ¿en qué consiste la verdadera libertad?
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