Negociar, podríamos decir (como una aproximación, quizás ulteriormente mejorable –o radicalmente desechable, el lector dirá-), es la labor o el arte de obtener mediante el trato libre con otras personas, y poseer con el consentimiento de otras personas, cosas que se quiere tener (es decir, que se obtienen por voluntad).
No se negocia con la naturaleza no-racional (salvo en sentido analógico), ni con personas sometidas (esclavos, por ejemplo). Tampoco es negocio cuando uno “obtiene” o “tiene” algo que no desea. El negocio es arte de obtener (y tener), pero no cualquier obtención o tenencia es negocio o economía, sino solo aquella que surge en el trato entre personas libres (efectivamente libres), es decir, en sociedad sujeta a derecho (al menos, natural).
Desde luego, puede sostenerse (como Kant y Hegel) que cualquier tenencia es, en último extremo, social, porque no hay ninguna actividad humana que esté de derecho exenta del reconocimiento de las demás personas, o del Derecho (aunque pueda estarlo contingentemente). De cualquier cosa que alguien posea, aunque la haya obtenido directamente de la naturaleza, o de sus más remotos antepasados, cabe la cuestión de cuán legítimamente la posee. Esto no incide en lo que quiero tratar.
¿Hay una manera mejor y peor de hacer eso, de negociar? La respuesta es, obviamente, sí. Hay quienes saben, literalmente, de negocios. Son quienes saben cómo obtener más al menor coste, o maximizar los beneficios. Esto requiere una discusión más detenida, que dejo para la próxima entrada.
La otra cuestión ahora es: ¿también esta actividad, la de los negocios, es independiente del interés que, de obtener o poseer algo, tenga el sujeto que la realiza? Es decir, ¿se puede hacer desinteresadamente la tarea del negocio, se puede negociar con el negocio? La respuesta es, también aquí, sí. Quien hace el negocio está intentado hacerlo lo mejor posible, independientemente de si el resultado de ese negocio es para él o para otro.
Uno podría (y es el caso más normal) estar haciendo negocio para otros. Incluso podría ser que quien está haciendo el negocio encuentre repulsivo obtener lo que se va a obtener con ello (estaría alienado, claro).
Quienes más “beneficios” obtienen y tienen no son, normalmente, los que más saben de negocios, igual que quienes más saben de salud no son los más sanos. Esto se debe a que, además de estar sujetos a diferentes contingencias (uno tiene la salud que tiene, en parte por razones naturales no sujetas a su voluntad, lo mismo que pasa con las fortunas o “golpes de fortuna”), tenemos intereses diferentes, y no todo el mundo tiene como principal interés, maximizar sus “beneficios” (¿hay alguien que tenga eso como principal interés?).
Así, pues, en la actividad de los negocios, como en cualquier otra actividad, lo hará mejor quien esté interesado en la propia actividad, y no en algo extrínseco a ella. Hará mejor los negocios quien los tome como un fin en sí, y no tenga puesto en ellos su interés personal.
Pero estos resultados son (o, al menos, suenan) paradójicos: ¿Cómo puede ser que la mayoría de la gente, si no toda, no esté interesada en maximizar sus beneficios? Y ¿cómo puede ser que la manera más deseable, ideal, de hacer negocios sea no pensando en los beneficios que uno va a obtener de esa labor, sino solo en hacerlos bien?
Esta paradoja delata, a mi juicio, que el concepto de beneficio y negocio ("economía") que manejamos, está equivocado: es intrínsecamente alienado, y alienante.
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