La mayor parte de las filosofías de la modernidad y de la
postmodernidad ven a Europa como el paraíso del racionalismo. Nunca antes en la
historia la racionalidad humana habría tomado las riendas del carro de la
civilización, y Europa, durante su Edad
Moderna , habría llevado esto a sus últimas consecuencias…
quizás, incluso, demasiado lejos. Pero, ¿y si la verdad fuese, al contrario, que
Europa, incluso durante los últimos cinco siglos, no ha sido lo suficientemente
racionalista; que solo ha desarrollado la racionalidad hasta medio camino? ¿Y
si la Ilustración
tuviese que ser superada (o al menos completada) con más racionalismo, con
uno que no se limite a la investigación de lo natural y técnico, sino que
aborde también y sobre todo lo moral, lo estético, y en general todo aquello
que tiene que ver con el sentido de la existencia?
La leyenda historiográfica popular dice que la modernidad de
Europa nació con el designio humanista de conocer y dominar el mundo mediante
la mera razón, designio que culminaría en la Ilustración y sus
frutos tecno-científico y tecno-sociales. Según la variante más moderadamente
irracionalista de la leyenda, lo único que tenemos que procurar es que eso siga
dando sus frutos y no sucumba al romántico regreso de los mitos. Según la
versión menos halagüeña, lo que vivimos, desde la Ilustración , es un
progresivo y merecido declive del racionalismo, tanto en la Metafísica como en el
ámbito Científico-técnico. Tenemos ya que pensar en alguna otra forma de contacto
con el Ser, con lo Otro: un modo “poético”, quizás, o innombrable incluso.
Ambas versiones del mito son fruto de un pensamiento
fundamentalmente irracionalista, que ve a su "enemigo" en todas partes, porque lo cierto es que ni la Edad Moderna en general ni la Ilustración en
particular han sido capítulos racionalistas en sentido perfecto. La racionalidad moderna, concebida con racionalidad matemática, se ha
limitado, en general y por razones a priori, al terreno de lo
científico-natural y técnico, y ha dejado fuera, expresa y premeditadamente,
todo lo que tenga que ver con los valores y el sentido.
Uno de los pocos pensadores que, en los últimos cien años, ha denunciado esto es Edmund Husserl. En La crisis de las ciencias europeas
y la fenomenología trascendental, Husserl dice que el espíritu moderno
frustró pronto el proyecto, que debía ser el “renacimiento” de lo griego, de
entender racionalmente la completa realidad humana, y lo sustituyó por mera ciencia positiva de
hechos. Esto ha llevado al vaciamiento del propio
hombre. “Meras ciencias de hechos hacen meros hombres de hechos”, dice Husserl. Al desechar la Metafísica, el espíritu moderno hace imposible una auténtica explicación racional de la realidad:
"El escepticismo frente a la posibilidad de una metafísica, el desmoronamiento de la creencia en una filosofía universal como conductora del hombre nuevo significa precisa y coherentemente el hundimiento de la fe en la "razón", entendida en sentido similar al de la oposición hecha por los antiguos entre episteme y doxa. Esta razón es la que en definitiva da sentido a cuanto pretende ser, a todas las cosas, valores, fines, en la medida concretamente en que les confiere su relación normativa con aquello que desde los comienzos de la filosofía designa la palabra 'verdad' -verdad en sí- y, correlativamente, la palabra 'ente' -óntoos ón-".
¿Cómo ocurrió ese prematuro desvío o caída? El espíritu
galileano moderno consiste, dice Husserl, en la hipótesis de que todo lo
fáctico es reducible a legaliformidad matemática. Puesto que lo geométrico se
deja mensurar y permite pronosticar el futuro con cada vez mayor precisión, se
le ocurrió a “Galileo” (por personificar en alguien este proceso de la teleología de Europa) la “hipótesis” de
que todo lo natural es reducible a geométrico (después, se intentará a su vez
la reducción de esto a aritmético, a puramente simbólico). Pero lo geométrico
deja fuera lo cualitativo, las “plétoras” que percibimos fenoménicamente
(colores, olores, frío y calor…) La hipótesis científico-positiva al respecto
es que todo lo cualitativo puede, de alguna manera correlacionarse con alguna
estructura matemática que la reduzca indefinidamente. Las cualidades
“secundarias”, pues, son apariencias, meros fenómenos. La realidad real es
matemática (y las estructuras matemáticas están innatas en nuestra mente).
La consecuencia de esto, según Husserl, es que el
pensamiento científico, que había nacido de una actitud vital concreta y una
decisión, se vuelve una labor casi puramente técnica, y acaba olvidándose de su
verdadero fundamento, la vida precientífica de la que nació como una
opción entre otras. El método se confunde con la realidad. En este sentido, se
puede decir, según Husserl, que Galileo es a la vez un descubridor y un encubridor.
Descubre la gran hipótesis constitutiva de la actividad científico-positiva,
pero encubre el problema, filosófico o trascendental, de qué toma de decisión
hay en ese proyecto. La ciencia no sabe nada del “mundo de la vida” del que ha
nacido. Para la ciencia el problema filosófico no existe, aunque ese problema
subyace siempre a la ciencia. Es fundamental darse cuenta de que la hipótesis
de la matematización de toda la realidad natural no es una hipótesis
intracientífica, sino una hipótesis del pensamiento trascendental. Esa hipótesis da lugar, además, a determinadas interpretaciones sobre el
mundo, algunas tan erróneas como la subjetividad de las cualidades no
geométricas, o la exclusión de lo mental. Al hacer abstracción de lo mental, la
actitud matematicista prepara también el dualismo cartesiano y moderno: el dualismo, en efecto, es
la consecuencia de esa exclusión de lo mental por parte del naturalismo.
Pero el problema metafísico o Trascendental no se deja
eliminar, y toda la historia de la filosofía moderna es una lucha de la
verdadera filosofía contra el escepticismo que hay en el “objetivismo”
naturalista. El primer capítulo, sumamente paradójico, es Descartes, porque
este gran pensador, queriendo fundamentar completamente el racionalismo
reduccionista matemático del espíritu moderno, se ve llevado a plantearse el
problema de la subjetividad y la representación, descubriendo la puesta entre paréntesis de todo contenido suyo (la epojé). Este descubrimiento del problema
de la subjetividad es el sino de la filosofía moderna. Descartes, no obstante,
cayó en la confusión de la subjetividad con la psique, es decir, cayó en el
psicologismo, que es una fuerte tentación moderna. Un capítulo radical en ese
camino es el escepticismo y ficcionalismo psicologista de Hume, que reduce toda
estructura y categoría racional a fenómeno interno, con lo que hace imposible
toda ciencia. Kant redescubre, en un lenguaje nuevo, el problema trascendental,
señalando también la insuficiencia del racionalismo leibziano-wolfiano, que no
se plantea el asunto de la relación entre la subjetividad y las
cosas.
Husserl cree que estamos obligados a reeditar el problema
Trascendental, evitando las insuficiencias kantianas, debidas a que Kant no se
dedicó a una investigación fenomenológica del “mundo de vida”. Todavía
necesitamos una explicación racional, es decir, reflexiva, del conjunto de la
actividad humana, empezando por sus fundamentos.
Dejando a un lado el éxito o fracaso de la Fenomenología
Trascendental iniciada y reiniciada una y otra vez
pacientemente por Husserl (y que llegó pronto, paradójicamente, a dar cobertura a
los pensamientos más irracionalistas del siglo XX), creo que la versión historiográfica de
Husserl es muy sensata. Si uno observa las principales filosofías de la
modernidad, constatará que prácticamente todas ellas son una limitación, más o
menos inflexible, de la racionalidad en sus pretensiones de completitud. La Edad Moderna fue el
nacimiento, simultáneamente, de la ciencia positiva y del fideísmo protestante.
La ciencia se comprometía a limitarse a salvar objetivamente los fenómenos y a
no indagar lo que queda completamente fuera de su alcance, el sentido del
mundo.
Descartes es, evidentemente, un partidario del mecanicismo
reduccionista galileano. Por eso tuvo poco que decir acerca del valor de las cosas,
aunque es significativo que admitiese, con todo irracionalismo y todo voluntarismo (desde Occam-Lutero hasta Nietzsche), que la voluntad
es más extensa que el entendimiento. Podría pensarse que Spinoza, el
“cartesiano”, es un buen representante del racionalismo o intelectualismo que
estoy, con Husserl, echando de menos. Creo, en cambio, que Spinoza es un buen
ejemplo de cómo se puede extraviar el racionalismo. En verdad Spinoza no tuvo
ni idea del problema metafísico de los valores y el sentido, de la ética. El sistema spinozista es, como
dice Husserl, un intento de sistema geométrico-mecanicista completo y absoluto.
Por supuesto, quien quiera proveer un sistema completo tiene que procurar que
contenga la ética. Spinoza habló mucho más de ética que Descartes, y hasta llamó
‘Ética’ a su tratado de la realidad, pero la Ética de Spinoza no es una ética,
por la sencilla razón de que su idea clave al respecto es un determinismo
mecanicista absoluto en el que la libertad no tiene ningún sentido, como
Spinoza no se cansa de repetir. Spinoza “constata”, como hecho y ley
mecánico-natural, que todos los entes tenemos una tendencia a persistir en el
ser, y parte del axioma de que la perfección es lo mismo que la realidad (es
decir, que vales tanto cuanto existes y poder tienes –un iuspositivismo
perfecto-), pero en su metafísica no hay lugar para una decisión libre ni, por
tanto, para el problema moral de qué debo preferir y hacer. Todo lo más
parecido a eso es la “constatación” del hecho psicológico de que, si uno sabe
que las cosas no tienen más remedio que ocurrir de cierta manera, acabará
aceptando (¿o, más bien, "debería", "tendría que", "sería sensato que" aceptase?) el destino y estará alegre con él. Su respuesta moral es, pues, el amor fati (curiosamente la misma que muchos
que, como Nietzsche, creen que todo deviene absolutamente). Pero, aunque a
veces Spinoza se expresa como si uno (el sabio) pudiese “modificar” sus
pensamientos a voluntad ("decidiéndose" a pensar en cosas alegres, por ejemplo),
esto es totalmente inconsistente con su determinismo mecanicista. Sencillamente Spinoza, cuando nos da prescripciones y consejos, se olvida de cuando dijo que no elegimos nada y que darse cuenta de esto es sabiduría. Al menos
Spinoza no se ha planteado cómo puede uno “libremente” participar en su destino,
de manera que eso sea compatible con que todos sus movimientos estén sometidos
a la legalidad mecánica más básica. Es decir, Spinoza no se ha planteado el problema
metaético, ni podría planteárselo bajo la hipótesis del mecanicismo universal.
Leibniz fue mucho más consciente de este problema, y también
de que las explicaciones naturalistas no agotan, ni mucho menos, la
racionalidad, y que, a las explicaciones mecánicas, hay que añadir, como en
armonía preestablecida, las explicaciones teleológicas y enteléquicas, que
también son plenamente racionales. Sin embargo, además de la insuficiencia que
pueda haber en el racionalismo de Leibniz (de lo que hablaré en otro momento),
la presión “cultural” dominante de la “hipótesis” o metafísica científico-pragmática no
favoreció el eco para esa metafísica. En la Ilustración acabó
predominando el pragmatismo anglosajón sobre el racionalismo germano.
Kant quiso conscientemente salvar a la Razón , en su valor más pleno
y absoluto. Y creyó conseguirlo, tanto en el ámbito puramente teórico (aunque
limitándola a una función “crítica” o trascendental y, a lo sumo, regulativa,
negándole todo conocimiento sustantivo) como, más aún, en el ámbito
práctico-moral: la Razón
sería completamente autónoma, y no la amenazaría el problema del determinismo,
porque la moral postula un ámbito nouménico o espiritual que, aunque no se
puede demostrar científico-naturalmente, tampoco se puede negar. La libertad es
compatible con la naturaleza mecánica si postulamos otro modo de la realidad. Sin
embargo, hay un aspecto en el que la filosofía kantiana es profundamente
antirracionalista: puesto que la razón no tiene acceso a conocimientos tras-naturales
(la metafísica no es un conocimiento), el hombre no puede ponerse, como objeto
de tendencia, ninguna realidad espiritual. La ley moral es una ley de
obediencia, desconectada de su “materia”, la felicidad o el sumo Bien. Es,
incluso, dudoso que se pueda deducir muchas cosas de una ley “formal” como el
Imperativo Categórico. Por eso Kant tiene en cuenta también el objetivo de la
felicidad (a esto dedica más atención en Metafísica
de las costumbres). Pero se trata de una felicidad material.
La historia posterior a Kant es, salvo con la difícil
excepción del Idealismo hegeliano (al que también dejo de momento) la historia
del irracionalismo emergente: Schopenhauer, Marx, Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein…
Todos los grandes maestros son irracionalistas. Varios de ellos, incluso,
reviven en su propia evolución, la evolución de toda la época postilustrada
desde un irracionalismo moderado a uno radical. El ejemplo más nítido es
Wittgenstein. En el Tractatus expresa
un trascendentalismo “lingüístico” que representa perfectamente el dualismo
moderno desde Galileo-Lutero para acá, es decir, la racionalidad matemático-mecánica
limitada a los asuntos naturales y técnicos, y, para lo que se refiere a los
valores y el sentido del mundo, lo irracional, lo místico, etc. Pero cuando
volvió al pensamiento, Wittgenstein creyó que se había equivocado en el Tractatus al creer que había una única
forma, la Lógica. No :
hay indefinición de juegos de lenguaje. Así no queda deconstruida solo la Metafísica (como en el Tractatus o en Kant) sino también La Ciencia , como modo
privilegiado de acceso a las cosas. De aquí toman aliento todos los
relativismos antropológicos. Una evolución semejante se puede observar en
Nietzsche, desde su “positivismo” temprano hasta su irracionalismo perfecto de
última época, y quizás en Heidegger.
Husserl es, precisamente, la única isla relevante de
racionalismo en los últimos decenios. Pero su Fenomenología, demasiado
obsesionada por alejarse del matematicismo galileano y cartesiano, y
completamente dependiente, a la vez, del planteamiento cartesiano o egológico
(centrado en la
Subjetividad ), parece correr el riesgo a menudo de perderse
en investigaciones semejantes a las que más hubiera rechazado el propio
Husserl, “meramente psicológicas”. En otro sentido, su camino es el único
posible para la Filosofía :
la consideración eidética.
Por tanto, contra la leyenda popular, ni mucho menos la
historia de la Europa
moderna es la historia de un racionalismo pleno. En buena medida se puede
decir, más bien, que los escolásticos fueron mucho más racionalistas, por lo
que se refiere a lo ético y a los valores en general. Hoy, que empieza a
tambalearse el irracionalismo, cada vez más filósofos, sobre todo en el ámbito
de la filosofía analítica, ven necesario rescatar el teleologismo aristotélico
y antiguo en general, única vía posible hacia una racionalización de las
cuestiones de sentido. Si este es un posible camino, entonces quizás no es solo
que Europa haya llegado a la muerte de la Metafísica , sino que está en camino de
revitalizarla y realizar un racionalismo verdadero.
Pero ¿no está el racionalismo condenado a fracasar una y
otra vez? Y, si es así, ¿por qué?
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