Acaba de salir de la imprenta mi libro Diálogos de Educación. En breve estará por las tiendas (librerías, concretamente) y ya puede encontrarse en el portal de la Editorial Manuscritos. El libro recorre cuatro posibles filosofías de la educación, buscando sus fundamentos filosóficos antropológicos, con sus pros y sus contras, y yendo desde la que menor sustancia atribuye al sujeto (o sea, la que no nos atribuye ninguna, y nos considera un vacío, una existencia sin esencia...) hacia las que nos definen más sustantivamente. En sucesivas entradas iré copiando fragmentos y comentando las tesis. Empiezo con un fragmento de la primea visión. El Maestro y el antiguo alumno que soportan el diálogo, se topan con Blas, un "espíritu ácrata", que cree que toda educación es manipulación de esa nada libre que "somos":
M.- […] ¡Mira!, ese que viene por ahí es Blas, un amigo. ¿Te parece bien que
paremos a saludarle?
A.- ¡Por supuesto!
M.- Es una persona muy inteligente, aunque,
seguramente por eso, bastante descreído. ¡No le vayas a contar tus
experiencias! Se dedica, te lo puedo asegurar, a mil cosas, pero tiene la
habilidad de hacerlas casi sin que una sepa de las otras. Es como un niño,
metido en su mundo por el que no pasa el tiempo... Ahora que lo pienso, puede
sernos de utilidad. ¡Hola!
Blas.- ¡Hola, maese maestro-filósofo!
M.- ¿Qué haces por aquí?
Blas.- ¿¡Qué se yo!? Ni me importa. ¿Y a ti? ¡No sai cora-m sui endormitz, ni cora-m veill,
s’om no m’o ditz!… Ya sabes que no es
difícil encontrarme entre estos adoquines.
M.- Es verdad, casi siempre que paso por aquí
te encuentro por casualidad.
Blas.- Más podría preguntarte yo a ti qué te
trae por aquí, ¿no?
M.- Supongo que sí.
Blas.- Tú eres el que tiene siempre algún
sitio al que ir, como los buscadores de oro; y ese sitio no suele pasar por
estas calles perfumadas de orín y apestadas de incienso.
M.- Es verdad.
Blas.- Aunque, como también eres el que
quiere saber el por qué de todo, como los brazos de la justicia, es normal que
te hayas adelantado en preguntar.
M.- También tienes razón.
Blas.- Y, puesto que a mí no me preocupan ni
el oro de ley ni la ley del oro, ni el por qué ni el para qué… ¡no sé por qué
ni para qué te estoy contestando y preguntando!
M.- ¿No te decía que es muy inteligente? Es
un sabueso de los chistes. Por cierto, no le hagas caso a su tono: nunca está
enfadado contigo, aunque lo parezca.
Blas.- No tengo tiempo para estar cabreado,
ya el mundo se empeña en ser odioso.
M.- Si le importasen un poco más los porqués
y paraqués, sería un filósofo.
Blas.- ¡De eso que me estoy librando, pese a
conocerte! ¡O a lo mejor por eso!
A.- ¿Eres artista?
Blas.- ¿¡Yo!?
M.- Es que este muchacho cree que los que
andáis por aquí sois todos unos bohemios.
Blas.- ¿¡Que si soy artista!? ¡Yo no soy
nada, muchacho! ¡Y mucho menos, “algo”! Me puedes encontrar algunas tardes, y
mañanas y noches y trasnoches, paseando, haciendo el pino contra una pared,
probándome sombreros, mirando con descaro a las farolas, doblando esquinas,
subiendo cuestas, bajando escaleras sin cuidado, acarreando vinagre, peinando
el viento (eso cuando tengo las uñas largas), llorando sin motivo, riendo sin
un fin aparente, sudando, estornudando, cantando, meando, murmurando,
insultando, refunfuñando, rezándole a una alcantarilla, olvidándome los
zapatos, haciendo el amor (con y sin ganas), volando subido en una hoja… y, a
ratos, dando clases de improvisación al piano en una escuela popular que hay
unas calles más arriba.
A.- Eres profesor, entonces…
M.- Pero ¿¡no acabas de ver que es un
verdadero artista!?
Blas.- ¿¡Profesor!? También soy un objeto
casi cilíndrico, comestible, bastante caliente, impertinente siempre, de padres
emigrantes, e infinitas cosas más, o menos, pero, si quieres disfrutar
improvisando conmigo, vas mal orientado llamándome profesor (o herr professor,
si te gusta más). Y ahora en broma, ¿a dónde vais?
M.- Este amigo, que fue mi alumno hace unos
años, y yo, hemos quedado para asistir esta tarde a la inauguración de una
escuela, en la que el director dará una especie de conferencia sobre educación,
esperamos.
Blas.- ¡O sea, que vais a una lección
magistral de tortura!
M.- ¿Ves cómo es un escéptico para con toda
causa noble?
Blas.- ¡Me lo estaba oliendo: lo lleváis en
la cara, ese morbo de cura…!
M.- ¡Ya sabía yo que nos iba a ayudar! Oye,
Blas, yo ya conozco tus ideas, aunque no me disgustaría oírtelas otra vez, ni
mucho menos…
Blas.- ¡Ya!, ¡ya lo sé!: tú te drogas con
ideas.
M.- Pero mi amigo no te ha oído, y creo que
le interesaría. Precisamente hemos quedado porque él quiere hablar de eso… de cómo
torturar correctamente.
Blas.- ¡Si todavía conservas la inocencia,
muchacho, vuélvete para casa! O, mejor, ¡no vuelvas a casa, vete, vete de todas
las casas! Y tómate el prodigio de no volver.
A.- Creo que la he perdido, la inocencia.
Deberías saber que ya he hablado otras veces con este hombre, después de
haberle tenido de profesor en el instituto.
M.- Allí, justamente, era donde intentábamos
inocularos el veneno, entre giro y giro del tornillo.
Blas.- ¡No me digas más! ¡Estás jodido!
M.- Mira: si te viene bien, tienes el tiempo
que va de aquí hasta el parque para salvarle de las garras de los profesores y
filósofos.
Blas.- ¿¡Salvarle!? ¡Si no quiere salvarse
él…! Tengo la desgracia de que voy precisamente para allá, así que no tengo
escapatoria: me habéis cogido por los huevos. Espero que no me los arranquéis y
os los llevéis al altar de la inauguración esa…
M.- No te preocupes, que precisamente hoy
este muchacho y yo no queremos torturar al que no tenga ganas de ser torturado.
Vamos juntos, entonces, este tramo.
Blas.- Pero ¡tened cuidado de no mirar a los
lados! ¡Aquí hay gente que se atreve a vivir, sin regulación ni tornillería!
A.- ¿Tú conseguiste que no te pervirtieran?
¿O no fuiste torturado?
Blas.- A mí me volvieron tan loco, quiero
decir, tan cuerdo, como a los demás. Pero o se pasaron de rosca o no llegaron.
Ahora conozco bien qué es eso de la escuela: ¿sabes cómo enlatan atún en una
fábrica? Pues el atún y la lata salen menos traumatizados que un trozo de carne
cuando hacen con ella persona-hecha-y-derecha.
Double, double, toil
and trouble;
Fire, burn; and,
cladron, bubble.
A.- No te gusta la escuela, vamos.
Blas.- ¿Gustar? ¿¡Qué más da!? ¿Conoces a
alguien a quien le “guste la escuela”, como dices tú? ¿¡Qué carajo importa el
gustar!? ¿Has pasado alguna vez, en tus veintitantos añitos, por delante de una
guardería?
Quiero decir si has visto a los animalitos
que hay dentro.
A.- Sí.
Blas.- ¿Te has parado bien a mirar sus ojos,
detrás de la verja, llorando o simplemente mirándote sin esperanza? ¿¡Sí!? Los
que no lloran están peor que los que por lo menos saben o pueden todavía
rebuznar. ¡Claro que los que están del todo hechos polvo son los que ya siguen
dócilmente a la maestra y se están quietos y callados en la fila!
A.- La verdad es que he tenido alguna vez esa
sensación. Aunque otras muchas, me ha parecido que esos mismos niños
disfrutaban y aprendían, jugando con sus columpios y sus cubos de arena, o
cantando con sus cuidadoras.
Blas.- Cuando se les olvida cómo les
encerraron ahí y dónde están; o en los pocos minutos que hay entre una orden y
un grito, cuando las guardesas están distraídas con sus propios juegos
estúpidos de mayores, o cuando, a veces, hacen como que juegan con ellos
(¡aunque ya con juegos infectados de reglas!). ¡Mira!, esos ojos, esa mirada de
reja de guardería…, en ellos veo la muerte del paraíso que no llegó a existir,
que no podía llegar a existir… porque todo lo que existe está tomado, ocupado,
contaminado por la mierda limpita y la necedad diligente del adulto ¡el del trabajo
y el dinero! Los daños que se hará luego al niño algo mayor y al adolescente,
son calderilla: el adolescente es ya un poco (a veces hasta bastante) de ese
cartón-piedra llamado persona, o ciudadano. Ya anda recelando por el futuro, ya
no sabe jugar sin ganar… ¡Tiene sueños, dicen, ideales! Lo que tiene es llena
de pájaros la cabeza. No (¡ojalá tuviese pájaros!):
tiene un buitre con corbata. Poco después será o de los que encierra o de los
que es encerrado, lo mismo da. Y ¿qué decir de esa, la más sucia y horrenda, la
menos inocente de todas las “formaciones”, que es el invento de la
“sexualidad”? Ese asqueroso sustituto del deseo, obra de consumados sacerdotes
(o sea, de viciosos por naturaleza), ha vuelto sucio y lleno de miedo lo que
latía más indómito. Ya ni Dios puede hacer su gana: ni el niño con el niño, ni
el niño con el adulto, ni el adulto con el adulto, ni la adulta con la adulta,
ni, menos que nada, uno consigo mismo, o con su otro mismo… ¿¡Me vais a decir
que todo eso no es la escuela, el corazón apestado mismo de la escuela!?
M.- Este tipo de afirmaciones me dejan
siempre atontado, como si tomase un somnífero, y no soy capaz, ni deseo
contradecirlas… Algo en nosotros quiere oír esa versión.
Blas.- Pero se os olvida pronto, ¡no os
preocupéis!
M.- El paraíso perdido, el del niño: ¡qué
gran verdad parece haber ahí! ¿Por qué, sin embargo, los adultos ven a veces a
los niños como fieras sin domar?
Blas.- Está claro: los esclavos no pueden
tragar alegremente ver cómo retozan, sin orden ni concierto (como dicen los
maestros) esos que no saben de leyes, de venganzas ni de planes de pensiones. Y
no descartes otras complejidades psicológicas, como una envidia podrida en los
sótanos, y cosas así. ¿No has visto cómo huelen las colonias?
A.- Me has recordado lo que pasa también con
los ancianos.
M.- A veces se dice que son como niños…
A.- Unos los ven como bondadosos serafines, y
otros como diablos cascarrabias. A lo mejor no son ninguna de las dos cosas, o
las dos. ¿No conoces ni una sola escuela buena?
Blas.- ¡Escuela buena! Eso no puede existir,
por definición. Es una expresión, como trabajo honrado o matrimonio feliz, sin
pies ni cabeza, o, peor todavía, con pies y cabeza. ¡Chaval!, todo lo que para
el lenguaje oficial son redundancias, son absurdos para los que no sabemos ser
cuentas del gran rosario. ¡Escuela buena!, ¡escuela maravillosa…! ¡Mira,
muchacho!, mírame y dime que sabes, en el fondo de lo que te quede de corazón,
que sabes esto: toda educación es manipulación.
A.- ¿¡Toda!?
Blas.- Es su esencia, que diría este.
Educoacción, la llamo yo (soy bueno haciendo malos juegos de palabras).
A.- No es tan malo, seguramente no tanto como
la escuela. ¿Crees que tendrían que ser, entonces, los padres los que se
encargasen de la educación?
Blas.- ¿¡Los padres!? ¿Por qué? ¡Los padres!
Los padres están hechos con la misma troqueladora que la escuela. Y, por si
fuera poco, esos dos ogros con sombrero, la Tradición y el Estado,
les han concedido el título de propiedad sobre ciertos cuerpos, lo que llaman
niños. Es verdad que a veces, sobre todo a las madres, se les escapa un poco de
clandestinidad y son capaces de dejar en paz a su criatura, cuando el padre
santo que llevamos dentro, se adormece un poco (¡porque no se duerme, chaval,
no se duerme!: ¡siempre vigila!, ¡siempre vigila!). A los padres (a los de
verdad, quiero decir, a los que tienen el falo de carne, entre los muslos
además de entre las orejas), a esos la conciencia bien blindada no les pone tan
fácil esas sensiblerías.
A.- Los hombres no lloran.
Blas.- ¡Ni ríen, sobre todo no ríen! Están
serios, como sepultureros sepultados. ¿Cómo van a hacer algo dichoso con los
niños, ni siquiera porque les falle algún cable? ¡Eso les provocaría un
cortocircuito! El Estado hace lo mismo, pero de manera más organizada, fría,
aséptica, sutil. Unos con más descaro, otros con menos, todos esos papás
llamados Estados se esmeran en ponerte la camisa de fuerza: para eso los trajo
Dios al mundo. Son Dios hecho carne, carne de uniforme y látigo. Lo que llamáis
Historia no es más que el esfuerzo constante por perfeccionar esa gran
troqueladora… Lo vivo no tiene historia. ¡El Estado!, ¡la Patria !, ¡la Nación !, ¡el Progreso!, ¡la Cultura ! La piel de la
risa ya puede olvidarse de que le dé el aire. ¡No contéis conmigo! Como dijo mi
querido Brassens:
Les hommes sont faits,
nous dit-on,
Pour vivre en band’
comm’ les moutons.
Moi, j’vis seul, et
c’est pas demain
Que je suivrai leur droit chemin
A.- ¡Qué exagerado! ¿De verdad crees que toda educación
es adoctrinamiento y manipulación?
Blas.- No es que lo crea, es que no puede ser de otra
manera, te digo. ¡Educar!, o, como dicen con más descaro algunos, formar:
fabricar personas…
M.- De la nada…
Blas.- Con lo que pillan.
A.- ¿Con cualquier cosa?
Blas.- ¡Ya verás cuando consigan hacer ciudadanos con
tornillos y plásticos! ¡Personas que siempre den la respuesta adecuada, salvo
cuando haya un corte del suministro eléctrico! Cuando puedan pasarse sin ese material
apestosamente rebelde que se llama carne…
A.- Creo que tienes una imagen demasiado negativa de las
cosas. La cultura tiene cosas malas, desde luego, pero hace a la gente más
libre y, precisamente, más difícil de manipular. ¿Es, acaso, manipular a los niños,
mostrarles cómo crecen las plantas? ¿O enseñarles a que se respeten, o a que
piensen por sí mismos?
Blas.- ¿¡Por sí mismos!? ¿¡Mostrarles!? ¿Que si es
manipulación? ¡Por supuesto!, si les estás diciendo que esa es la única manera,
la manera correcta y obligatoria de ver y tratar a las cosas. ¿¡Quién eres tú
para imponerles tu manera de ver una planta o un respeto!? ¿Te has parado a
pensar de cuántas maneras podemos mirar a una planta, diferentes de verla como
un ser que tiene que llegar a alguna meta y dar sus frutos para que sea
rentable? Una simple flor puede ser un mundo, un infierno, una huella, un
agujero sin fondo, un presentimiento… Una flor no es una flor: tú haces una
flor. ¿¡Enseñarles a ser ellos mismos!? Coge ahora uno de esos que llamáis
niños. No sabe que es varón, español, de esta o aquella familia… Pero vosotros,
maestros artesanos o aprendices, le diréis con qué plantilla tiene que
recortarse, a qué ideas tiene que parecerse: ¡eres varón, hijo, así que, ya
sabes, mea de pie y dispara antes de preguntar! ¡Tú, princesita!, ¿¡qué pintas
traes!? ¿¡Qué posturas son esas para una niña!? ¡Eres alemán, hijo, te tiene
que gustar la cerveza! Le golpearéis cuando no encaje en el corta-galletas, y
le daréis vuestras envenenadas golosinas y palabras, en dosis bien medidas, cuando
progrese adecuadamente… ¡Claro que vosotros mismos creéis que lo hacéis por su
bien, porque él es un pobre ser imperfecto y atontado todavía, que no sabe, sin
vuestro auxilio, cómo hay que respirar! Pero no hace falta más que ver vuestro
aburrimiento infinito para darse cuenta de lo perfectos, sabios y libres que
sois. Si el respeto tuviese algún sentido, empezaría, desde luego, con que
respetaseis su deseo… y ahí mismo acabaría. Pero el respeto es ya una idea, o
sea, parte de la trampa.
A.- Y ¿qué dices de esos niños perdidos y criados por
lobos? ¿Crees, de verdad, que dejarlos abandonados fue respetar sus deseos? ¿No
les faltó una escuela, una familia…?
Blas.- ¡Hombre!, faltarle no le faltaron: tuvieron a mamá
naturaleza, personificada (o animalizada, si quieres) en forma de mamá loba. Tú
quieres decir que no llegaron a ser hombres de verdad, personas auténticas y
certificadas, ¿no es eso?
A.- Por lo que sé, no llegaron nunca a hablar, como
humanos, como hablas tú mismo.
Blas.- Es verdad, no sabían hablar para convencer y
comerciar. Y tampoco guardaban las normas de cortesía, ¡los muy bestias! Ni se
les vio empeñados en labrarse un futuro asegurado por un banco, ni se les oyeron
planes de conquistar Europa, de pisar la Luna o de dominar la Naturaleza. Parece
que eran tan cerdos que se contentaban con comer cuando tenían hambre y
masturbarse cuando les daba la gana. ¡No contribuyeron a construir la gran
torre humana… esa torre de viento, un poco negro en los últimos tiempos, eso
sí! ¿Sabes, chaval?: ¡ya quisieras tú ser un animal!
A.- ¿Y qué dices de todo eso noble y bello, de lo que le
gusta presumir a la humanidad, como un cuadro o una fuga? ¿No tocas tú el
piano? ¿Nacen de los árboles los pianos?
Blas.- De donde no han nacido ni nacerán nunca es del
aburrimiento. Ahí, en la escuela, han nacido los ejercicios de piano, esos que
han triturado en tanto niño el gusto por jugar con las teclas. ¿De dónde han
nacido, los pianos y los cuadros y las fugas? De donde nace todo lo que nace,
lo imprevisto e imprevisible: del juego sin leyes. Los raros destellos de
creación, como sabes muy bien, han existido de milagro, pese a la escuela. La
escuela los ha visto o como torpes e inadaptados o como bandidos indomables, y
los ha perseguido y mandado al rincón siempre… Nada más lógico.
A.- ¿Lógico?
Felicidades por esta nueva publicación. Y felicidades, también, por elegir publicarlo justamente ahora. La ignorancia y el desprecio por la pedagogía (y, más allá, la falta de reflexión dentro del mismo ámbito de la educación) tienen en este libro (que ya tengo la suerte de haber leído) un poderoso antídoto. Ojalá sea útil, además de para pensar, para detener la involución a todos los niveles, pero especialmente (y especialmente grave) en la política educativa, que está padeciendo este país.
ResponderEliminarUn abrazo! Y, a tus lectores de blog, que nadie pierda la ocasión de aprender lo que hay aprender sobre el aprender en este brillantísima y valiosa obra (que además, añado, es una verdadera obra filosófica, cosa que no se puede decir de todo lo que se publica, incluso en el propio ámbito de la filosofía).
Muchas gracias, Víctor Bermúdez. Te ofrezco el puesto de agente comercial :)
ResponderEliminarJuan Antonio, he llegado a tu blog a través de una "amiga" de Facebook y al leer este post acerca de tu libro 'Diálogos de Educación' me he sentido en ocasiones identificado y en otras "troquelado". Sí "troquelado", en el sentido de sufrir un verdadero conflicto cognitivo (como decía Piaget) leyendo las afirmaciones de Blas, cuyos mensajes aún no he sido capaz de acomodar en mi cerebro quizás porque la educación que recibí me ha trazado tan a su imagen y semejanza que todavía, aunque lucho cada día por reinventarme, no he conseguido borrarlo de mi identidad. Soy de los que piensan, como se extrae de las palabras de Blas, que el sistema educativo es adoctrinamiento y manipulación, al que hoy en día se le ha dado el nombre neoliberal de "aprendizaje por competencias", o lo que es lo mismo fabricar ciudadanos/as que sean flexibles (dóciles) y polivalentes (que sepan hacer lo que se les pida) para así adaptarse al mercado de trabajo (que realmente es el sistema capitalista puro y duro). Trabajo cada día intentando aportar mi granito de arena, humildemente, para fomentar las habilidades personales y la creatividad en aquellos/as que salen del sistema sin ni siquiera saber decir, saber pensar, saber hacer, querer hacer o querer ser. Pero, a pesar de ello, debo admitir que me cuesta definir una alternativa válida, y quizás en ello tú puedas iluminarme, para que los niños y las niñas no terminen siendo criados por lobos, como se expone en el primer capítulo de tu libro. Blas es tan duro, tan cruel, tan expeditivo, tan negativo, tan deprimente en sus afirmaciones que cuesta pensar que todo es o blanco o negro, y no al menos una escala de grises.
ResponderEliminarMe ha sido grato conocerte y descubrir tu blog, el cual seguiré. Te invito a conocer mi trabajo y a opinar sobre él a través de mi Blog, CreaActividad (creaactividad.blogspot.com).
Feliz 2013
Jesús,
Eliminarantes de nada, bienvenido. Luego, muchas gracias por tu maravilloso comentario. Estoy completamente de acuerdo con lo que dices de Blas, tan atrayente como repelente. Tengo que decirte, desde ya, que no es mi visión de la educación: es solo una visión posible, a la que le intento sacar lo positivo, sin dejar de ver sus aporías. Creo, humildemente, que te gustaría leer el libro completo. Aquí iré poniendo fragmentos y observaciones al respecto, y esperando comentarios tan comprensivos y competentes como el tuyo. Verás: en mi libro pretendo recorrer cuatro posibles filosofías de la educación, según la antropología que subyace a cada una de ellas, y yendo desde aquella que nos concibe como menos cargados de esencia hacia la que más.
En un primer momento, me detengo en la filosofía que nos ve como algo sin-esencia, pura existencia abierta, indeterminada (una visión de muchos postmodernos). Esta es la que representa Blas. Pero el libro (por boca del Maestro que, junto con un exalumno, protagonizan el diálogo completo que es la obra) encuentra contradicciones en la visión de Blas: si toda educación es manipulación ¿qué deberíamos hacer con el educando? Lo que se deduce es "nada". Pero, ¿por qué? ¿Es que somos indiferentes, es decir, no hay nada que sea bueno o malo para nosotros por nuestra "naturaleza"?, ¿no tenemos una esencia implícita que realizar? Si todo es manipulación, solo se sigue la mayor de las inacciones, y la negación de todo lo que es un hombre. Y esto nos deja sin criterio para la propia denuncia de Blas, que piensa que algo es "malo" o "bueno". Por tanto, hemos de huir de esa visión, salvando lo que tiene de bueno: ese reclamo de respeto por la espontaneidad de cada uno.
Después se evalúa una visión "sentimentalista", según la cual somos, en esencia, búsqueda de felicidad y huida del dolor, con ese instrumento poderoso que es la razón. Aquí la versión más positiva es el "refuerzo positivo".
Después se expone una filosofía de la voluntad elitista (un poco lo que subyace al discurso odioso de la excelencia tal como la venden nuestros políticos actuales).
Por último, se expone una pedagogía socrática, que es la que yo comparto.
Si te parece, no me extiendo en la exposición de cada una. Lo iré haciendo en sucesivas entradas dedicadas a mi libro.
Un cordial saludo