domingo, 6 de enero de 2013

Diálogos de Educación Fragmento II

Continúo copiando aquí algunos pasajes de Diálogos de Educación. En la entrada anterior, Blas, protagonista del primero de los cuatro "encuentros" que articulan el diálogo que es este libro, denunciaba que toda educación es manipulación. ¿Cuál es el fondo filosófico que puede dar sustento a esta pedagogía (o apedagogía) "radical"? Unas páginas después, Antiguo Maestro y antiguo Alumno se empeñan en desentrañarla, mientras Blas "desprecia" toda metafísica como parte de la misma trampa: no hay una idea del Hombre, que debiéramos cultivar o dejar aflorar, porque no hay Ideas (el texto está extractado):

A.- Pero, entonces, ¿cómo tendría que ser? Porque él dice que no debería ser de ninguna manera. ¿Crees que somos buenos y sabios por naturaleza, que no necesitamos aprender nada de nada para ser felices, y que nos corrompe la sociedad?
Blas.- ¿Buenos?, ¿malos? Lo único malo que ha pasado es inventar lo bueno y lo malo. Lo único bueno (que no pasará, no te preocupes), sería olvidarse de esa ley de lo bueno y lo malo, de la medida, del orden, del tiempo exacto.
M.- Curiosamente tú eres bastante puntual, y, si no te molesta, a pesar de la autobiografía que nos has recitado antes, eres hasta cierto punto previsible….
Blas.- Hago lo que puedo… por evitarlo. Pero cuando soy puntual no soy puntual, solo pasa que me da por estar ahí en ese momento. No consulto los astros, ¡veo las estrellas!
Why should we rise, because ‘tis light?
Did we lie down, because ‘twas night?
A.- ¿Tú no crees, entonces, que tenemos una naturaleza, que hay que desarrollar?
Blas.- ¿Dónde la tenemos? Yo no tengo nada, más que este momento: No sai en qual hora-m fui natz…Y, por cierto, con tanta filosofía me lo vais a echar a perder.
A.- Pues si yo fuese ahora a ser padre, tu postura no me parecería convincente.
Blas.- ¡Peor para las posturas, y para los padres! No quiero enredarme más en esos trucos. Tampoco quiero guiarte ni convencerte, hijo, ni de que seas padre ni de que dejes de serlo. ¡Bastante tengo con intentar perderme y confundirme a mí mismo!
M.- Eso es coherente con tu manera de ver las cosas: que te niegues a caer en la trampa de los razonamientos. Pero, ¿te parece bien que siga yo escarbando en tus ideas?
Blas.- ¡Allá tú! No quiero ideas, te las regalo. Seguís empapelados en esas pegajosas palabras metafísicas, donde el único problema son ellas. Es la tela de araña con la que envolvéis al primer soplo de aliento que pasa por ahí, para insuflarle un alma, o mente, como decís ahora. Yo me quedo con las locuras del cuerpo:
Too subtle: Fool, thou didst not understand
The mystic language of the eye nor hand.
M.- Quizá tengas razón. Al fin y al cabo, ¿por qué nos empeñamos en que las cosas tienen que ser lógicas y racionales?
A.- ¿¡Eso es un empeño nuestro, razonar!?
M.- ¿Qué va a ser, si no?
A.- Yo creo que es una necesidad, que así son las cosas. Podemos ignorarlo, pero las cosas seguirán teniendo una razón, quieras o no quieras.
(…)
M.- Muy bien. Pero ahora vamos a ver, de cerca, qué es esa identidad, esa finalidad y esa causa. ¿Qué es ese yo mismo que soy yo, si quitamos todos los momentos?
A.- Esa es verdad que es una pregunta muy difícil.
Blas.- Y muy sencilla…: Sou do tamanho do que vejo.
M.- Cualquier cosa que yo imagine que soy, que es mi yo, mi sustancia y mi identidad, puedo pensarla como cambiando a otra, y convirtiéndose en accidente (por usar un término pegajoso y telaraña), o sea, en algo que no es necesario para ser el que soy. Así que no parece haber algo que sea yo, sino que todo eso es inventado, porque todo es insustancial.
A.- Esos pensamientos son los que enseñaba Buda, ¿no?
M.- Puede ser.
Blas.- ¡Yo soy budista! (herético, por supuesto).
A.- ¿¡Cómo que eres budista!? ¿No dices que no eres nada de nada?
Blas.- Es que eso es ser budista: saber que no eres nada, o, mejor todavía, ser que eres nada.
A.- ¡Esa es la esencia del budismo!, ¿no?
Blas.- Sí. Si además eres herético, ni te importa.
M.- Dice la leyenda que ese sabio príncipe de las montañas se dedicó a la meditación (pero no muy pegajosa) cuando se cruzó con el sufrimiento y la muerte. Y descubrió la solución en nuestra disolución: somos pura insustancialidad. Si uno tuviese realmente identidad y sustancia, razonó, en verdad no podría morirse. Es tan absurdo como que algo surja de la nada. Solo muere lo accidental, lo que puede ser de otra manera. Pero todas las personas que conocemos, y las que podemos imaginar, se mueren. Y, aunque no lo crean, sabemos que se mueren desde antes de verlo y comprobarlo, desde siempre.
A.- ¿Cómo?
M.- Por eso, porque cambian a cada instante, y se ve en su carnet que pueden cambiar por completo. Porque el carnet de identidad solo contiene cualidades que no dan de sí más que para momentos, más o menos largos o repetitivos pero sujetos a cambio por siempre jamás y estén donde estén.
Blas.- Y hasta estén donde no estén (¡no lo olvides, maestro!).
A.- Es verdad que ya otras veces, cuando hemos hablado de esto, o pensándolo yo por mi cuenta, no he sido capaz de encontrar nada que me identifique, que no pueda ser de otra manera…
M.- Si lo piensas bien, es que era imposible que lo encontrases.
A.- ¿Por qué?
M.- Porque una cosa completamente idéntica, idéntica del todo a sí misma, es inconcebible en el mundo: no puede pasarle nada de nada, porque eso rompería su identidad. Ni puede tener de verdad ninguna cualidad, porque se identificaría con ella y ya no podría tener la contraria sin dejar de ser la misma cosa. Así que no hay sustancia, todo es accidente. No hay un algo detrás de las cualidades, no hay un soporte, nada permanente. Y tampoco las cualidades son cosas, sino momentos totalmente fugaces, porque no hay nada detrás de los diferentes matices y momentos de tal o cual cualidad.
A.- Eso has argumentado a veces, es verdad. Aunque también lo contrario.
M.- Pero, si podemos decir tanto eso como lo contrario, y quedarnos tan anchos, es que no se puede decir nada razonable, ¿no?
A.- Ahora mismo no sé rebatírtelo. ¡Es un argumento muy razonable!
M.- Así que la identidad es un ídolo.
Blas.- Como todo lo que empieza por i.
M.- Y también lo que empieza por ese, como ser o sustancia; y por efe, y por todas las letras.
Blas.- Eso es.
M.- Porque las propias letras son ídolos.
Blas.- Eso les pasa por empezar por ele.
M.- Por ele de lenguaje. Y por eso no existen, porque la ele, en sí, no existe.
Blas.- O si dices que existe, peor para lo que existe.
M.- Así que, si te encuentras, aquí y ahora, un trazo un poco torcido (y perdóname, Blas por seguir haciendo razonamientos), si te encuentras un trazo irregular (irregular, comparado con tu ideal de ele), no te empeñes en enderezarlo para que se convierta en una ele hecha y derecha.
Blas.- No te empeñes.
M.- Porque no es una ele hecha y derecha, ni por hacer y enderezar.
Blas.- No.
M.- Es este trazo, y punto.
Blas.- Y puntos suspensivos…
M.- Si te empeñas en hacerla a imagen y semejanza de la ele en sí, y ella se llega a creer que tiene que ser una ele igualita o lo más parecida posible a la ele en sí, la harás infeliz, y será uno de esos que se han caído del paraíso.
Blas.- Lo has dicho casi perfectamente.
A.- ¿¡Perfectamente!? ¡Qué bien!
M.- Déjale, al trazo, que sea irregular, es decir, que sea como es, pero en este momento. O, mejor, déjale que no sea, sino, simplemente, que lo haya. No le diseñes una finalidad en la vida, no le supongas una sustancia, no le congeles en un carnet de identidad, ni lo encierres detrás de una verja. No lo cuides ni lo abandones. Abandónale a su cuidado, cuida de que se abandone.
Blas.- ¡Ten cuidado tú, maestrillo, que te vas a salir de tu cielo filosófico, y quién sabe en qué bonitas figuras africanas te puedes desintegrar!
M.- Dice una antigua leyenda, africana y universal, o sea, una leyenda de ahora mismo (porque lo que sea antiguo no existe, solo existe lo de ahora, y, por tanto, ni eso) que el hombre nació, al nacer, desnudo, y todo lo que deseaba lo tenía a mano. Ni siquiera tenía que pensar en cogerlo: no tenía que pensar, porque estaba en el edén, y en el edén siempre es ahora, no luego ni antes. Pero dice después la leyenda que, después (eso solo podía suceder después), todo cambió cuando se le ocurrió probar (¡por qué maldita casualidad!, pero es que, aunque estaba en el edén, no era el edén él mismo), se le ocurrió probar, digo, del árbol de los razonamientos, y querer saber qué es bueno o malo. En ese momento se nubló el presente, emergió de entre la maleza la primera verja, y apareció el primer profesor con su primera vara, su primer castigo al rincón y sus primeras tareas o trabajos forzados.
Blas.- Nació el necio, apareció la persona.
M.- O sea, la máscara.
Blas.- Y ya todo es teatro, el feo teatro de Dios y el Hombre.
M.- Fue entonces cuando nació. Pero, por eso mismo, en el mismo instante murió para siempre. Desde entonces malmuere como puede, desde la cuna hasta la tumba, pasando por el pupitre y el tajo. Porque nadie puede llamar vida a esto.
Blas.- ¡Si no estuviese silbando eso tú saliva, que es el siervo de la serpiente…!
M.- Otra versión habla de los tiempos de Cronos, o los de Jauja. Cada uno, a su manera, sabe que antes, cuando era siempre ahora, no había escuela ni letra. Y cuando soñamos con el después, en que vuelva a ser siempre ahora, soñamos con un edén sin máscaras ni deberes. Pero ahora, ahora que, como dice el poeta, hoy es siempre todavía, no podemos escapar de los siempre, y nos torturamos, unos a los otros y cada uno a sí mismo, con letras y varas, con todo tipo de palotes, procurando enderezar a lo que no quiere ser recto, sometiendo a examen y evaluación a lo que no quiere conocerse a sí mismo.
A.- ¡Claro! ¡Si no es ni un sí mismo…!
Blas.- El fondo del asunto (por hablar como vosotros) es, hijo, que toda educación está basada en la idea de que el niño es algo incompleto, imberbe… y su única disculpa es que puede convertirse, si suda, en lo que debe ser, en algo adecuado, completo….
M.- Así es. Nos empeñamos en reducir a nuestra ley (es decir, a la Ley) lo que es distinto. ¿Qué dejaríamos de ser, sin eso, sin ese empeño nuestro? ¿Personas, animales, cosas? Como dices tú: ¡peor para la personalidad, la animalidad y la coseidad!
Blas.- Has hablado sensatamente, como un loco.
A.- Además, adornado con tanta poesía como tenéis los dos, me está pasando lo que decía él antes, que me adormezco y no quiero dejar de oír eso que decís. ¡Hasta estoy a punto de creérmelo!
M.- ¡Eso sí que no! Así que vamos a dejar la poesía, y volver a nuestras telarañas.


Una de las cinco ilustraciones del libro, dibujo de Marien Sauceda para Diálogos de Educación (infinitas gracias, Marien)

2 comentarios:

  1. Interesante parodia, el amigo Blas, de García Calvo.

    Pero hay cosas, me parece, que Agustín no habría dicho, como "Y, por si fuera poco, esos dos ogros con sombrero, la Tradición y el Estado". Él hacía hincapié en la distinción entre tradición e Historia. Confiaba en la tradición (oral), que es, por supuesto, una manera de educar.

    "De donde no han nacido ni nacerán nunca es del aburrimiento." Le oí alguna vez alabar el aburrimiento, aunque sólo fuera como paso previo para darse cuenta de la mentira que para él era el ocio.

    He leído otras entradas de tu blog, así que entiendo que, en el fondo, Blas es un homenaje.

    No sé qué tal profesor sería Agustín, ni que tal padre, pero tengo la sensación de que no debía de ser especialmente malo en ninguno de esos dos oficios. Qué profesores y qué padres salgan a partir de su pensamiento, eso ya es otra historia. Yo he intentado alguna vez dar las clases sin preparármelas, y esperar a que me inspirara en el momento oportuno, como a él y como parece que les pasaba a los apóstoles, el dichoso espíritu santo (sin muy buenos resultados). En cuanto a las oposiciones a padre, por ahora ni me las planteo.

    Probablemente el mejor esbozo que hace García Calvo de una propuesta educativa esté en el Apéndice I de Contra el Tiempo ("De las relaciones entre memoria y razón"), donde no llega a conclusión ninguna, pero se le parece:

    "Sean los lectores los que saquen las fáciles consecuencias tocantes a un posible hablar político del pueblo, razonante y de memoria, que contradijera la retórica dominante de los políticos (incluidos filósofos, científicos y literatos), y tocante a un posible hablar de los maestros de escuela, a quien tal cargo haya caído en suerte, con los niños y los muchachos que contradijera los procedimientos de la pedagogía dominante." (p. 285)

    Cuando hablaba de la educación, hablaba a la educación que padecemos. Lo mismo que cuando despotricaba de la paz o de la democracia. Pero pensaba que atacar a la educación, la paz, la democracia, en abstracto, era el mejor método. Puede que se equivocara.

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  2. Javi S,
    muchas gracias por tu comentario, bienvenido.

    Lo cierto es que no estaba pensando solo ni principalmente en Agustín cuando personificaba a esa filosofía posible y necesaria que personifica Blas. Ahí tienen que caber todos aquellos que niegan las Ideas e Identidades de todo tipo, o sea, pensadores como Nietzsche, quizás Derrida... y también el maestro Agustín.

    Las divergencias que señalas con respecto a lo que decía Agustín, son correctas:

    Es cierto que é hablaba de Tradición frente a Historia. En la boca de Blas, tradición equivale a cultura aprendida, o algo semejante (Blas no cree en el "pueblo" o en la "gente"), y es, por supuesto, una idea negativa, como todas las ideas.

    En cuanto al aburrimiento, recuerdo el encomio que Agustín hacía de él, como síntoma de nuestro darnos cuenta de la mentira del ocio y de nuestra capacidad de pensar fuera de la Realidad (recuerdo el pasaje de Contra el Tiempo en que habla del burro que puede tirarse horas sin aburrirse frente a la puesta de sol).

    Agustín, según mi experiencia, fue un profesor magnífico (casi lo único que disfruté -mucho- en la carrera). Cualquier cosa que escriba acerca de él, aunque sea para llevarle la contraria (para decirle No, como él recomendaba) será siempre un homenaje (si no me vuelvo loco o cuerdo antes). Además, su pensamiento es un pensamiento necesario en la dialéctica, pero, por eso, también contradictorio.

    Como bien dices, quizás se pasó al criticar como un todo todo. En cualquier caso, en mi libro intento sacar todo lo liberador que hay en esa visión (infinitamente preferible a lo que padecemos y que llaman educación), pero pretendo defender también una pedagogía socrática que, además de denunciar la falsedad, no tire al niño con la bañera, y salve al Logos (cosa que no creo que pase si se desmitifica toda Idea).

    Un saludo

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