domingo, 17 de febrero de 2013

Diálogos de educación, fragmento III


Después de que se exponga el pensamiento de Blas, ese "nihilista" que considera toda posible educación como manipulación, se discute las aporías de esta postura, reconociendo, eso sí, que tiene un factor liberador muy importante y cierto (extractos de páginas 49 a 60 de Diálogos de Filosofía) : 

M.- Yo estoy tan de acuerdo con mucho de lo que dices, que me cuesta explicar cómo estoy completamente en desacuerdo.
Blas.- ¡Seguro que lo vas a intentar, venerable maestrillo!
M.- Si hemos argumentado para intentar deconstruir la maloliente forma establecida, tendremos, para completar la vuelta del juego, que deconstruir la deconstrucción, jugar con el juego, aniquilar la nada. ¿O es que la crítica radical es radicalmente incriticable?
A.- Eso no sería justo.
M.- Habría que pensarlo… Quizá solo la crítica es justicia, y entonces, hasta para criticarla, ella tendrá que estar presente.
Blas.- Por mucho que, ahora o luego, intentes jugar con el juego, si es juego, juego de verdad, no alcanzarás la seriedad.
M.- Pues yo lo niego. Pero, si es como dices, ¿a quién se parece ese juego absoluto?
A.- A Dios, que está en todas partes.
Blas.- A la nada, que es todas partes.
M.- A lo mejor eso es lo único sagrado, ese afán de no estarse quieto.
Blas.- Si hay que llamar sagrado a algo, es, desde luego, a lo que no sabe estarse quieto, a lo que sabe bailar, como dijo alguno de tus filósofos.
M.- Cierto.
Blas.- Hasta vuestra Razón hecha carne os advirtió de que los que no sean como niños no saldrán volando… ¡Reconozco que ahí estuvo atrevida!
M.- Pero yo sigo diciendo que, si no dudamos de la duda, va a parecer algo dogmático, un sustantivo, una ele. Y no habrá más remedio que tomarla en serio. Porque, ¿en qué consiste esa crítica radical, que querríamos hacer de todo lo establecido y establecible, y que nos gustaría ver en las miradas de lo que llamamos niños?
A.- Yo creo que quiere no dar nada por definitivo ni nada por supuesto.
Bla.- Ni nada por infinitivo, ¡por supuesto!
M.- Eso es. Se trata, en realidad, de no aceptar lo que parece incoherente
y que podemos señalar en mucho de lo que hacemos.
A.- Lo que sea absurdo. Eso es lo que habéis estado haciendo.
Blas.- Was hast du uns absurd genannt? Absurd allein ist der Pedant.
M.- Decíamos que cosas como la identidad, la sustancia, la finalidad, y semejantes, o sea, las que hacen que algo sea algo persistente y se pueda intentar manipularlo, malearlo conforme a un modelo, formarlo…, todo eso son ídolos, creaciones artificiales, que no tienen nada de eternas, que existen solo como momentos efímeros.
A.- Sí, eso habéis dicho, apoyándoos en las letras.
M.- Y en buenas razones, también. No hay, hemos concluido, un cómo deben ser las cosas. Ni hay un bien y un mal del suceder de los sucesos.
Blas.- ¡Ya estáis otra vez! La cabra tira al monte, y el filósofo, a las nubes.
M.- Pero (hay que decir ahora), si no hay ley, si no hay ni bien ni mal, si no existe lo correcto o lo incorrecto, entonces tampoco puede hablarse nunca de imperfección, de falta en las cosas, ¿no?
Blas.- ¡Ah! ¡pregunta trampa, o sea, filósofa! Contestes sic, contestes non, tendrás razón.
A.- Sí.
M.- Decíamos, por una parte, que a los niños, o a esos momentos sin sustancia a los que llamamos niños, no les falta nada, como a nadie le falta nada para ser como su modelo, porque ni siquiera hay un alguien ni un modelo al que parecerse. Simplemente, son como son, cada uno es como es. O, mejor, quitando el uno, es como es…
Blas.- Y quitando el ser, pasa como pasa.
A.- Eso queríais defender.
M.- Sin embargo, queríamos decir también, en nuestra cruzada contra la suciedad de los adultos, que la escuela, en todas sus formas, es manipuladora, triste, enemiga de toda creación y todo deseo libre. Y parecíamos desear que todo eso cambie.
A.- Esa es vuestra sed de justicia.
M.- Ahora bien, hablando con sinceridad, a mí me parece que uno no puede decir las dos cosas a la vez: que, por una parte, no hay ideal alguno ni nada mejor que nada, y todo es solo lo que es en cada momento, pero que, por otra, la escuela es malvada y deberíamos cambiarla o aniquilarla. Si no deberíamos pensar en el futuro ni creer que haya un ideal que perseguir y traer al mundo, entonces tampoco deberíamos condenar lo que hay, sea lo que sea.
A.- Eso me parece a mí.
Blas.- ¿Te parece, o lo sabes? ¡Cuidado, pequeño filósofo! ¡Las realidades engañan!
M.- Por más hipnótico que nos resulten ese discurso y esa ansia de libertad, si no hay razones ni ideas, si no hay un bien y un mal según como son las cosas, no puede uno ni soñar que tenga derecho a lamentarse o simplemente juzgar lo que pasa.
A.- Yo eso lo veo más claro que el agua.
M.- Y no basta con reconocer tranquilamente que sí, que es absurdo decir las dos cosas a la vez, como parece que les basta a algunos para quedarse tan anchos con su absurdo. Ni puede, tampoco, consolarles que cualquier otra opción sea también absurda, si es que es así. No por eso será menos absurdo y más sensato afirmar que todo es absurdo y nada es sensato. Lo quiera o no, la teoría que hemos estado defendiendo, esa teoría de que no hay ideas ni juicios, es una teoría, con sus ideas y sus juicios, como toda teoría. Pero es una teoría suicida, que habla cuando tendría que callarse.
Blas.- ¡Eso la hace tan no-teoría, tan indomable! ¡Hablar para no decir nada! ¡La cúspide del arte, el orgasmo absoluto!
A.- Te aseguro que no querría defender esa teoría, o no-teoría, por nada del mundo, pero… ¿no pueden decir ellos (los que dicen, como Blas, que no hay razón ni ley en las cosas) que, si toda teoría es absurda (incluida, claro está, la suya), eso no hace más que darles la razón?
M.- ¿Darles la razón?
A.- Sí, suena extraño, pero creo que me entiendes…
M.- Pero ¿en qué les da la razón? ¡No les dará la razón en que todos tendríamos que seguir su escuela!, ¿no? Como mucho les daría la razón en que la nuestra no es mejor que la suya. Pero, en cuanto quisieran decir que la nuestra es más falsa, malvada, o algo así (siendo que ellos dicen que no hay nada más verdadero, acertado, coherente, o bueno que nada), sería mejor que no les hiciéramos ni caso. Aunque, según su no-teoría, ya el no hacerles ni caso es hacerles caso, y en cambio, darles crédito sería, seguramente, no hacerles caso…
Blas.- El crédito no hace al caso.
A.- Vale, no podrían decir que la suya es mejor, y eso ya es grave. Pero ¿podrían decir, por lo menos, que no hay ninguna… razón, ningún motivo, digamos, para que ellos escuchen a los demás, a cualquier otra escuela? Me imagino a Blas diciendo que él bien puede seguir hablando absurdamente, mientras nosotros seguimos (¡allá nosotros!) con nuestras razones telarañas, porque los dos, él y nosotros, estamos en el mismo derecho, por decirlo así. En ese caso, cada uno quedaría en su lugar.
Blas.- ¡No, chico! ¡Tú te quedarías en tu lugar! Yo me iría a otro siempre, “sin Dios y sin vos y mí”.
M.- Eso parece, sí, pero no lo es. ¿Se puede mantener unas ideas o un lenguaje absurdo? ¿Siguen siendo ideas y lenguaje? Aquí, según lo veo yo, jugamos con las palabras, o, mejor dicho, creemos poder hacer con ellas lo que no es posible, llevándolas hasta donde ya no pueden ir, pero simulando que sí pueden.
Blas.- ¡He aquí el dueño de las palabras, el domador de verbos! ¿¡Quién te crees tú, para decir qué se puede hacer (o deshacer) con una palabra (o una no-palabra)!?
M.- El mismo que quien puede decir, en parte, qué se puede o no hacer con una flor. O sea, el mismo que tú. Desconozco cuántas cosas se pueden hacer con una flor, pero sé bien que no vas a clavar, ante mis ojos, un clavo de acero con una de ellas.
A.- ¡Es capaz, con el arte que tiene!
M.- Sí, podría hacer una exhibición de ilusionismo, con palabras, pero sería jugar con ellas, y con nosotros. Como jugamos con ellas cuando queremos que digan lo imposible: jugamos con el poder, con el poder ser y la posibilidad. Más bien, nos lo imaginamos, nos imaginamos que jugamos con eso, porque en realidad no se puede jugar con lo posible. Hablan de “otra posibilidad”, como refiriéndose a un mundo ilógico, sin identidad ni sustancia. Claro que los que lo hacen, ponen entre comillas esas palabras, como jugando, para darnos a entender que, en su boca, no sigue siendo ya un pegajoso término metafísico,
ni una letra de hoja perenne siquiera, pero que sigue, pese a todo, teniendo un significado que podemos entender, de acuerdo con alguna manera que haya de poder entender palabras que ya no sean palabras.
Blas.- ¡Ay!, ¡si hubieses dedicado todo ese ingenio al ilusionismo! Me tendrías a tu puerta día y noche, con lluvia y granizo, haciendo lo imposible.
M.-Una posibilidad tiene que ser algo concebible. Pero, Blas, lo que dices quiere romper los límites de todo lenguaje concebible, al menos para mí. Y también para ti, me temo. Presumís de estar haciendo trizas todo concepto, por abierto y hospitalario que sea: ¡cualquiera de ellos es una camisa de fuerza! Pero pretendéis seguir hablando y razonando después.
A.- Es verdad, ahí está lo chocante. Son tan individualistas que no se sienten libres ni en sí mismos.
M.- A ese discurso le prestamos atención, y llamamos hablar a lo que hace, solo porque, por una parte, le damos el beneficio de la duda, suponemos que de alguna manera quiere ser un discurso coherente; y, por otra, porque él mismo simula atenerse a lo que es hablar y razonar. Hasta nos da argumentos sensatos en cierto modo. Porque si creyésemos que está pretendiendo algo realmente absurdo, ni siquiera diríamos que está hablando, y no le prestaríamos oído, como no se lo prestamos a lo que creemos que no puede hablar. ¿Por qué no está hablando esa pared?
Blas.- ¿¡Quién te ha dicho que no está hablando!? ¡Tú es que estás más sordo que una tapia, con tanto algodón trascendental! ¡Escucha, so adoquín, escucha con humildad!
M.- Desde luego, escucho y oigo que está diciendo algo tan coherente como tú. No, no hay habla fuera de las leyes de la unidad, la identidad, el sujeto, la causa…, por lo menos para mis entendederas. Esa posibilidad, pues, se la dejo a los seres imposibles, con los que nuestra realidad no nos deja comunicarnos. No merece la pena que pensemos en ellos.
A.- Es como cuando hablan, los físicos, de otros universos.
M.- No, es peor que eso, infinitamente peor. Esos otros mundos que dices, los podemos entender, o podríamos llegar a poderlos entender, aunque no podamos intercambiarnos señales con ellos. Por eso los consideramos mundos. Pero un mundo sin ley ni identidad ni sustancia, no es ni siquiera concebible, ni es concebible que llegue a ser concebible. Y un diálogo que no esté obligado a mantener la coherencia, no es un diálogo concebible. Ni siquiera estos que, como Blas, sueñan con lo inconcebible, desisten de que podamos llegar a convencernos, ellos a nosotros o nosotros a ellos. Al menos se esfuerzan en razonar.
A.- Esto es evidente.
M.- Razonan, por ejemplo, decíamos, que no hay sustancia, que todo es solo accidente. Pero, a mi juicio, se equivocan, porque si no hay sustancia, no hay tampoco accidente.
Blas.- No hay nada, ¿no te he dicho ya que soy budista?
A.- Explícame bien eso, igual que has explicado antes lo contrario.
M.- A no ser que me digan cómo puedo pensar o imaginar algo sin una identidad y una pervivencia a través de todos los momentos en que lo vea, lo imagine o piense en ello, no entiendo lo que es ni el más fugaz de los accidentes. Por ejemplo, si digo que soy ahora algo casi cilíndrico, o doblador de esquinas, pero resulta que el cilindro o las esquinas no son nada, más que una indefinida cantidad de cosas diferentes, no puedo entender ni imaginar nada de lo que digo. Igual daría decir que soy cilíndrico que cúbico, vivo que muerto, libre que esclavo. Los accidentes también reclaman su identidad.
Blas.- ¡Sí, hacen cola para recoger su pasaporte, como pobres emigrantes que son!
A.- Y ¿qué le contestas, entonces, a lo que decíais antes, a los budistas, por ejemplo: que igual de inconcebible y contradictoria es la identidad?, ¿que todo se reduce a nada?
M.- A los que dicen eso, sean o no budistas, yo les diría lo siguiente. Es verdad que, en cierto sentido, la pura identidad es inimaginable. Pero, a la vez, es concebible. Es más, es lo más concebible y puro que pueda pensarse. Lo que es, más bien, inconcebible, es cualquier otra cosa que la pura identidad. Cualquiera que piensa, o imagina (incluido, por supuesto, el que dice que no hay identidad alguna) está concibiendo la identidad y el ser. No debemos concederles, por tanto, que no podemos concebirlo.
Blas.- ¿Tienes tú la concesión de las concesiones? ¡Rey sin tierra!
A.- Pero no éramos antes capaces de encontrar qué es lo que me identifica a mí, o a ti, ¡no digamos a Blas!
M.- Precisamente por lo contrario, por nuestra falta, por lo menos relativa, de identidad. Mira: sin salir de la India hubo y hay otras personas sabias y espirituales (quizá no budistas) que dicen, no solo que hay identidad y sustancia en la realidad, sino que solo hay eso. Ahora, cuando se les pregunta por ti o por mí, o por ellos mismos, tal como nos vemos y creemos ser ahora, aceptan que no tenemos una identidad plena y total, sino parcial y relativa. Eso, la pura identidad, solo se lo atribuyen a un único ser, que es, dicen, lo único que existe real y plenamente, y del que nosotros somos partes o, mejor aún, aspectos, puntos de vista. Dicen que, en el fondo (porque ellos sí creen que haya fondo) tú y yo somos lo mismo, como todos los puntos del espacio son espacio, el mismo espacio, o, más aún, como toda luz es la misma luz. Pero no hace falta extenderse mucho con este asunto ahora. Para mí una cosa está bastante clara: nadie puede hablar de nada, con la más mínima sensatez, si no acepta la identidad y la sustancia de las cosas; y nadie puede quejarse de cómo están las cosas ni reclamar otra manera de tratarlas si no admite que hay bien y mal que les pertenezca por su naturaleza. Esto se ha dicho ya infinitas veces, pero no ha conseguido hacerse falso.
A.- Para mí es evidente.
M.- Porque, dime, Blas ¿a quién aceptarías en tu anti-escuela?
Blas.- A cualquiera, con tal de que no quisiera poder, como dices tú.
M.- ¿Poder qué?
Blas.- Poder poder, poseer posesión, tener a mano manipular.
M.- ¿Aceptarías a una piedra en la anti-escuela?
Blas.- Siempre que no viniese esperando un título...
M.- No discriminarías a nadie. Claro, porque no hay un alguien. Aceptarías al más distinto, al más otro, al otro puro.
Blas.- A ese sobre todo. Aunque el “otro puro” (como le llamas tú) es siempre impuro.
M.- Pero el más otro de tu anti-escuela sería el que viniese a destruirla, a aburrir, a poner verjas y a inventar la sexualidad, ¿no? ¿A ese es al que más admitirías a tu lado?
Blas.- Me taparía las narices.
M.- No veo por qué. Debería, creo yo, olerte muy bien tu puro otro. ¿O es que solo quieres a tu lado a los que son como tú, a los que están en unidad contigo? Pero, ya que a ti, como a mí, te huele mal el manipulador, ¿te limitarías a taparte las narices cuando llegue? ¿Esa sería toda nuestra manera de evitar la manipulación? Entonces, ¿qué tienes que reprocharle a las cosas tal como están, a la escuela de verja y troqueladora? Todo está sucediendo como sucede por tu no intervención.
A.- A mí me parece que no intervenir es intervenir.
M.- Así es, como el reposo es un tipo de movimiento y el no-ser un ser. Y, Blas, si alguno de esos otros, puro o contaminado, intentase esclavizar a los demás otros, o le diese por ponerse a construir una sociedad con leyes, ¿tú, entonces, como inventor de la anti-escuela, lo consentirías?
Blas.- La verdad es que no, que les daría una buena leche…
M.- Eso me parece más fácil que ocurriese: que les manipulases corporalmente. Aunque les gustaría saber las razones que tienes para tratarles así, y quizá no pudieses evitar convertirte en manipulador también con las palabras. Seguramente les intentarías convencer, con buenas palabras y algo de poesía, de que es bueno que nos respetemos unos a otros, que no impongamos, por la fuerza, nuestros deseos… Y convencerías a los más para que no acepten entre ellos a los manipuladores, sino que los destierren, a cualquier otra escuela.
(…)

Blas.- Pero vamos a hablar un poco en serio, y procura entenderme, en vez de ejercitar tus mandíbulas dialécticas: cuando yo hablo de la nada y todo eso, hablo, lo sabes muy bien, de una nada activa, creativa; no sujeto, pero sí acción, digamos, acción pura.
M.- Tú crees en lo activo, no en lo pasivo. Muy bien. Yo estoy del todo de acuerdo con eso. Pero, me parece evidente, no hay lo activo y lo pasivo si las cosas no son de una manera o de otra. Lo activo tiene que ser realmente activo, y distinguirse de lo verdaderamente pasivo. Porque, si no, bastaría con cambiarle el nombre.
(…)

M.- Hay, pues, que aceptar que las cosas tienen un sentido. Tenemos que encontrarlo.
Blas.- ¿Un sentido? ¡Mira el mundo, con tus sentidos, y dime si tiene sentido!
M.- Lo miro, y sufro como tú. Por eso sé que hay sentido.
Blas.- ¿El sufrimiento tiene sentido?
M.- Que haya dolor y fealdad no demuestra que no haya sentido en las cosas, sino todo lo contrario. Eso sólo lo demostraría el que no hubiese ni una cosa ni la otra. Lo que no tiene sentido es que no tenga sentido.
Blas.- ¡El sentido es un sinsentido!
M.- Yo, te lo digo otra vez, estoy de acuerdo contigo en muchas de las cosas que te duelen del mundo y sus escuelas: la falta de libertad, el aburrimiento… Pero me parece que no hay manera de justificar nuestro dolor y, sobre todo, nuestro afán de un mundo y una escuela diferentes, si decimos que todo enseñar y aprender es manipulación, y que no hay una naturaleza de lo bueno y de lo deseable.
Blas.- Bueno, si tú crees que hay que defenderlo de otra manera… Pero ¿de qué sirve eso, más que de pasatiempo?
M.- Ya sería algo, si fuese un pasatiempo, ¿no? Pero es algo más. No podrías conseguir nada de lo que quieres de la manera en que lo quieres. Y eso lo notarías desde el primer segundo de la fundación de tu anti-escuela. Desde el primer segundo tendrías que estar discriminando entre lo bueno y lo malo, y no dejando entrar a lo que podría dañar o manipular de verdad, ni a quien llegase diciendo que él quiere hacer allí lo que le de la gana. No podrías educar a personas libres convenciéndoles de que no son nada y nada vale más que lo que a uno le parezca en ese instante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario