Algunas personas de esa sociedad imaginaria tendrían, sí,
hijos paralelos (porque pocos conseguirían mantenerse “puros” al respecto),
pero los tendrían furtivamente. No los podrían reconocer legalmente (aunque
ellos, y sus co-progenitores se lo pedirían encarecidamente), y sería muy mal
visto socialmente.
Si un padre o una madre de esa sociedad anunciase a su hijo (de,
pongamos, ocho, diez, doce o quince años), que iba a ser padre o madre otra vez (que estaba
embarazada, por ejemplo), la
reacción “natural” del hijo, alimentada continuamente por la cultura de toda su
sociedad, sería la de sentirse traicionado y celoso, además de maldito para su
sociedad. En vano la madre o el padre le dirían que el nuevo hijo será una
compañía y amistad para él, o que su llegada no significará la menor merma de
amor paterno porque “el amor no se divide, sino que se multiplica”. El hijo único
(cosa que sería casi un pleonasmo en esa sociedad) replicaría que, para compañía,
ya tiene amigos, y se los busca él, con los cuales no está obligado a compartir
lo que no quiera; y que es imposible amar y atender a dos personas igual que a
una sola.
En cambio, aunque existen sociedades (con algunas de las
cuales, como la hebrea antigua, buena parte de nuestra sociedad se siente espiritualmente filiada) y casos de
especies animales en las que está instituida y sancionada la familia múltiple
(de progenitores), y aunque la familia absolutamente monogámica conoce
bastantes excepciones, no obstante en nuestra sociedad se considera muy mayoritariamente
como casi monstruosa la posibilidad del Poliamor Contra ella se aducen (si es
que siquiera se aviene a considerarla) tanto razones de utilidad como de
respeto. ¿Qué hay de diferente en el caso del amor filial y el del amor
conyugal, para que los argumentos que son blancos en el caso del hijo, sean
negros en el caso de la “pareja”, y viceversa? ¿Cuáles son los argumentos para
la bondad del Mono-amor?
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Voy a precisar,
primero, cómo entenderé, en esta discusión, el término Poliamor. En pocas
palabras, el poliamor, tal como lo voy a usar aquí, es la pluralidad de
relaciones amorosas simultáneas, conocidas, consentidas y aprobadas moralmente
por los implicados.
Pero es necesario hacer las siguientes matizaciones o
precisiones:
El poliamor no es, por una parte, lo mismo que la poligamia,
en cuanto la poligamia es una institución que, en muchos lugares donde ha
existido o existe, si no en todos, tiene poco que ver quizás con el amor, y sí
más con unas relaciones familiares propias de morales arcaicas, donde, por
ejemplo, las mujeres son casi propiedad del varón, o tienen una relación jurídica
de pseudo-personas.
Sin embargo, en cierto sentido el poliamor, tal como lo voy
a entender aquí, es una forma de “gamia” o relación conyugal, en el sentido de
que pertenece a ese ámbito general de relaciones humanas orientadas al
mantenimiento de un “hogar”, con hijos a los que se cría y educa, es decir, a la Familia.
La otra confrontación a la que hay que someter al poliamor
es con las relaciones “puramente” sexuales. El poliamor no es un tipo de
relaciones sexuales por número, ni pertenece al ámbito del “erotismo”, sino al
del amor y la relación conuygal. Pero, desde luego, el poliamor no es ni puede
ser asexuado. A diferencia de las relaciones de “mera” amistad, donde el sexo
es un extraño (aunque no tiene por qué ser incompatible), las relaciones
poliamorosas son “amorosas” en el sentido restringido en que lo son las
relaciones conyugales habituales, es decir, intrínsecamente sexualizadas, lo
que no significa, sino todo lo contrario, que no impliquen amistad.
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Ahora bien, todo evoluciona y mejora, o puede y debe hacerlo.
La familia puede adoptar numerosas formas. Propongo dividir esas formas en dos grandes
categorías, a saber: grados (o niveles) y modos (o “modalidades”).
Con grados o niveles quiero referirme, principalmente, al
nivel moral (y, político) que supone y en el que se incardina una familia. Lo
que en algunas sociedades actuales, o en la nuestra en épocas pasadas, es
considerado una familia moralmente normal (por ejemplo, las agresiones físicas,
la subordinación de la mujer…), otros lo consideraríamos moralmente inaceptable
para nuestra relación conyugal, y lo mismo pero a la inversa nos pasa a
nosotros respecto de sociedades, actuales y futuras, moralmente más evolucionadas que la nuestra.
Con modalidades entiendo las diferentes formas en que puede
organizarse una familia (homo- o heterosexual, mono- o poliparental, mono- o
poligámica, a perpetuidad o no…).
Por supuesto, cada sociedad tiende a considerar como la más
natural la que está establecida en su lugar y momento, aunque también toda
sociedad está dispuesta a reflexionar críticamente y cambiar, y, en cualquier
caso, hay cosas mejores que otras. Aquí doy por supuesto que la ética tiene unfundamento natural y es objetiva y racional.
Hay dos maneras de apartarse de la familia tradicional o
establecida. Una es deconstruirla. La otra, sublimarla. El deconstruccionista
se encamina al “todo vale” (de manera que, ¿por qué no?, una persona podría unirse
conyugalmente a su microondas), porque lo único que se requiere es el libre
consentimiento de los involucrados. Como he argumentado otras veces, este
concepto de libertad (muy propio del irracionalismo moderno y postmoderno) no
puede apenas ser más vacuo. No lo volveré a discutir aquí.
Mi interés es, no deconstruir la familia o la relación
amorosa conyugal, sino (al contrario) defender que el poliamor, es decir, la relación
amoroso-conyugal múltiple, donde se entiende que el amor conyugal no tiene por
qué ser exclusivo, supone una concepción más moral y espiritual, más sublime, superior
en una palabra, respecto de la familia tradicional (y respecto de cualquier
tipo de familia que haya existido hasta ahora).
Obviamente, esto no significa que una relación conyugal monoamorosa o monógama sea intrínsecamente menos buena que una poliamorosa. Antes bien, quizás la relación ideal sea monoamorosa (es discutible). Lo que es intrínsecamente peor, según intentaré defender, es el monogamismo obligatorio o excluyente. El poliamor no excluye, sino que subsume al mono-amor.
Obviamente, esto no significa que una relación conyugal monoamorosa o monógama sea intrínsecamente menos buena que una poliamorosa. Antes bien, quizás la relación ideal sea monoamorosa (es discutible). Lo que es intrínsecamente peor, según intentaré defender, es el monogamismo obligatorio o excluyente. El poliamor no excluye, sino que subsume al mono-amor.
Dado que el poliamor, tal como lo entiendo aquí, presupone
un determinado nivel moral (en que las personas son consideradas libres e
iguales en derechos, y dignas de respeto, etc.), el poliamor no tiene que ser
confrontado con cualquier relación pre-occidental, porque incluso la pareja
conyugal monogámica de los países occidentales actuales es superior a
cualquiera de esas formas, aunque solo sea por el grado o nivel moral en que se
sitúan. El poliamor solo tiene que confrontarse con la pareja occidental. Ni
siquiera tiene que confrontarse con la concepción que, de la relación conyugal,
tiene la Iglesia
católica (por ejemplo), dado que esta sigue manteniendo que la mujer está “naturalmente”
subordinada al varón y es, en varios aspectos, pre-moral.
En próximas entradas revisaré críticamente los argumentos
que, a favor de la monogamia han presentado los mejores pensadores (desde Tomás
de Aquino, a Kant y Hegel).
hola, me ha gustado mucho el texto, sobre todo el planteamiento inicial de la hija única; lo he republicado en http://totamor.blogspot.com; http://totamor.blogspot.com/2012/07/uno-para-todos-todos-para-uno-en.html
ResponderEliminarMuchas gracias, escallarinc. Y bienvenida al blog
ResponderEliminarHola, yo tambien voy a reproducirlo, me parece bien expresado y ayudará a aclarar dudas de otra gente.
ResponderEliminarMuchas gracias, Karles. Bienvenido.
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